El resultado de las elecciones del 28 de junio, adverso para el peronismo K, interrumpe una carrera al vacío similar a la que, con otros medios y fines, emprendieron las formaciones montoneras en la década del 70. Sin embargo, tratándose del PJ, es de esperar un reacomodamiento interno que provoque la salida de algunas figuras y la llegada de otras, sin alterar necesariamente la dinámica corporativa que constituye su esencia, acostumbrado a repartir favores a cambio de oportunas lealtades. Alguien conocedor de estos vaivenes definió al PJ como “una cooperativa de traidores que festejan juntos el día de la lealtad”. Así, cualquiera sea el elegido para presidir el PJ o para representarlo en 2011, deberá demostrar gran flexibilidad y tolerancia para preservar su unidad. Tarea que difícilmente se combina con la necesidad de encarar las transformaciones que requiere la Argentina. A esta altura cabe preguntarse si lo que es bueno para el PJ como estructura de poder lo sea también para el país y viceversa.
Pero la cuestión no se limita sólo al PJ. Hemos llegado a semejante situación de confusión conceptual y de arbitrariedad, manifiesta en todos los espacios de la convivencia social, que no sabemos si todavía queda margen para una corrección del rumbo. No se trata de desconocer la natural crispación propia de los períodos electorales sino de observar el retroceso que, sin pausa, refleja la educación, la salud, la seguridad y el empleo. Y reconocer que estas carencias son disimuladas con paliativos como el aumento del empleo público, los subsidios, la estatización de fuentes productivas, los controles en la comercialización de bienes y del flujo de capitales que, entre otras medidas, han demostrado repetidamente acentuar el deterioro social. A pesar de ello, tanto el Frente para la Victoria como buena parte de los partidos de la oposición han optado por el discurso de un Estado paternalista para lograr el aplauso fácil. Baste recordar las contradicciones de los voceros de Unión-Pro, la coalición vencedora en Buenos Aires, a propósito de las privatizaciones, por no mencionar las pretensiones utópicas y fuera de aplicación práctica lanzadas por Fernando “Pino” Solanas, lo que le valió un meritorio segundo puesto en la Capital. Todo esto demuestra la preeminencia de los líderes sobre los programas partidarios; y la importancia creciente del electorado independiente sobre el voto cautivo, importancia que, en la última contienda, representa más del 25% de la suma de los votos alcanzados por ambos peronismos. Una combinación que, lamentablemente, alimenta la volatilidad del voto y la fragmentación de partidos en épocas en las que se requieren consensos para el diseño de políticas de Estado.
Mientras el PJ se reacomoda es mucho lo que los demás partidos, y particularmente los integrantes de la Coalición Cívica, pueden aportar. No sólo en el plano legislativo sino también en el programático, rescatando, por ejemplo, las grandes reformas pendientes que fueron exhaustivamente formuladas en 2002 por la Mesa del Diálogo Argentino y luego prolijamente olvidadas por la administración K. Es obvio que cuanto más crezca el protagonismo de la Coalición Cívica, si logra perfilarse como competidor serio en 2011, mayor será la respuesta virtuosa dentro del PJ. En ese sentido, y teniendo en cuenta tanto la experiencia del Pacto de Olivos como la de la misma Alianza, es dudosa la conveniencia para dicha oposición de abrazarse a algún peronismo residual.
La reciente invitación del Gobierno al diálogo es positiva en cuanto se entienda que más que diálogo se requiere negociación. Los dos temas más acuciantes son el financiamiento público y la reforma política, y en ambos casos habrá que arbitrar entre intereses contrapuestos en un horizonte mediato. Sería bueno entonces que, en lugar de declaraciones altisonantes, se avanzara con un programa de transición hasta 2011 para permitir a las nuevas autoridades, legitimadas mediante elecciones partidarias internas, gobernadores incluidos, encarar las reformas de fondo que el país reclama.

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