Las largas conversaciones entre un rabino y un cardenal argentinos, que dieron origen al libro Sobre el cielo y la tierra, constituyen un testimonio de apertura mental y de encuentro fraterno.Amigos desde hace años, a partir de una iniciativa del rabino Abraham Skorka, que encontró eco inmediato en el cardenal Jorge Mario Bergoglio, decidieron convertir muchas de sus habituales conversaciones en un libro que abarca tantos temas que bien le va el título Sobre el cielo y la tierra, publicado recientemente por la editorial Sudamericana. En la introducción, Skorka presenta el diálogo como experiencia; y Bergoglio toma la imagen del frontispicio de la catedral de Buenos Aires, que representa el encuentro de José con sus hermanos, como la más lograda forma de diálogo. En efecto, Skorka señala que “demanda descubrirse mutuamente”. Y Bergoglio, que “nace de una actitud de respeto hacia otra persona, de un  convencimiento de que el otro tiene algo bueno que decir; supone hacer lugar en nuestro corazón a su punto de vista, a su opinión y a su propuesta”.

La obra, que conserva un estilo coloquial y finalmente se presenta como una suerte de literatura epistolar, versa sobre Dios, el mal, las religiones y los ateos, los líderes y los discípulos, la oración y el fundamentalismo, la muerte, el divorcio, la vejez, la eutanasia, el matrimonio de personas del mismo sexo, la educación, la política, el poder, los años 70 en la Argentina, el peronismo, el Holocausto, el conflicto árabe-israelí y, claro está, el diálogo interreligioso. Quizás sería mucho pretender que en un verdadero diálogo los interlocutores se dispusieran a una apertura mental y espiritual capaz de permitirles hasta cambiar algunas de sus convicciones, pero lo cierto es que en este caso advertimos una sincera actitud de encuentro fraterno y de hablar desde la verdad tal como cada uno la percibe. No se trata de una conversación formal o diplomática: no temen expresar sus dudas, señalar las debilidades de cada comunidad, manifestar curiosidad e interés por el otro, al tiempo que cada uno expone sus razones.

Así lo expresa Bergoglio: “Dialogar entraña una acogida cordial y no una condena previa. Para dialogar hay que saber bajar las defensas, abrir las puertas de casa y ofrecer calidez humana”.

En algunos puntos fundamentales la coincidencia es sorprendente. En otros aspectos a veces disienten pero, por lo general, se complementan. Los dos tienen íntimas convicciones y la inteligencia que les permite convivir con más preguntas que respuestas. Afirma Skorka: “Una de las maneras en que el feligrés puede darse cuenta de que alguien quiere coartar su libertad interior y cautivarlo se da cuando ese líder habla con una certeza absoluta”. Y Bergoglio: “Cuando alguien es autosuficiente, cuando tiene todas las respuestas para todas las preguntas, es una prueba de que Dios no está con él”. Ni los fenómenos sanadores ni la intransigencia de algunos grupos  religiosos conservadores entusiasman al cardenal. A ambos les preocupa cómo discernir a los líderes religiosos y cómo formar a los nuevos ministros para bien de la comunidad. Sobre el tema del mal, mientras el católico dice creer en el demonio, el judío prefiere referirse a él como ausencia de Dios.

Para los dos, la vida del espíritu supone silencio y capacidad de entrar dentro de sí. “Dios –dice el rabino– se revela a nosotros de un modo muy sutil”. En efecto, ya en la presentación, cuando describe los encuentros, señala que dialogaban “en la más absoluta intimidad, salvo la presencia de Él, que aunque no lo nombráramos asiduamente (¿acaso hacía falta?), lo sentíamos siempre presente”. Y completa el cardenal: “La experiencia espiritual del encuentro con Dios no es controlable. Uno siente que Él está, tiene la certeza, pero no puede controlarlo”.

