Cuando este número de CRITERIO llegue al lector, ya se habrá dado a conocer en Roma el mensaje de los padres sinodales al finalizar sus sesiones el 12 de diciembre. No será ése, con todo, el documento más importante que produzca el Sínodo. Más bien habrá otro, de carácter reservado, destinado al Santo Padre, con las recomendaciones votadas. El Papa podrá escribir posteriormente una «Exhortación postsinodal», a partir de los elementos recogidos durante las sesiones del encuentro. Se especula sobre la posibilidad de que dicha exhortación sea dada a conocer en tierra americana, en algún momento durante 1998.

 

En esta nota, por tanto, sólo cabe compartir algunas impresiones recogidas cuando la Asamblea Especial para América del Sínodo de los Obispos ha completado con éxito la primera mitad de su camino.

 

El domingo 16 de noviembre el Santo Padre presidió la concelebración de la eucaristía con los padres sinodales asistentes a la primera sesión especial. En su homilía, leída por partes sucesivamente en italiano, español, portugués, inglés y francés, Juan Pablo II definió históricamente al Sínodo americano como «una mirada sobre la historia desde la fe» y sobre la misión que el continente americano está llamado a cumplir, a más de quinientos años de la evangelización. El Papa invitaba a no separar la historia cristiana de las Américas sino a considerarlas en su conjunto, aun preservando las originalidades específicas de cada subregión. Además, exhortaba a mirar el presente más que el pasado. Es decir, que la historia de la que nos hablaba es aquella que depende de nosotros de aquí en más. Para ello, debemos poner la atención en las señales de la presencia salvadora de Cristo, su palabra y su sacrificio al servicio de la conversión y la evangelización en América.

 

Durante las dos primeras semanas se sucedió una riquísima serie de exposiciones de los padres sinodales ante el plenario. Los «auditores», entre los que se contaban religiosas, religiosos, sacerdotes y laicos, tuvieron la oportunidad de hacer conocer sus puntos de vista ante el plenario del Sínodo, como así también los cinco «delegados fraternos» que fueron invitados a participar de las sesiones.

 

Las impresiones personales recogidas se refieren sucesivamente a: a) gestos y actitudes; b) contenidos temáticos; y c) opciones abiertas.

 

En cuanto a los gestos y actitudes, debe destacarse la permanente presencia del Papa en el aula sinodal, el buen humor que día a día trasmitió a los participantes y la cordialidad con que los fue recibiendo a almorzar o a cenar a lo largo de estas semanas. Ello contribuyó a crear un clima de diálogo y entendimiento, no obstante la multitud de pareceres sobre cuestiones difíciles. Por regla general, las intervenciones no eran aplaudidas, pero algunas sí lo fueron, sobre todo aquellas marcadas por un valor testimonial, con fuertes contenidos simbólicos. Entre los gestos destacables, merece ser citado el que se diera oportunidad de hablar en el plenario también a los auditores. Fue frecuente la mención a la mediación de María. También se subrayó la necesidad de que el ecumenismo no fuera un apéndice de las actividades eclesiales sino una categoría que informara a todas ellas. El llamado a la santidad de los hijos de la Iglesia, incluyendo en ello menciones al testimonio del martirio al que fueron llamados sus hijos en tierra americana, fue también constante. En un mismo registro pueden ser incluidas referencias a la actitud pastoral de «pedagogía del encuentro», o a la «pastoral de la proximidad», o a las advertencias contra la «eclesiolatría». Se recordó, en tal sentido, que debería existir una «opción preferencial por los pecadores» y que «salus animarum suprema lex». Esas actitudes nos hacen pensar que más que un sínodo doctrinal, éste será un sínodo de fuerte impronta pastoral, evangelizadora y gestual. El Sínodo, por tanto, habrá servido para consolidar y fomentar la comunión y la solidaridad de la Iglesia en América, objetivo propuesto inicialmente por el Santo Padre.

