angela1Pegar o humillar a un niño o abusar sexualmente de él es un crimen porque significa dañar a una persona para toda la vida.

 

                 No es el cielo quien reparte  crueldad entre las personas, sino los padres y los educadoresBruce D. Perry

“Mientras la opinión pública no tome en cuenta que diariamente se cometen innumerables asesinatos psíquicos con los niños, a consecuencia de los cuales tendrá que padecer la sociedad entera, seguiremos encerrados en un laberinto oscuro. Mi optimismo reposa en la esperanza de que la sociedad no siga tolerando el encubrimiento de los malos tratos y abusos en nombre de la educación”. Françoise Dolto

 

 

La ceguera congénita es, en la  mayoría de los casos, un destino irreversible. Pero la ceguera emocional no es congénita ni tampoco irreversible; es la consecuencia de ciertos “valores” aún considerados “sagrados” de una educación autoritaria que, en lugar de cuestionar a los poderosos, inculpa y castiga a los más débiles.

¿Por qué aún hoy, a pesar de nuevos descubrimientos irrefutables, muchos sociólogos, psicoanalistas, filósofos y otros especialistas del ámbito religioso e intelectual, prefieren entregarse a especulaciones meramente teóricas y negadoras del verdadero origen de los malos tratos y aberraciones padecidos en la infancia?

¿Por qué tan tardíamente y en medio de tanto silencio cómplice sale a la luz una tragedia que anida no sólo en reformatorios y en ambientes marginales –como muchos creen–, sino en instituciones “tradicionales y respetables” y en el seno mismo de “hogares armoniosos”?

El silencio generalizado y evasivo, la abstención, no querer saber, omitir la información y el conocimiento disponible, son decisiones fatales y una forma de seguir ejerciendo violencia. Los niños experimentan su primer contacto con la violencia y con los abusos psicológicos y sexuales a través de las personas que más quieren –padres, parientes o adultos que tendrían que cuidar de ellos. ¿Qué puede hacer un niño, cualquier niño, en medio de circunstancias tan nefastas? No quiere ser rechazado ni odiado, entonces se subordina, se somete amordazando su ira, tragando su dolor –por enorme e insoportable que sea– para poder sobrevivir.

Como nuestra sociedad prohíbe la ira que se dirige contra los padres o autoridades responsables del cuidado, el silencio y el olvido se ciernen sobre él, obligándolo a reprimir sucesos tan dolorosos.

Un niño no puede tener sentimientos de indignación o rabia ante la manipulación engañosa del adulto porque no se da cuenta y porque está obligado a aceptar los absurdos de sus educadores sin reparos ni sentimientos hostiles. Sólo puede sentir

vergüenza, culpa, temor, inseguridad y desamparo.

Los niños educados con severidad, obediencia ciega y castigos no pueden rebelarse: les es imposible saber que en el mundo existen otras cosas además de la crueldad y los

abusos, por lo tanto, seguirán sometiéndose. Cuanto más temprano haya ocurrido este crimen psíquico, más inasible le resultará al afectado. Más tarde, ya adultos, cuando tengan poder, repetirán compulsivamente y con asombrosa precisión con seres más débiles –hijos, sobrinos, alumnos– la misma tragedia que permaneció sepultada en su

inconsciente. Debido a su ceguera emocional –consecuencia de los dolores y traumas reprimidos–, lo vivirán como si fuera algo completamente normal, dando lugar a una

nueva cadena de crueldades.

Gran parte de la sociedad rara vez se pregunta acerca del origen de este arsenal de odio y destrucción; elige seguir ignorando y banalizando cómo la degradación temprana, los malos tratos y la violación psíquica del niño se manifiesta en su vida ulterior.

Con hipocresía y afán moralizador, los medios de comunicación sólo presentan el último acto de esta trágica cadena de acontecimientos, sin ahondar en la comprensión de

sus nexos causales.

¿Cómo puede romperse este círculo? ¿Cómo salir de esta trampa mortal? Sólo la experiencia de ser querido, respetado y valorado permite al niño identificar la crueldad

como tal, percibirla y rebelarse. El pasado no puede modificarse pero sí podemos reparar sus consecuencias. La presencia de seres empáticos tiene una importancia decisiva para un joven o un adulto con una infancia traumática.

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