Este año el premio Nobel de Economía fue otorgado a Amartya Sen. La decisión se ha fundamentado, por lo menos exteriormente, en sus trabajos sobre la manera de evaluar y aliviar la pobreza. De hecho, los trabajos de Sen también han contribuido significativamente a evaluar la distribución del ingreso y, como no podía ser de otra forma dada la naturaleza de estos temas, nos ayuda a asomarnos al mundo más amplio y difícil de las relaciones entre la economía, el bienestar y los valores. Es precisamente por la naturaleza de los temas abordados y por la manera de encararlos, que exceden claramente lo puramente técnico, que este premio Nobel tiene un sentido especial.

 

En el mundo descreído que vivimos muchos piensan que en la decisión de otorgar el premio Nobel en los campos humanísticos están siempre presentes la moda y la búsqueda de equilibrios políticos. No hay forma de saberlo y por lo tanto de responder a este tipo de prevenciones. En este caso los méritos académicos justifican con creces el premio. Si la moda y el equilibrio político tienen algo que ver, por lo menos esta vez han dado origen a algo positivo. Y si se trata de un cambio de humores que se trasmitirá a intelectuales y políticos, bienvenido sea.

 

El premio también llama la atención sobre el hecho de que, aunque no muchos, hay economistas que pueden balbucear cosas que exceden a las tasas de interés, las cotizaciones de bolsa y las rentabilidades relativas. Los esfuerzos hechos a lo largo de este siglo por la llamada economía del bienestar para entender mejor los temas por cuyo tratamiento hoy se premia a Sen son considerables. Esto parece haber pasado inadvertido por difusores y predicadores de doctrinas sociales enunciadas sin tener en cuenta los ineludibles aspectos económicos. Quizá porque buena parte de la economía del bienestar está lejos de las grandes corrientes filosóficas. La colaboración entre economistas provistos de filosofías pobres y filósofos sociales sin economía no existe. Quizá el ruido que acompaña a todo premio Nobel sirva para que ambas partes tomen conciencia de la existencia del otro y también de ello salga algo bueno.

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