Nulla salus bello (Nada bueno hay en la guerra)

Virgilio

 Muchos opinaron, con sorpresa y perplejidad, en contra del otorgamiento del premio Nobel de la Paz 2009 al presidente de los Estados Unidos, Barack Obama. Por supuesto, una cuota importante de la crítica se debe a que se trata del presidente de los Estados Unidos, un país imperialista, agresor, en guerra permanente y con expansión militar en todo el mundo. Los moderados, aun entre los críticos, insisten en que resulta un premio prematuro: aún no ha hecho lo suficiente para merecerlo, arguyen. Otros insisten en que se trata más bien de una especie de constricción moral, hacia el futuro, para condicionarlo en su política exterior. En su propio país, las críticas son más severas, hasta brutales: les confirma a los opositores que Obama es un peligro para los intereses de los Estados Unidos en el mundo. El argumento es: si lo que hace Obama provoca tanta admiración en Europa, seguro que es dañino para nosotros. Entre los perplejos, aunque menos críticos, prevalece el criterio de que el sólo cambio de estilo, de discurso, de dirección y de objetivos, es insuficiente para merecer semejante galardón.

El Comité Nobel ya aclaró que el Premio es por lo que ya hizo, que considera un cambio esencial y necesario en la dirección de la política mundial por provenir de la mayor potencia. Esto es innegable. Un breve elenco, entre lo de mayor trascendencia, nos muestra a los Estados Unidos uniéndose al resto del mundo en la asunción de responsabilidades plenas en lo concerniente al cambio climático; el reinicio del proceso de reducción del armamento nuclear, en especial, con el segundo mayor poseedor, Rusia, con un objetivo de máxima: la eliminación total; la expresa condena –y renuncia– a la tortura; el compromiso de un rol más activo en la negociación entre israelíes y palestinos; la posición de firmeza, con disponibilidad para negociar, respecto de Irán y las diversas intervenciones en foros como el de la Universidad de El Cairo (ver Criterio n. 2350, julio 2009: Obama dixit: Ave Fénix)*. Todo, en sólo ocho meses.

Es claro que el carisma, la inteligencia, la simpatía y el talento retórico de Barack Obama inclinaron a los miembros del Comité a repetir lo que hicieron en algunas pocas ocasiones previas: honrar un proyecto de futuro de gran aliento antes que un éxito ya ocurrido.  En 1919, premiaron al presidente Wilson por el intento de crear la Liga de las Naciones, no menos que por los famosos principios que pretendieron establecer una nueva legitimidad democrática que reemplazara al antiguo régimen que había prevalecido desde el Congreso de Viena. Ese gran proyecto fue luego frustrado por el Senado de ese país, privando así a la Liga de relevancia. Otro caso más cercano en tiempo y forma es el Nobel a Willy Brandt, en 1971, por la recién estrenada entonces Ostpolitik, uno de los mayores aciertos ideológicos, políticos y estratégicos no sólo de Alemania, sino de toda Europa, que se demostró exitoso. Fue una de las bases más sólidas que llevaron en menos de dos décadas a la caída del Muro y a la reunificación de Alemania.

El Comité Nobel ha efectuado una verdadera apuesta al futuro. Demuestra que la calificación de Rumsfeld (y G.W. Bush) de “vieja Europa”, era injusta. Es más bien sabia, al recuperar para el mundo –otorgándole nueva legitimidad– a unos Estados Unidos capaces de renovarse a sí mismos. Reconoce no sólo esto, sino el coraje de Obama al plantear políticas que en su propio país suelen ser impopulares: comprometer a los Estados Unidos con el mundo, de manera multilateral, en lugar que unilateralmente, por la fuerza. Existe una ecuación: es inversamente proporcional la popularidad internacional de una política exterior de los Estados Unidos con la percepción interna.

Al mismo tiempo, al Comité Nobel de la Paz también se le debe reconocer el mérito de afrontar críticas en la propia Europa, tanto como en otros continentes. Este premio muestra la voluntad de recuperar a los Estados Unidos como actor principal, imprescindible, pero al mismo tiempo multilateralmente implicado. De algún modo, actúa como una reconciliación, luego de la era Bush, para con una nación que durante el siglo XX jugó un rol decisivo –positivo, sin duda– en la suerte de Europa y de Asia.

Con respecto al propio presidente Barack Obama: que la “iluminación” del Comité noruego sea un aliciente en el arduo camino que le queda por delante.

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