Con el Papa Francisco en Bahrein

Invitado por el Consejo Supremo de Asuntos Islámicos del Reino de Bahrein, tuve el inesperado honor de asistir al “Bahrein Dialogue Forum” en los primeros días de noviembre, y a la visita del papa Francisco, que clausuró el Foro y visitó el país durante cuatro días. Intento aquí transmitir algo de esa extraordinaria experiencia.

El reino de Bahrein

Este fue mi primer contacto con los estados del Golfo Pérsico. Debo confesar que ignoraba casi todo sobre ellos en general y sobre Bahrein en particular. No es que ahora conozca demasiado, pero lo que pude ver me resultó sorprendente.

Bahrein es un pequeño país insular que ha desarrollado una economía muy potente (tiene una de las monedas más sólidas del mundo) a partir del petróleo. Sus ciudades (Manama, Awali) están llenas de edificios espectaculares de una arquitectura modernísima. Tiene un parque automotor como no he visto en otro lugar del mundo, shoppings con las marcas internacionales más importantes, autopistas… todo hecho sobre el desierto que asoma aquí y allá. Siguen construyendo, aunque muchas casas y edificios parecen deshabitados. Tiene un millón seiscientos mil habitantes, la mitad de ellos extranjeros, una población que se ve joven y pujante. A diferencia de otros Estados de la región, los inmigrantes pueden obtener la ciudadanía.

Una nota distintiva del país que se esfuerzan por subrayar (y en ese marco se explica la visita papal) –aun siendo un Estado islámico regido por la Sharía– es no sólo la diversidad, sino la libertad religiosa. En lo cultural se advierte una convivencia aparentemente armónica entre personas que visten de modo tradicional (incluso mujeres con burka) y muchas totalmente occidentalizadas. A diferencia de lo que en general se presume que ocurre en la península arábiga, la libertad religiosa parece genuina. En Manama está la primera iglesia cristiana del golfo Pérsico, y la catedral católica es un edificio moderno y muy bello (diseñado y decorado con enormes murales por Kiko Argûello), edificado en un gran terreno regalado por el rey. Hay también sinagoga, templos hindú y budista, iglesias evangélicas. Pero además en los negocios se venden abiertamente artículos alusivos a la Navidad y literatura cristiana, por ejemplo. Obviamente, la gran mayoría de la población es islámica (dos tercios chiítas; un tercio, pero dominante, sunnita). Los católicos son unos 80 mil, y otros tantos cristianos no católicos: todos se esfuerzan por destacar la libertad de la que gozan, incluso con escuelas propias.

Se trata obviamente de una monarquía. La figura del rey Hamad bin Isa al Khalifa y de su hijo y príncipe heredero es omnipresente, y a él se le atribuyen todos los logros del país, incluyendo la libertad religiosa que recién mencionamos. En 2017 el rey produjo una “Declaración” que fue reiteradamente citada durante la visita papal, incluso por el propio Francisco, proclamando el derecho fundamental a la libertad religiosa y comprometiéndose a garantizarlo en toda su amplitud, condenando como contrarias a la voluntad de Dios las prédicas violentas y de odio religioso y prácticas como el terrorismo pero también el abuso de mujeres y niños, comprometiéndose al cuidado del medio ambiente, entre otras afirmaciones de principios.

El Foro de Diálogo

El “Foro” no fue realmente un diálogo, sino una sucesión de breves presentaciones. Pero sí fue ocasión para muchos y fructíferos contactos entre los participantes, algunos de muy alto nivel (por ejemplo, de parte católica hubo tres cardenales, que fueron específicamente al evento y sin integrar la comitiva del viaje papal: Schönborn, de Viena; Sako, patriarca de Babilonia de los Caldeos en Irak y Rai, patriarca de Antioquía de los Maronitas en el Líbano). Y todo en un clima inmejorable y con una organización que no escatimó en recursos, aportados por el Reino.

Lo más relevante fue sin duda la ceremonia de clausura, en terrenos del palacio real y en presencia del Rey, donde hablaron el Gran Imán de Al Azhar Ahmad Al Tayyeb, y el papa Francisco. Sus dos discursos fueron notables, y de algún modo se potenciaron recíprocamente: la ocasión y la presencia del otro dio la oportunidad para que cada uno diera un mensaje dirigido no sólo al diálogo islamo-católico, sino también a la propia grey.

