La Iglesia católica ya tiene entre sus santos a Alberto Hurtado. Se trata del primer chileno reconocido como santo por la Iglesia Universal. El reconocimiento pone como modelo la labor de un jesuita contemporáneo que supo convertirse en un símbolo de la entrega a los demás y del amor a los pobres y necesitados. Su vida como modelo de solidaridad evangélica discurre en tres fundaciones: la revista Mensaje, la obra El Hogar de Cristo y la asociación Asich (Acción Sindical Chilena). Dos de estas tres facetas de la misma solidaridad permanecen con la fuerza y el empuje con el que su fundador supo dotarlas.

 

A menudo se contrapone solidaridad asistencial y justicia. Algunos piensan que es inconveniente dar un plato de comida al pobre porque esto no va al fondo estructural de los problemas. La justicia global parece importar más que las personas. Alberto Hurtado percibió que era fundamental alojar a un pobre en una noche de invierno porque ese infortunado no podía esperar el otro día para espantar el hambre y el frío. Pero, al mismo tiempo, sintió con fuerza que era necesario trabajar simultáneamente por la justicia y por un cambio de estructuras. Caridad y justicia no se contraponen; se necesitan y complementan mutuamente cuando hay que enfrentar al hombre concreto. Esta mirada con doble dimensión es profundamente cristiana.

 

Conoció en su persona la pobreza

 

Siendo niño, Alberto Hurtado perdió a su padre. La pequeña familia, formada por la viuda y sus dos hijos, quedó en una muy precaria situación económica. Comenzó entonces un largo peregrinaje para ese grupo que debió vivir como “allegado” en casa de tíos y parientes. Los hermanos de doña Ana tuvieron siempre mucha caridad y delicadeza para no hacer sentir esta situación, pero el hecho era en sí doloroso.

 

Los niños debieron estudiar en el colegio gozando de una beca. Ciertamente no se trataba de la pobreza de los marginados, pero era tal vez más humillante, aunque no se carecía de lo más fundamental como la educación, la alimentación, el vestido y la casa.

 

En el ambiente del hogar, el futuro jesuita conoció el respeto y la preocupación por el pobre, pues la madre participaba asiduamente en un patronato organizado por los padres franciscanos. Ella solía repetir que “es bueno tener las manos juntas para rezar, pero es mejor abrirlas para dar”.

 

Su primera formación social

 

Sin embargo, lo que más marcó la vida de Hurtado fue su relación con el padre Fernando Vives, su director espiritual en el Colegio San Ignacio.

 

Este hombre tuvo la sensibilidad para captar los cambios que se producían en el mundo y que hacían absolutamente inadecuada una solución “paternalista” al problema de los pobres. Él previó que era necesario introducir profundas reformas en la estructura social y económica del país si se quería evitar una explosión social. Era necesario formar líderes obreros que pudiesen actuar, libres de la tutela de los partidos, para defender los intereses de los trabajadores. En torno a ese sacerdote se empezó a hablar abiertamente de promover el movimiento sindical.

 

Tales ideas obligaron al maestro a salir de Chile más de una vez porque su doctrina parecía imprudente. La segunda salida significó una ausencia de la patria que se prolongó por catorce años. Desde la distancia tomó conocimiento de que su discípulo había entrado en la Compañía de Jesús y lo siguió formando con una correspondencia llena de aprecio, buen sentido y religiosidad.

 

Se cuenta que, a su vuelta a Chile y poco antes de morir, habría dicho a sus amigos: “Yo estoy viejo y cansado… pero ayuden al que ha de venir… ”. Se refería entonces a su discípulo Alberto Hurtado que había viajado a Europa a proseguir sus estudios. La semilla estaba echada. La doctrina social de la Iglesia encontraba no sólo nuevas formas y contenidos sino también nuevos apóstoles.

 

El padre Hurtado había asimilado y profundizado las ideas recibidas en el colegio. El tema que escogió para hacer su memoria de abogado es sintomático de una inquietud social profunda: “El trabajo a domicilio”. Allí, entre otras cosas, insistía en la necesaria intervención de la autoridad para establecer justicia en las relaciones laborales, lo que supone una especial atención a los más débiles.

