En este reconocimiento que hace hoy la Iglesia, me gustaría destacar dos puntos.

 

El primero es que al canonizar a una “judía de fe católica”, como la llama el Papa, se reactualiza el concepto de “judeocristiano”, que era muy natural en los primeros siglos, y se fue olvidando con el tiempo. Se hace público el hecho de que existen judíos en la Iglesia, que al mismo tiempo reivindican su pertenencia al pueblo que Dios eligió para siempre con la misión de santificar su Nombre entre las naciones, y reconocen en Jesús al Mesías de Israel.

 

Los judíos católicos no pueden ser considerados un pueblo más entre los demás pueblos que acoge la Iglesia. En primer lugar, tienen obviamente una connaturalidad afectiva con Jesús, un conocimiento que llamaríamos visceral de su persona. Además, son un recordatorio permanente de que el judeo-cristianismo sigue vivo. Que la Iglesia judeocristiana no fue “abolida” y “reemplazada” por una Iglesia paganocristiana triunfante. Que desde aquel día en que el Espíritu se derramó sobre un grupo de judíos reunidos en la fiesta judía de Pentecostés, el judeocristianismo constituiría, para siempre, la forma generadora del cristianismo. En este sentido, conocer en profundidad, sin prejuicios, al judaísmo es para el cristiano, más que un trabajo intelectual, por cierto ineludible, un trabajo de introspección, una ineludible forma de autoconocimiento. Hoy que la Iglesia canoniza a una judía, esto puede tomarse, por lo menos, como tema de reflexión.

 

Segundo punto. Primo Levi, sobreviviente de Auschwitz, escribe en su libro Se questo è un uomo, que el número lo dice todo, que si por casualidad encontramos a alguien que lleva grabado a fuego en su brazo un número entre 30.000 y 80.000 deberemos tratarlo con muchísimo respeto, porque de ésos casi ninguno sobrevivió. Ella llevaba el nº 44.074.

 

Muchas personas, incluso dentro de la Iglesia, niegan todavía el Holocausto, y dudan, en particular, de que Edith Stein haya muerto en Auschwitz… porque “no les consta”. Claro: los verdugos no hicieron un registro exhaustivo de todos los que entraron a las cámaras de gas. No extendieron certificados de defunción. Sólo sabemos que Edith entró a un campo de exterminio y nunca salió. Como otros millones de personas. Como mis abuelos. Hoy, con la declaración Nosotros recordamos y la canonización de una judía víctima de la llamada “Solución Final”, la Iglesia “certifica” que esto ocurrió. Desde ahora será difícil llamarse católico si se niega la Shoah.

 

La canonización de Edith Stein corona, si bien no concluye, el largo y difícil camino de conversión de la Iglesia en su actitud hacia el judaísmo. Varios episcopados y el mismo Vaticano reconocieron ya oficialmente lo que algunos no se atrevían a decir sino en voz baja: que fueron siglos de antijudaísmo cristiano, bajo la forma de la “enseñanza del desprecio”, conversiones forzadas, humillaciones públicas, obligación de llevar signos distintivos, muertes rituales, y sobre todo la absurda acusación de “deicidio”, los que prepararon el terreno (así dicen, por ejemplo, los obispos holandeses) para que pudiera llevarse a cabo la Shoah. El nazismo fue sobre todo un antisemitismo pagano que se propuso aniquilar al pueblo judío, pero en este caso, no porque mataron a Dios, sino porque lo “inventaron”. Con sintética precisión, el cardenal Martini definió al Holocausto como “la tentativa final de suprimir a Dios, suprimiendo a su pueblo”. Porque donde haya un judío, estará presente la Shekinah, la morada de Dios.

 

“Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Quizá la Iglesia esté diciendo hoy que para un cristiano, un judío es, más que un “prójimo”, un “yo mismo”. Al canonizar a esta “eminente hija de Israel”, quizá la Iglesia esté asumiendo, por fin, como sus propios hijos, a los 6.000.000 de mártires judíos (entre ellos un millón y medio de niños) asesinados durante la Shoah. Y quizá sirva esto también para meditar el hecho de que hay una extraña, misteriosa semejanza entre la dolorosa historia del pueblo judío y la Pasión de Jesucristo.

 

Edith Stein nació en 1891, en el día de Yom Kippur, el Día del Perdón, de la Expiación. En el judaísmo tradicional, suele decirse que, aun si no existiera ninguna otra cosa, el arrepentimiento solo bastaría para acelerar la llegada del Mesías. En una hermosa plegaria, encontrada después de su muerte, Juan XXIII ofrenda así su gran corazón “contrito y humillado”:

 

“Hoy somos conscientes de que durante muchos, muchos siglos, nuestros ojos estaban tan ciegos que ya no éramos capaces de ver la belleza de tu pueblo elegido ni de reconocer en tu Rostro los rasgos de nuestros hermanos privilegiados. Entendemos que el signo de Caín esté escrito sobre nuestra frente. Durante muchos siglos, nuestro hermano Abel yacía ensangrentado y en llanto por nuestra culpa, porque habíamos olvidado tu amor. Perdónanos por la maldición que injustamente hemos atribuido a su nombre de judíos. Perdónanos por haberte crucificado por segunda vez, en ellos, en su carne, porque no sabíamos lo que hacíamos.”

2 Readers Commented

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  1. A friend sent me this today, July 10, 2012-
    Edith, Theresa Benedicta de la Cruz fue canonizada en 1987! Buen artículo

  2. María Teresa Rearte on 1 agosto, 2012

    El pueblo cristiano debe conocer más a Edith Stein, santa Teresa Benedicta de la Cruz. Deben conocerla los jóvenes. Sobre todo los jóvenes universitarios católicos.

    Es una vida fascinante, enla cual se destaca su búsqueda de la verdad. Y la tensión ética que la caracterizó.

    Ella pudo lograr la maravillosa síntesis entre su condición de hija de Israel, el pueblo de Dios, e hija de la Iglesia y del Carmelo.

    Es digno de destacar el lugar central de la cruz en su vida. Como ella escribió «ave crux, spes unica.» Y comprender que su sacrificio unido a la Cruz de Cristo tuvo un lugar de honda y dramática significación en medio del Holocausto. No quiero olvidar, al comentar esta nota, a su hermana Rosa, que la acompañó en el camino al campo de exterminio.

    Sugiero no olvidarnos de conmemorar a santa Teresa Benedicta de la Cruz, a quien la Iglesia venera como virgen y mártir, el 9 de agosto próximo, establecido en la liturgia para tal fin.

    Gracias.

    Prof. María Teresa Rearte

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