Muchos jóvenes están atrapados por las drogas y la evasión que parecen ofrecer. La preocupación de un obispo frente al flagelo y algunas propuestas para empezar a recuperar el sentido de la existencia.Que la droga llegó para quedarse es un hecho. Podrán algunos funcionarios insistir en que “somos país de tránsito”, pero lo cierto es que igualamos en consumo per capita a los Estados Unidos y somos el primer consumidor de marihuana y cocaína de América del Sur. Sin embargo, cada estadística o cifra expresa a personas con rostros concretos. Por eso, además de describir con precisión la extensión del problema, debemos preguntarnos por las causas. ¿Por qué se droga la gente? ¿Por qué se da este flagelo que nos preocupa tanto?

Las causas son varias y, por lo general, confluyen de modo simultáneo y en distinto orden: social, cultural, económico, orgánico, mafioso… Veamos algunas de ellas. El modelo económico construido sobre un consumismo desmedido nos “impone” determinados patrones de conducta. Pasamos del “pienso, luego existo” al “consumo, luego existo”. Acerca de esto me contaba otro obispo que en un aeropuerto había leído un cartel que decía “eres lo que consumes”.

A estas propuestas consumistas debemos agregar que algunos programas en los medios de comunicación social son como grandes maquinarias de banalización de los sentimientos nobles. Se promueve la burla a la fidelidad, al amor, a la amistad. Se exacerba la competencia desleal y el individualismo que se desentiende de los otros. Se censuran o ridiculizan las preguntas más importantes acerca de la vida y la muerte, y del sentido que ellas tienen. Hay una sobreexigencia de éxito y, por ende, no se tolera el fracaso. En cuanto a lo social, hay muchas cosas fuera de lugar. Los jóvenes no deberían poblar las cárceles y los cementerios. Los niños y adolescentes deberían estar en la escuela, no cartoneando o sentados en una esquina, sin hacer nada. Son cientos de miles, más de 500 mil en nuestro país. Para darnos una idea de lo que esto significa podemos comparar esta cifra con la población de algunas provincias: cinco veces los habitantes de Tierra del Fuego, casi tres con respecto a Santa Cruz, está de cerca de duplicar la población de San Luis, La Rioja y La Pampa, y es superior a la población de Formosa y de Chubut. Imaginemos que de pronto todos los habitantes de las provincias de Catamarca y Santa Cruz, simultáneamente, se reúnan en las esquinas, sin actividad alguna, a tomar cerveza y ver pasar la vida. Algunos hablan de la generación NiNi: ni estudian, ni trabajan.

Esta falta de horizontes claros y previsibles genera sentimientos de angustia e incertidumbre en muchos jóvenes. Y la fuerte tendencia narcisista y hedonista es un serio obstáculo para el diálogo y el encuentro con los demás. Crece el deseo de fuga ante una realidad que se presenta opaca, ambigua y muchas veces también hostil. En no pocos ámbitos de adolescentes, la aceptación grupal pasa por el consumo de alguna droga o alcohol hasta el descontrol. La “diversión” del fin de semana está signada por la costumbre de emborracharse y consumir mezclas de bebidas. Muchos varones, ante el

temor de no responder bien sexualmente, consumen viagra –sin ningún tipo de control médico– y las chicas, anticonceptivos como si nada. Con la excusa de “rendir mejor” unos o “cuidarse” otras están poniendo en riesgo su salud reproductiva del futuro. No se les informa acerca de las consecuencias que provoca en su organismo en desarrollo semejante alteración hormonal. Y a muchos los mueve más el miedo al ridículo que la búsqueda de placer. Un médico me decía que estas chicas corren serio riesgo de no quedar embarazadas cuando ya adultas quieran hacerlo. Y los varones se exponen a padecer impotencia precoz.

Además, el consumo de viagra en los adolescentes deja al descubierto enormes situaciones de inseguridad. Lo “necesitan” para no arriesgarse a fallar. Son los mismos adolescentes que expresan apasionados sentimientos por mensajes de texto o Internet, pero se mueren de vergüenza si tienen que decirlos personalmente, cara a cara. Hay también una pérdida de la intimidad. Todo es público, y se muestra sin censura –ni siquiera de buen gusto– en las redes sociales. Estas situaciones no ayudan a los jóvenes a desarrollar sus cualidades. No podemos dejar de mencionar que esta situación es aprovechada por traficantes de la muerte que realizan  negociados millonarios mediante organizaciones delictivas en torno a la explotación sexual. Contratan “mano de obra barata” en los barrios, corrompen fuerzas de seguridad, financian campañas políticas, controlan territorios… Un negocio fabuloso: la muerte en contra de la vida.

En nuestro clima cultural va ganando espacio un nuevo nihilismo. Ya el tango había expresado “la vida es una herida absurda”. En algunos ambientes mejor acomodados económicamente se expresa como angustia existencial o crisis de sentido. En otros más pobres, se escucha: “Mi vida no vale nada, la tuya tampoco” o “Yo ya estoy jugado”. En los pobres hace estragos el alcoholismo, consecuencia en muchos casos de la desocupación prolongada que conduce a una baja autoestima (“No sirvo para nada”) y que suele derivar en violencia doméstica. Las víctimas de esa agresión habitualmente son las mujeres y los chicos. ¿Cómo salir de esta situación? Es complejo y difícil. La imagen del laberinto es una dramática y excelente manera de graficar el escenario.

Una funcionaria del gobierno de la provincia de Buenos Aires dijo hace poco: “Nos va a llevar mucho tiempo que los jóvenes recuperen sus ganas de vivir”. Es necesario fomentar tareas grupales en dos dimensiones: producir bienes o tener una finalidad solidaria. Y colocar en los primeros planos las expresiones de belleza, promover talleres de pintura, literarios, teatrales… Quienes encuentran cómo canalizar y comunicar, ya tienen un logro. El deporte también ayuda, sobre todo cuando nos vincula con equipos de otros lugares. Se transmiten valores, se imitan conductas, hay que levantar la cabeza y contar con los compañeros… ¿Quién no sabe que el deporte es un ensayo de la vida misma? Gabriel Marcel escribió: “Amar a alguien es decirle: tú no morirás jamás”. Sólo el amor es eterno. “El amor no pasará jamás” nos enseña san Pablo, y nosotros lo creemos y sabemos.

El consumismo, las relaciones emotivas intensas pero fugaces, no alcanzan para generar vínculos que se sostengan de modo permanente. Sólo satisfacen un deseo efímero. Pero, al final, lo mismo: la soledad. Nuestra vocación y mejor tarea es amar. Volviendo a la frase cartesiana del principio, queremos lograr que cada persona – más allá de su edad y condición – pueda sentir y expresar: “Amo y soy amado, luego existo y soy feliz”; no necesito sustancias para fugarme de la realidad, por más dura que sea.

 

El autor es obispo de Gualeguaychú y responsable de la Comisión Nacional sobre Drogadependencia de la Conferencia Episcopal Argentina.

1 Readers Commented

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  1. david on 28 abril, 2017

    buena larevista

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