 

La evolución social de un apóstol

 

Al volver a Chile, el padre Hurtado comienza un intenso apostolado. El flamante doctor en educación dedica la mayor parte de sus fuerzas a ese ámbito y a la dirección espiritual. Clases en el Colegio San Ignacio, en la Universidad Católica, en la escuela nocturna que funciona cerca del colegio, conferencias y retiros, llenan el tiempo del joven sacerdote.

 

Más adelante entrega muchas de sus energías a la Acción Católica de jóvenes. Sin embargo, desde un comienzo, la dimensión social del cristianismo es medular en su mensaje religioso. En esto fue realmente un precursor de las grandes opciones que ha hecho la Compañía de Jesús en el último cuarto del siglo XX.

 

Hay un constante llamado a abrir los ojos para mirar con honestidad la realidad social del país y a tomar conciencia de que tal realidad se contradice con el pretendido cristianismo de nuestra patria. Fruto de esta perspectiva es el libro ¿Es Chile un país católico? Él va a acelerar un proceso creciente de toma de conciencia de la necesidad de cambiar en profundidad las costumbres, valores y estructuras que producen injusticia.

 

Tres caras de la solidaridad

 

En los últimos ocho años de su vida, Hurtado, junto a su trabajo educativo y específicamente espiritual, se dedicó a la fundación de tres obras: Hogar de Cristo, Asich y Mensaje. Para comprender la magnitud de su solidaridad es necesario asumir esas tres fundaciones como dimensiones complementarias y necesarias del trabajo social. El extraordinario y providencial desarrollo del Hogar y la ulterior desaparición de la Asich, en cierto sentido pueden haber empobrecido y hasta distorsionado la polifacética figura de su fundador.

 

En esos últimos años, el padre Hurtado fue explicitando cada vez más las consecuencias de sus opciones sociales. Pero esa evolución no fue negando lo valioso de las etapas precedentes. Al dedicarse más intensamente a lo social, no abandona el trabajo espiritual; al preocuparse por lo sindical, no abandona lo asistencial; al encarar el mundo de la cultura y de la creación de una nueva mentalidad en un mundo intelectual y profesional, no deja su contacto con los más pequeños. Muchos avanzan a menudo restándole valor a lo hecho anteriormente, como si se hubieran superado etapas. Hurtado supo integrar y profundizar con mucha coherencia el conjunto de sus experiencias.

 

Conmovido por la indigencia de los más pobres, por el abandono de los niños y por las miserias que veía, funda en 1944 el Hogar. La obra marcada por el sello de su fundador ha seguido evolucionando, abriendo surcos, expandiendo extraordinariamente las rutas de la solidaridad. Hogares de menores, centros abiertos, hogares de ancianos, policlínicos, hospederías, talleres de capacitación, viviendas se han ido esparciendo de Norte a Sur del país; e innumerable cantidad de otras instituciones e iniciativas, como Infocap para formar y capacitar a los más pobres, algunos centros de rehabilitación de drogadictos y alcohólicos, etc., han recibido también el apoyo del Hogar de Cristo para llevar adelante sus programas.

 

La conciencia solidaria del país tiene en la institución fundada por el padre Hurtado uno de sus principales focos.

 

Sin embargo, el padre Hurtado era cada vez más consciente de que “la caridad comienza donde termina la justicia”. Su importante libro Humanismo Social aparece en 1947 y él nos dice que ahí está “el fondo de lo que he predicado durante tiempo”. Poco cuidado tal vez en su forma, sin pretensiones de novedad ni de espíritu científico, ese texto es testigo de lo que significa la dimensión social del cristianismo.

 

Precisamente en ese año pasa un período largo en Europa. Tiene allí la oportunidad de conocer personas como el cardenal Suhard y experiencias como la de los sacerdotes obreros, que lo impresionarán profundamente. Se encuentra con el superior general de la Compañía de Jesús y con el papa Pío XII, quienes lo alientan en su proyecto de emprender un trabajo en el mundo obrero para procurar su formación y organización.

