Una persona y una vida en estado de escucha

 

En su actitud ante la realidad resuena siempre el “Escucha, Israel” del Deuteronomio. Nacida en 1891 en una familia judía de Breslau, aun durante su temprano período de falta de fe la vemos en estado de atención, de escucha científica, de búsqueda de la verdad.

 

En un tiempo en que se suponía que una mujer, judía por añadidura, no saliera de los límites de su casa, ella estudió dos disciplinas universitarias. Sabiendo que la verdad es inagotable, en 1913 se hizo discípula y luego asistente del creador del método fenomenológico, Edmund Husserl. Este le tomó tal aprecio que le confiaba gran cantidad de papeles manuscritos para que ella los elaborara y editara. En su correspondencia se queja de la presión del maestro que le hace difícil seguir sus propios proyectos y aun pretende que se case con otro de los asistentes para tener pequeños fenomenólogos que sigan con la tarea… 1. 

 

En esa escuela comparte con Max Scheler sus intuiciones sobre la afectividad y con Martin Heidegger la vivencia de un tiempo de crisis.

 

Fue condiscípula del filósofo protestante Adolf Reinach. Cuando éste muere durante la guerra Edith Stein va a su casa a ayudar a poner en orden sus papeles. El testimonio de dolor esperanzado de la esposa de Reinach parece un punto clave de su reencuentro con la fe.

 

Pasión por la verdad

 

No es sólo el título de una colección de sus escritos. Es una actitud que va guiando su vida y, por supuesto, su conversión. Su búsqueda de la verdad hereda de la filosofía la confianza en hallarla, por eso tiene una frescura especial. Edith Stein dice lo que ve, no se limita a repetir a sus maestros ni tiene inconvenientes en disentir con ellos, por ejemplo, acerca del ser de la mujer.

 

¿Cómo es el horizonte de su pensamiento? Sin duda refleja el tiempo que vive: el de la preguerra y el de la guerra; el de una mujer que sufre, ella y su pueblo; el de una persona a la vez fuerte y consciente de su fragilidad.

 

 Esta búsqueda terminó en una Ciencia de la Cruz… hecha vida en Auschwitz, donde fue muerta el 9 de agosto de 1942.

 

Una filosofía de la participación del ser finito en el ser eterno

 

Veamos un texto de su obra principal 2:

 

“Mi ser, tal como lo encuentro y me encuentro en él, es un ser vano; yo no soy de mí misma, y por mí misma no soy nada; me encuentro a cada instante ante la nada, y a cada instante me debe ser dado el don del ser. Y sin embargo este ser vano es ser, y por él yo toco a cada instante la plenitud del ser”.

 

Yo “encuentro” mi ser; porque es real y objetivo.

 

“Me encuentro en él” porque puedo conocerme. Pero “es un ser vano”: como todas las personas profundas, ella tiene conciencia de la pequeñez de su ser. Como tantas personas de su época, ella tiene conciencia de la miseria del hombre que, por otra parte, sufre en carne propia.

 

“Yo no soy de mí misma”, es decir, no me pertenezco.

 

“Y por mí misma no soy nada”: no me doy el ser a mí misma.

 

“Me encuentro a cada instante ante la nada”: tengo experiencia de mi propia finitud, de la contingencia del mundo, del mal.

 

“Y a cada instante me debe ser dado el don del ser”: si permanezco existiendo es porque la creación es un acto continuo de dar ser.

 

Y el ser es un don. Creo que esta es la intuición central de Edith Stein.

 

¿Cuáles son los caracteres de un don? Es algo dado, regalado, gratuito. Implica una voluntad de dar y, me parece, también a veces una de recibir. “Y sin embargo este ser vano es ser”, no una pura nada; algo.

 

 “Y por él yo toco a cada instante la plenitud del ser”, ya que ese ser frágil e inconsistente remite a un ser pleno que es el que me mantiene en la existencia.

 

Al decir “yo toco”, Edith Stein indica un contacto inmediato con la plenitud del ser; aunque no sea un contacto que tenga la luminosidad del ver o el entender, la imagen de tocar se refiere a algo de lo cual no se duda.

 

Pese a su conciencia de la fragilidad, o tal vez debido a ella, dice: “yo sé que estoy sostenida, y por eso tengo calma y certeza; no la certeza segura de sí misma del hombre que con sus propias fuerzas pisa la tierra firme, sino por la dulce y feliz certeza del niño que es llevado por un brazo más fuerte; una certeza, hablando realísticamente, que no es menos racional. ¿Sería razonable el niño que viviera constantemente en la angustia de que su madre lo dejara caer?”

 

A partir del fundamento de esta certeza se entiende la propuesta de Edith Stein: “recibirse a sí mismo como regalo”.

 

 

 


1. Carta del 18-1-1917.

2. Ser Finito y Ser Eterno, trad. castellana, F.C.E, México, 1996.

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