El Gran Imán propuso la “teoría del conocimiento recíproco entre las civilizaciones” como superación de la “teoría de la confrontación”: es Dios quien nos ha creado y querido diferentes, dijo, y no  hay otro modo de relacionarnos como no sea mediante el conocimiento recíproco. En esa dinámica hay que reconocer que Dios ha creado al hombre libre, y que la naturaleza humana requiere de la libertad de credo y de opinión, según (dijo) resulta también del Corán. Por eso hay que empeñarse en educar a los jóvenes subrayando los puntos comunes entre las religiones y valorando la diversidad. Una de sus iniciativas quizás más audaces fue proponer un “diálogo serio” al interior del Islam y concretamente con los musulmanes chiítas, para desterrar cualquier discurso de odio y superar los conflictos internos. Hizo una firme condena al uso sectario de la religión, y un llamado a la pacificación.

Francisco advirtió que en este tiempo, “en el jardín de la humanidad, en vez de cuidar del conjunto, se juega con fuego, misiles y bombas, con armas que provocan llanto y muerte, llenando la casa común de cenizas y odio”, y volvió sobre el Documento sobre la Fraternidad Humana por la paz mundial y la convivencia común, que había firmado con Al Tayyeb en Abu Dhabi en 2019, y auguró “que las disputas entre Oriente y Occidente se resuelvan por el bien de todos, sin desviar la atención de otra brecha en constante y dramático crecimiento, la que se da entre el Norte y el Sur del mundo. Que la aparición de los conflictos no haga perder de vista las tragedias latentes de la humanidad, como la catástrofe de las desigualdades, por la que la mayor parte de las personas que pueblan la tierra experimenta una injusticia sin precedentes, la vergonzosa plaga del hambre y la calamidad de los cambios climáticos, signo de la falta de cuidado hacia la casa común”.

A partir de ese documento propuso tres desafíos: la oración, la educación y la acción. La oración eleva la mirada al cielo, y reclama como premisa indispensable la libertad religiosa, “que los lugares de culto sean protegidos y respetados, siempre y en todas partes, y la oración se promueva y nunca sea obstaculizada. Pero no es suficiente conceder permisos y reconocer la libertad de culto, es necesario alcanzar la verdadera libertad religiosa. Y no sólo cada sociedad, sino cada credo está llamado a examinarse sobre esto. Está llamado a preguntarse si obliga desde el exterior o libera interiormente a las criaturas de Dios; si ayuda al hombre a rechazar la rigidez, la cerrazón y la violencia; si hace que aumente en los creyentes la libertad verdadera, que no significa hacer lo que nos dé la gana, sino orientarnos al bien para el que hemos sido creados”.

Al hablar de la necesidad de la educación, destacó “tres emergencias educativas”: “En primer lugar, el reconocimiento de la mujer en ámbito público, “en la instrucción, en el trabajo, en el ejercicio de los propios derechos sociales y políticos”. En este, como en otros ámbitos, la educación es el camino para emanciparse de resabios históricos y sociales contrarios a ese espíritu de solidaridad fraterna que debe caracterizar a quien adora a Dios y ama al prójimo. En segundo lugar, “la protección de los derechos fundamentales de los niños (ibíd.), para que crezcan instruidos, atendidos, acompañados, no destinados a vivir con el tormento del hambre o los lamentos por la violencia”. Y “en tercer lugar, la educación a la ciudadanía, a vivir juntos, en el respeto y la legalidad. Y, en particular, la importancia misma del “concepto de ciudadanía”, que se basa en “la igualdad de derechos y deberes”. Es necesario esforzarse en esto, para que se pueda “establecer en nuestra sociedad el concepto de plena ciudadanía y renunciar al uso discriminatorio de la palabra minorías, que trae consigo las semillas de sentirse aislado e inferior; prepara el terreno para la hostilidad y la discordia y quita los logros y los derechos religiosos y civiles de algunos ciudadanos al discriminarlos”. Todo esto dicho en ese contexto, no es poco…

Y en cuanto a la acción, los pedidos del Papa fueron también muy concretos: condenar la guerra y la violencia, “porque no basta decir que una religión es pacífica, es necesario condenar y aislar a los violentos que abusan de su nombre. Y ni siquiera es suficiente tomar distancia de la intolerancia y del extremismo, es preciso actuar en sentido contrario”. Por esto “es necesario interrumpir el apoyo a los movimientos terroristas a través del suministro de dinero, armas, planes o justificaciones y también la cobertura de los medios, y considerar esto como crímenes internacionales que amenazan la seguridad y la paz mundiales. Tal terrorismo debe ser condenado en todas sus formas y manifestaciones”. No faltó, fuera del texto escrito, un llamado urgente a la paz en Ucrania, que repitió en cada uno de sus discursos.