 

De vuelta de Europa, nace la Acción Sindical Chilena (Asich). Es un paso importante en la evolución del apostolado del padre Hurtado. Muchos de los que lo habían seguido hasta la fundación del Hogar rechazan este nuevo paso del amor encarnado al prójimo.

 

En 1949, el padre escribe El orden social cristiano y al año siguiente su libro sobre el sindicalismo.

 

Su lucha por la justicia se inserta ciertamente en su profundo amor al Señor y en la idea casi mística de que en el pobre está Cristo.

 

Es iluminador conocer las aprensiones que tenía frente a un tipo de inquietud social que descuidaba, en Europa, la más profunda formación religiosa tradicional. Escribía a un jesuita amigo: “Se han dado cuenta muchos sacerdotes de la inmensa apostasía obrera por falta del cumplimiento de la justicia y caridad y esa visión los absorbe, esto los va a dejar a corto plazo sin dirigentes auténticamente cristianos, sino con hombres con mística social, pero no cristiano-social”. El padre Hurtado tuvo una visión de justicia clara pero no absorbente, pues supo integrar armónicamente las diversas dimensiones del cristianismo y nos ofreció una imagen polifacética de la solidaridad.

 

La preocupación cada vez más global del impacto de una nueva cultura, que ejercía su influencia sobre todas las dimensiones de la vida, lo llevó a extender hasta el mundo de los profesionales e intelectuales una visión que marcara de fondo los valores de la sociedad. Hoy hablaríamos de la evangelización de la cultura. Para responder a ese desafío funda, cuando ya la enfermedad estaba en su cuerpo, la revista Mensaje. No es sino otro aspecto de un gran designio que toma al hombre y a la sociedad en toda su complejidad.

 

Él quería anunciar un mensaje cristiano para el mundo de hoy, según la expresión suya que se ha convertido en divisa de la revista.

 

La revista debía atreverse, aun a riesgo de equivocarse, a asumir los problemas concretos que enfrenta nuestra sociedad.

 

En sus 42 años de vida, ha sido sin duda un aporte importante de los cristianos a la conciencia social, a la defensa de los derechos humanos y a la verdadera modernización del país. Ha tenido posiciones discutibles que podrían haberse evitado, pero en la línea fundamental ha estado en el verdadero sentido de la historia que debe ir creando en Chile una sociedad más igualitaria y justa.

 

Releyendo los escritos del padre Hurtado, se puede decir que esta publicación ha sido sustancialmente fiel a su fundador que sentía apasionadamente los dolores e injusticias de su patria. Muchos de los que criticaron la posición de la revista ante el problema de los derechos humanos, reconocen hoy que ella dijo la verdad. De haber sido oída, muchas penurias y conflictos que aún perduran se habrían evitado. Curiosamente, quienes callaron o negaron los hechos pasaron a la historia como prudentes. Ese tipo de prudencia no le hubiese gustado al fundador de Mensaje.

 

Una visión integral de la solidaridad

 

En un país que quiere reconstruir su tejido social, la figura de este apóstol muestra un camino integral de solidaridad cristiana. Él es en nuestra patria realmente un símbolo de unidad. Colocado por encima de todas las diferencias políticas, no rehuyó sin embargo bajar a las cosas más concretas, basado en su amor a Dios y al hombre. Por eso, él ofrece un modelo que actualiza la solidaridad que enseñó Jesús de Nazareth. Allí se amalgaman en una extraordinaria unidad la educación y la acción directa, la caridad y la justicia, la persona y las estructuras, lo religioso y lo social, el hombre y Dios.

 

Muchos han seguido al padre Hurtado sólo en un aspecto de su compleja visión del mundo y del hombre… pero el futuro de Chile necesita de esta visión totalizante de la solidaridad, que desgraciadamente algunas veces puede acarrear conflictos y tensiones, pero que está en el camino encarnado de Jesús de Nazareth.

 

 

 


Texto de Razón y Fe (Madrid), septiembre-octubre 2005.

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