Mortalidad infantil: 6 por mil. Desempleo: 5%. 45 millones de habitantes. Esperanza de vida al nacer: 82 años. Exportaciones: 135 millardos (miles de millones) de dólares. Principales clientes de la Argentina: Zona Americana de Libre Comercio 45%, Asia 25%, Unión Europea 20%. PBI per cápita: 15.000 pesos a valores de hoy…

 

Un país respetado por sus buenos sistemas de justicia y de seguridad. Los padres de cualquier nivel social eligiendo libremente el colegio de sus hijos. Sólo un 5% de la población con ingresos por debajo de la línea de pobreza y menos del 1% por debajo de la línea de indigencia. Escolarización preescolar y general básica: 100%; polimodal: 95%. Deserción en el primer nivel: 1%…

 

Un sistema de salud de bajos costos, alta calidad y cobertura plena para toda la población. Hospitales públicos altamente competitivos, que no sólo atienden a la población no cubierta, sino también a sectores de mayores ingresos atraídos por la calidad de sus prestaciones…

 

Depósitos en el sistema financiero: 500 millardos. Amplio acceso al crédito por parte de las familias y las PyME y especialización de muchos bancos en el comercio exterior. La construcción de viviendas es un boom que ya lleva más de diez años y permitió reducir drásticamente su déficit, por el aumento del ahorro y por el sistema de hipotecas titulizadas. Hay 100 millardos de pesos acumulados en las cuentas de ahorro de los fondos de pensión y 30 millardos en las cuentas de indemnizaciones por despido, de riesgos laborales y de educación. Por las dudas, una masa de maniobra de otros 30 millardos de dólares para eventuales «tequilas»…

 

La Patagonia, Cuyo, el Noroeste y el Nordeste, nuestras «economías regionales» desde siempre «atrapadas sin salida», produciendo y exportando ahora abundantemente a los mercados del mundo productos de marca, diferenciados también por su calidad ambiental… La pampa húmeda altamente tecnificada, con múltiples ciudades y pueblos convertidos en centros modernos de servicios y sin nada que envidiar a las otras llanuras templadas del planeta…

 

Un país al fin reconciliado con su generosa dotación de recursos naturales, y que mostró poder usarlos, más allá de transitorios booms de precios, para valorizarlos y desarrollar un tejido productivo capaz de sustentar un nuevo tejido social. Modernos y perdurables racimos productivos integrados en torno de la explotación de los recursos naturales, produciendo también sus insumos y maquinarias y elaborando bienes de calidad internacional con valor agregado a partir del petróleo y el gas, la gran minería, los bosques, la pesca y la acuicultura, la leche y la miel, los cereales y los oleaginosos, el algodón y la lana, el cuero y las pieles, las carnes rojas, blancas y de caza, las frutas finas y de pepita, cítricas y de carozo, las hortalizas, los vinos y cervezas, las infusiones y el tabaco y una variadísima gama de nuevos cultivos…

 

Sí, «la Argentina supermercado del mundo», dejando bien atrás los remilgos por la «vulgaridad» de la producción y del comercio…

 

Una Argentina que también mostró su capacidad para combinar esa explosión de los recursos naturales con un sólido desarrollo industrial, no sólo en alimentos sino también en insumos metalúrgicos o químicos y en manufacturas textiles, editoriales, metal-mecánicas y aun informáticas.

 

Por eso, otras cien ciudades del país llegaron a ser «distritos industriales» especializados-exportadores, y la histórica Buenos Aires del grito del 25 de Mayo de 1810 es, doscientos años después, la capital de la cultura latinoamericana, centro de atracción del turismo internacional y ella misma especializada en la exportación de servicios y manufacturas de calidad…

 

Muchas de las viejas, generosas, vetustas y superpobladas ex universidades nacionales, convertidas ahora en universidades provinciales, servidoras de su comunidad, centros especializados de excelencia educativa y de investigación compitiendo entre sí y con el sector privado, para atraer a sus clientes-alumnos, y núcleos de un sistema científico y tecnológico con claro liderazgo en América latina…

 

Un país presto a celebrar sus primeros doscientos años y el término de un sexto período democrático y constitucional consecutivo. Y a festejar, también, la continuidad de la dura pero fructífera reforma iniciada veinte años antes, que inaugurara la tercera etapa de su desarrollo económico, la de la economía subsidiaria, integrada y abierta, la más fructífera de todas…

 

Un país que sobre la base de estos cambios en sus instituciones políticas y económicas, pudo también reencontrarse con la solidaridad y con la calidad, pudo volver al fin a nombrarse a sí mismo como «nuestro» y erradicar la cultura rentística, parasitaria, demagógica y, básicamente, «chanta», la del «¿Yo? ¡Argentino!» y el «sálvese quien pueda»…

 

Un sueño que sin duda compartimos la inmensa mayoría de los argentinos.

 

Un sueño posible, pero de ninguna manera inevitable. Porque, mal que le pese a Fukuyama y al progresismo ingenuo, el bien no es fatal, el horror es posible y, aunque sólo sea por esto, «todavía» no hemos llegado al fin de la historia…

 

Así como hay un sueño posible, hay también una pesadilla posible y muchos sueños grises que ni siquiera salen a la luz de la vigilia, alimentados a diario por los que profetizan la «oscuridad del fin de siglo», contagiados del pesimismo europeo, pero con buen asidero en una América latina de la que somos parte y en la que todavía perduran la marginalidad social, las desigualdades estridentes, la violencia urbana, el narcotráfico…

 

Un sueño que requiere todavía atravesar muchas fronteras, conquistarlas sin sangre. Con mucho sudor y las omnipresentes lágrimas, agridulces porque se sabe que más allá está la esperanza. Un sueño que a los modernos nostálgicos les saberá módico. Pero que tiene el gusto delicioso de la tarea fructífera y común…

 

Las instituciones políticas y económicas no fueron, sin embargo, suficientes. Para festejar de tal modo nuestro bicentenario fue necesario conquistar la ciudadela de nuestra propia sociedad y de nuestra propia cultura para comenzar un siglo que debería ser ante todo el de las personas y las sociedades…

 

Las nuevas instituciones no «emanarán» ni de la economía ni del sentarse a esperar. Será menester conquistamos a nosotros mismos y gestar una inteligente integración al mundo, una nueva y más integrada geografía, una recobrada industriosidad, el ahorro productivo como modo de vida, una nueva constitución social centrada en las personas, capaz de revitalizar las empresas y el trabajo, y de democratizar el capital y la educación en pos de una síntesis superadora tanto del «capitalismo salvaje» como del «Estado Providencia»; un Estado reinventado para el siglo XXI y basado en la total transparencia de nuestros gobiernos y procedimientos públicos y en una renovación de la representación política…

 

Un desafío aun más convocante porque no tuvo ni tiene fin a la vista, sólo una continuidad en una nueva cultura que nos abstendremos de proponer, pero no de soñar y de bosquejar…

 

Un sueño que, atravesando los tentadores y pasatistas paisajes posmodernos, pudo empezar a hacerse real porque primero fue, no utopía, sino proyecto.

 

 

 


Páginas iniciales de Otro siglo, otra Argentina. Una estrategia para el desarrollo económico y social nacida de la convertibilidad y de su historia. Buenos Aires, 1997.

Texto cedido por el autor.

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