A partir de la aparición del primer número de la revista Liberal, el 22 de marzo de 1995, el semiólogo Umberto Eco y el Obispo de Milán, Carlo Maria Martini, mantuvieron un diálogo epistolar que se prolongó durante un año con ritmo trimestral. El resultado de ese intercambio de ideas ocupa la primera parte de este libro. La segunda, está dedicada a un coro de opiniones, que recoge artículos de personalidades tan dispares e interesantes como Emanuele Severino, Manlio Sgalambro, Eugenio Scalfari, Indro Montanelli, Vittorio Foa y Claudio Martelli.

 

El elemento provocador de cada intercambio es Eco, quien comienza las interrogaciones con una carta, excepto en el último caso, para el que Martini se reserva la iniciativa de plantear el problema de fondo, el de mayor carnadura y conflicto. Es allí donde el libro alcanza su mayor punto de interés; como si todo lo anterior no hubiera sido más que un escarceo previo, un sondearse, antes de cruzarse en la discusión mayor.

 

“Está demostrado ahora que los famosos terrores del año 1000 fueron una leyenda, pero también está demostrado que todo el siglo X estuvo recorrido por el temor al fin del mundo, aunque hacia el declinar del milenio la psicosis estuviera ya superada”, escribió Umberto Eco en La estrategia de la ilusión (Lumen, 1996). “De allí (de los tan mentados terrores) tomaron forma los varios milenarismos del segundo milenio… Estamos viviendo nuestros propios terrores del final de los tiempos, y podríamos decir que los vivimos con el espíritu del ‘bibamus, edamus, cras moriemur’ (Bebamos, comamos, mañana moriremos), al celebrar el crepúsculo de las ideologías y de la solidaridad en el torbellino de un consumismo irresponsable”, escribe ahora el semiólogo piamontés treinta y dos años después.

 

Si nos despojamos de todo lo aleatorio y nos quedamos con lo esencial, lo verdaderamente trascendente –equivalencias y disparidades cronológicas mediante–, los problemas que preocupaban a los hombres “ilustrados” de fines del primer milenio, parecen no ser muy diferentes a los que se nos plantean en este desabrido fin del segundo. Claro, el entorno cambia, y se agregan algunos interrogantes –la historia no discurre en vano–, que son los que se plantean en los tres primeros intercambios de ideas. Porque de eso se trata: de un intercambio amable, exquisito por momentos, de opiniones y conceptos. El estilo es depurado, el humor sutil y delicado y el nivel magnífico. Nunca resulta molesto ni irritante leer estas cartas; pero sí muchas veces provocador en el mejor sentido del término. Provocador de reflexiones sobre temas que deberían ocupar el primer lugar en orden de importancia y se ven a diario postergados por cuestiones subalternas y pedestres.

 

El comienzo y sentido de la vida, el rol de las mujeres en el seno de la Iglesia, el misterio de la muerte y el más allá, el posible o probable “fin” del mundo, el verdadero Apocalipsis…

 

Y, por supuesto, la ética. El bien y el mal, la naturaleza del bien, “aquello” que sustenta –o no– el andamiaje moral de quienes no creen en la existencia de un Ser superior.

 

La ética es, sin duda, el centro de la discusión. Constituye el eje natural alrededor del cual gira todo el diálogo entre un creyente y un laico inteligentes y bien intencionados. La pregunta “¿En qué creen los que no creen?” no puede ser más apropiada y certera.

 

Todos creemos en algo: “…en la vida, en una promesa de vida para los jóvenes…” (pág. 164). O, como el comunista de la anécdota de juventud que cuenta Eco en la página 92, y que constituye uno de los momentos más emocionantes de su discurso: “…le expuse la pregunta decisiva: ¿cómo podía él, no creyente, dar un sentido a un hecho de otra forma tan insensato como la propia muerte? Y él (el militante de los años cincuenta) me contestó: Pidiendo antes de morir un entierro civil. Así, aunque yo ya no esté, habré dejado a los demás un ejemplo”. Vexata quaestio, ¿no es cierto?

2 Readers Commented

Join discussion
  1. Diego V on 15 noviembre, 2009

    Estoy en total acuerdo con el maestro Eco. En nuestras vidas siempre van a ver intereses que nos marcaron, los anhelos de la vida terrena. La familia que se expande y en ellas nos refugiamos.

  2. Dolores Carreras on 5 noviembre, 2014

    Me interesa mucho, pero por qué tal distanciamiento entre párrafos.

    Cordialmente,
    Dolores

Responder a Dolores Carreras Cancelar