El año 2022 en la Iglesia y el mundo: desafíos y experiencias

El mundo en 2022 tuvo que hacer frente a un conjunto de serios desafíos. El cambio climático, la crisis migratoria y la pandemia de enfermedades infecciosas fueron acompañados por la guerra, lo que acarreará una suma de graves amenazas globales a largo plazo, con consecuencias de orden económico, social, diplomático, político y moral.

El mapa geopolítico del mundo está cambiando. La guerra en Ucrania no es una más de las tantas guerras locales; las palabras proféticas del papa Francisco, en el sentido de que estamos asistiendo a la tercera guerra mundial por etapas, es una realidad. El mundo occidental ha venido desestimando los peligros del imperialismo ruso, a pesar de que Putin hace tiempo ha preparado su golpe contra el conjunto del mundo democrático, mediante una guerra híbrida hecha de desinformación, propaganda y una retórica de mentiras cínicas, que no se oían desde los tiempos de Hitler y Goebbels.

Como en el 1984 de Orwell, el régimen de Putin llama verdad a la mentira y mentira a la verdad, víctima al agresor y agresor a la víctima. Los países de Europa Central y Oriental tuvieron una prolongada experiencia de primera mano de lo que representó el imperialismo ruso. Sin embargo, algunas reacciones, incluso dentro de la Iglesia, han causado decepción y amargura, enojo y escándalo, por su ingenuidad y su intento de “neutralidad”. Esas reacciones también aceleraron decaimiento de la autoridad moral de la Iglesia.

Afortunadamente, posteriores declaraciones indican que el liderazgo de la Iglesia en Roma está tomando en cuenta que el conflicto en Ucrania no es entre dos países y que podría resolverse mediante compromisos y negociaciones diplomáticas. La Rusia de Putin es un Estado terrorista, dirigido por criminales de guerra, en cuyas declaraciones y promesas no es posible confiar; un Estado dispuesto al genocidio, que viola todas las reglas de la coexistencia internacional y que chantajea económicamente y con amenazas de guerra nuclear. Es un Estado que, como el imperio de Hitler, desgraciadamente no conoce otro lenguaje que el de la fuerza.

Si en 2023 Occidente no apoya suficientemente el desafío que representa Ucrania y si al menos una parte de lo población rusa no logra liberarse del lavado de cerebro de la propaganda oficial, la situación será un aliciente para dictadores y agresores a escala mundial.

En este contexto se evidencia la importancia de que en varias oportunidades, y más recientemente en Kazajistán, el papa Francisco haya rechazado decididamente el abuso de la religión por parte de los políticos populistas y extremistas. El riesgo de la desacreditación del cristianismo es muy alto y podemos constatarlo no sólo en el caso del patriarca Kyirill, sino también en otros países, especialmente en el mundo post comunista. Otro ejemplo es el caso del populista húngaro Víctor Orban, quien en nombre de “los valores cristianos” promueve un Estado autoritario con la ideología de la “democracia iliberal”. La afinidad de algunos círculos eclesiales en Europa en los años treinta con el Estado autoritario y el nacionalismo representó un costo muy alto para la Iglesia.

En 2022 la Iglesia vivió globalmente la preparación del Sínodo sobre la Sinodalidad. Hoy es posible escuchar la voz de las iglesias locales. Es evidente que los creyentes en todo el mundo, con diferentes grados de intensidad y énfasis, están clamando por una reforma de la Iglesia. Con algunas diferencias, la situación actual de la Iglesia se asemeja notoriamente a la prevaleciente al comienzo de la Reforma, antes de las reformas protestante y católica, en el siglo XVI. De la misma forma en que se produjo el escándalo del comercio de las indulgencias, hoy asistimos al escándalo de los abusos (sexuales, psicológicos, económicos y espirituales). En un primer momento parecía que se trataba de un episodio marginal, pero terminó revelándose como una grave enfermedad de todo el sistema.

A esta enfermedad el papa Francisco la llama “clericalismo”. La reforma sinodal representa un valiente intento para transformar aquel clericalismo, un sistema de poder rígido y disfuncional, en una dinámica red de comunión.

El Sínodo ha generado altas expectativas y es claro que, si la Iglesia quedara defraudada, si el Sínodo no lograra poner en juego el coraje suficiente para generar los cambios necesarios, la frustración generaría una grave crisis, acarreando nuevas oleadas de éxodo de la Iglesia y el peligro de cisma.

Al mismo tiempo, debe quedar en claro que el proceso sinodal no puede terminar con el Sínodo Romano de 2023/24.

Francisco dijo que el destino final de este viaje sinodal no puede ser fijado de antemano. La Iglesia deberá, como Abraham, el padre de la fe, escuchar el llamado de Jesús Dios y ponerse decididamente en camino, aún sin saber hacia dónde. Si seguimos cuidadosamente este proceso, podemos ver cómo se ha ido transformando y profundizando: este año muestra la necesidad de fortalecer su carácter ecuménico, interreligioso e intercultural. Si el camino sinodal ha de rendir frutos reales, no puede quedar reducido a un asunto interno, solamente de la Iglesia católica. En el espíritu de la profética encíclica Fratelli Tutti, debe ser una invitación creíble para todos.

En los tiempos que vivimos, cuando tantos padecen pánico, temor y desesperanza, la humanidad tiene urgente necesidad de esperanza y solidaridad. En el mundo, las religiones han sido fuente de esperanza durante miles de años. Es preocupante que hoy, cuando este rol es tan necesario, las comunidades religiosas en buena parte del mundo estén atravesando una crisis severa, particularmente una crisis de credibilidad, y en muchos casos ellas sean parte del problema más que de la solución. Las comunidades religiosas pueden producir un impacto positivo en el mundo si encaran su propia reforma, superando su narcisismo colectivo, su auto referencialidad, las rivalidades recíprocas y sus prejuicios.

 Los encuentros interreligiosos de este año 2022 (especialmente en Kazajistán y Bahrein) representan una chispa de esperanza de que los líderes de las comunidades religiosas están tomando consciencia de la necesidad del reconocimiento como requisito previo para la colaboración mutua.

La encíclica Fratelli tutti representa un paso más en el camino que comenzó con el Concilio Ecuménico Vaticano II, un sueño audaz que  todavía necesita ser profundizado teológica y espiritualmente y, sobre todo, que sus ideas sean puestas en marcha con coraje, paciencia y creatividad.

Tomáš Halík es sacerdote, teólogo y sociólogo de origen checo

Traducción de Vicente Espeche Gil

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