La visita del Papa

Desde Pablo VI en adelante, y especialmente desde el largo pontificado de Juan Pablo II, los papas ejercen de modo activo el ministerio de confirmar en la fe a sus hermanos visitándolos en sus propios países. Pero en el pontificado de Francisco la característica es la preferencia por las periferias: visita países que nunca antes visitó un Papa, ni se hubiera esperado que lo hiciera, mientras deja esperando a otros con comunidades católicas numéricamente mucho más relevantes. Es el caso de Bahrein.

Si bien el objetivo central del viaje era el Foro y el encuentro con el Gran Imán y con los líderes musulmanes con los que se reunió, también el Papa visitó al “pequeño rebaño” católico, compuesto fundamentalmente por inmigrantes, muchos de origen filipino e indio. El momento central fue una misa multitudinaria en un estadio magníficamente acondicionado para la ocasión, muy alegre, donde pronunció su homilía en castellano invitando a “amar siempre, amar a todos”. Visitó también una escuela católica donde se reunió y dialogó con jóvenes, rezó con sacerdotes, seminaristas y religiosos, y presidió junto con el Patriarca Bartolomeo (es notable y evidente la amistad entrañable que se profesan recíprocamente, y el esfuerzo de Francisco de ponerlo a la par suya) un encuentro de oración ecuménica en la bella catedral católica. Esa tarde tuve oportunidad de hablar brevemente con Francisco y comprobar que más allá de sus evidentes achaques físicos tiene una notable lucidez y un sentido del humor intacto.

El Gobierno dio un realce extraordinario a la visita. Desde antes de la llegada del Papa y hasta después de su partida, dos canales de televisión (uno en árabe y otro en inglés) transmitieron continuamente los distintos momentos del viaje, en directo y repitiéndolos luego, entrevistas a obispos, sacerdotes y laicos, un documental sobre la vida de Francisco y su magisterio. Se lo mencionó (“Pope Francis of the Vatican”, lo llamaban), y también se mencionó constantemente al rey (en la misa en el estadio, cuando el rey fue mencionado recibió una ovación casi mayor que el mismo Papa). En las calles había carteles alusivos a la visita por todas partes, y los diarios le dedicaron varias páginas cada día.  Parece difícil pensar en semejante despliegue informativo incluso en países de mayoría católica.

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En la Argentina se ha difundido, a veces con cierta razón, una mirada crítica hacia la persona del papa Francisco, que sólo se explica desde una visión miope, que supone que él habla y actúa pensando en la política doméstica y sus miserias. Una experiencia como la que intento relatar permite comprobar que Francisco es hoy día un líder de estatura mundial. Su trabajo de acercamiento al mundo islámico y su aporte a la paz y la convivencia (sin olvidar su liderazgo en materia del cuidado de la creación, de atención a los migrantes, y tantos otros temas) es de una importancia superlativa. Y los pasos que se están dando, aún con todas las dificultades, son algo notable.

Algunas de esas cuestiones nos pueden parecer lejanas o ajenas. No lo son. Y el desafío de trabajar, por ejemplo, en el campo de la educación, es de una estricta actualidad y pertinencia también entre nosotros. Justamente, para que nuestros hijos y nietos, que son ciudadanos de un mundo interconectado y en peligro, sean conscientes de los enormes desafíos que tienen por delante, y de las oportunidades que se abren si se instala el diálogo, la libertad y el compromiso compartido con la defensa de la dignidad humana. En Bahrein Francisco no habló solamente para los 80 mil católicos de ese país remoto, sino para todos nosotros; y además de hablar, dio testimonio con sus propios gestos y actitudes.

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