 

Con relación a los contenidos, la gran variedad de los temas sobre los que se habló a lo largo de las intervenciones de los padres sinodales hizo recordar los procedimientos que sigue la Asamblea General de las Naciones Unidas, en la que las primeras semanas son dedicadas a un debate en el que todos expresan su visión sobre todas las cosas que juzgan importantes. En general, los padres sinodales vinculaban sus exposiciones con algunos de los puntos del Instrumentum laboris y muchos intervenían en representación de las respectivas conferencias episcopales. Algún obispo con buen sentido del humor aludió a las inevitables repeticiones diciendo que, aunque todo había sido dicho ya, no todos lo habían dicho. Las exposiciones abarcaron una multitud de temas entre los que se contaban familia y vida, vida consagrada, laicos y ministerios laicales, juventud, pueblos indígenas de América, distintas manifestaciones de religiosidad popular y otras cuestiones afines. Otras intervenciones aludieron a temas de naturaleza distinta, como la corrupción en la vida pública, el narcotráfico y la violencia. Muchos padres sinodales se refirieron a las migraciones, la deuda externa y las condiciones de pobreza y exclusión. En este contexto no faltaron menciones al neoliberalismo y a la necesidad de que la ética informe las relaciones políticas y económicas regionales. Otros pusieron el énfasis en la educación y la formación de los fieles y el clero, o en la importancia de los medios de comunicación. Merece ser destacada la intervención del cardenal Sodano, secretario de Estado, quien se refirió negativamente respecto de ciertos nacionalismos y elogió, por el contrario, la solución pacífica de las controversias, como había ocurrido en el caso de la Argentina y Chile con relación al Canal de Beagle, donde la mediación de la Iglesia había tenido un papel decisivo. En la misma línea, los obispos ecuatorianos y peruanos emitieron una declaración relativa a la controversia que mantienen los respectivos países. En general puede decirse que los contenidos de las intervenciones aludían expresamente, con frecuencia, al contexto y a las tradiciones culturales propias del norte y del sur del continente y se refirieron a los destinatarios de la evangelización, a los procedimientos y condicionantes a ella vinculados y a los distintos agentes encargados de hacerla efectiva.

 

Hubo algunas cuestiones u opciones que quedaban abiertas al promediar las tareas del Sínodo, ya que sobre ellas se manifestaron matices diferentes. Tales los casos de las sectas, de la globalización, y de la estructura que asegure el seguimiento de las recomendaciones sinodales que resulten aprobadas por el Santo Padre. Respecto de las sectas, por un lado se puso de relieve el carácter hostil de algunas de ellas respecto de la Iglesia, pero por otra parte no dejó de señalarse que no pocos adherentes provienen de la Iglesia católica, lo que denota falencias que urge contemplar en cuanto a la cordialidad, por ejemplo. Asimismo se señaló la inconveniencia de continuar recurriendo al término «secta» para describir indiscriminadamente a todas las manifestaciones de religiosidad que proliferan. En cuanto a la globalización, muchos padres se refirieron a ella poniendo de relieve las notas contradictorias que la distinguen y su carácter nocivo o potencialmente beneficioso para la evangelización. Finalmente, en cuanto a la estructura que pudiera recomendarse erigir para coordinar las tareas de la Iglesia en América, se pronunciaron opiniones favorables y adversas. Por regla general, las contrarias contaban con una fundamentación más desarrollada, mientras que las primeras se limitaban a proponer su constitución.

 

El primer domingo de adviento, 30 de noviembre, dio comienzo el segundo año de preparación inmediata al jubileo: es el año del Espíritu Santo. Juan Pablo II presidió la Eucaristía en San Pedro, con la participación de las parroquias romanas. A partir del lunes 1° de diciembre, los padres sinodales se reunían en los grupos de trabajo llamados circuli minores, integrados predominantemente según criterio lingüístico. Cada grupo ha elegido ya a sus moderadores y relatores y luego habría de procederse a la elección de los integrantes del Consejo postsinodal. En estos circuli minores se desarrollará la mayor parte de las tareas de la fase final de Sínodo, mediante la presentación, discusión y votación de las proposiciones y sugerencias que los obispos formulen.

 

El Santo Padre ha convocado a la Iglesia en América a realizar conjuntamente un formidable esfuerzo de reflexión y diálogo, con vistas a la evangelización desde una perspectiva histórica y una prospectiva de largo plazo. Sin embargo, hay también dos acontecimientos cercanos de gran importancia: el primero de ellos, la anunciada visita de Juan Pablo II a Cuba, en el mes de enero de 1998. El Papa irá a Cuba con el respaldo potente de un Sínodo continental. No hay institución, fuera de la Iglesia, que pueda convocar a un evento de trascendencia análoga en la región. Luego sucederá la cumbre hemisférica que se celebrará en Santiago de Chile, en el mes de abril. No es de excluir que muchas de las preocupaciones reflejadas en las intervenciones en el Sínodo, encuentren la forma de llegar hasta los jefes de Estado reunidos en esa oportunidad.

 

 

Roma, 30 de noviembre de 1997

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