En uno de los capítulos se preguntan cómo comunicar la realidad espiritual al hombre de hoy. Coinciden en que el ateísmo es una “postura arrogante” y que “la posición más rica es la del que duda”. En ese sentido, se muestran interesados en el encuentro con los agnósticos. Y no temen aceptar que las religiones han provocado muchas veces en la historia guerras y violencia. Con respecto al celibato sacerdotal, propio de la Iglesia católica romana, Skorka explica que el judaísmo acepta el desafío de vivir en el mundo y “luchar con todas las dificultades que la moda del momento traiga a tu casa”. Bergoglio da un paso más frente a algunas situaciones críticas y explica que si un sacerdote le confiesa haber dejado embarazada a una mujer, “lo escucho, procuro que tenga paz y poco a poco lo hago caer en la cuenta de que el derecho natural es anterior a su derecho como cura; por lo tanto, tiene que dejar el ministerio y debe hacerse cargo de ese hijo, aunque decida no casarse con esa mujer”.

Los autores dedican una página a condenar duramente la pedofilia y toda forma de abuso de menores; para Bergoglio hay que tener tolerancia cero con esos crímenes. Skorka recuerda un aforismo talmúdico: “A todo hombre respétalo y sospéchalo”. Además, no están de acuerdo con el matrimonio entre personas del mismo sexo, pero discrepan sobre el papel de la mujer en el ministerio religioso.

Uno de los capítulos más interesantes es aquel en el que intercambian apreciaciones sobre la oración. Allí se lee que en hebreo rezar significa autojuzgarse, que orar es un acto de libertad, que la oración necesita de un silencio reverente y de “una especie de regateo, como cuando Abraham negocia con Dios por los castigos de Sodoma y Gomorra”. Y concuerdan en la afirmación del rabino: “Lo peor que puede ocurrir no es pelearse con Dios sino serle indiferente”. Cuando conversan sobre la pobreza y los débiles, recuerdan la relación entre expresiones religiosas y actos de justicia: “Es imprescindible ayudar al prójimo, dar pan al hambriento, vestir al desnudo”. Sobre la temática de la culpa, observan que puede ser considerada desde la trasgresión y desde la psicología. Dice el rabino: “No creo que la culpa sea exclusivamente un sentimiento religioso; es una cuestión cultural”. El cardenal recuerda a san Agustín cuando considera el pecado de Adán y Eva como una feliz culpa. Acaso uno de los capítulos más sobrecogedores sea el destinado al Holocausto o Shoá. No puede faltar la pregunta: ¿Dónde estaba Dios en el Holocausto? Hay cosas que no se pueden entender de ninguna manera, explica Skorka. Pero señala que debemos cuestionarnos dónde estuvieron los hombres que actuaron por acción u omisión, “los que asesinaron y los que miraban para otro lado”. Bergoglio explica que, por otra parte, “las grandes potencias se lavaron las manos, miraron para otro lado, porque sabían mucho más de lo que decían, así como se lavaron las manos en el genocidio de los armenios”. La actuación de la Iglesia en esos años, las figuras de Pío XII y Juan XXIII, qué se hizo y qué se hubiera podido hacer, también aparecen en estas páginas. Finalmente, se refieren al Concilio Vaticano II como un momento luminoso para el diálogo entre cristianos y judíos. Recuerdan los méritos de los cardenales Jorge Mejía y Antonio Quarracino y el rabino Marshall Meyer en el encuentro interreligioso en nuestro país.

También conmueve cuando hablan sobre la muerte: el sufrimiento final, la angustia, la aceptación, la conciencia de que todo termina. Confiesa Skorka: “Hay que preguntarse qué hacemos con la muerte todos los días, con la angustia que genera. Elaboro la angustia de la muerte a través de mi fe, creo que cuando ocurra entraré en otras  realidades de tipo espiritual. Nosotros creemos que hay otra vida después de la muerte. Hablar ahora acerca de los detalles de ese mundo venidero sería una arrogancia, apenas

podemos vislumbrar algo”. Agrega Bergoglio: “Si la creencia en el más allá fuera un mecanismo psicológico para evitar la angustia, no serviría; porque la angustia vendría igual. La muerte es un despojo, por eso se vive con angustia. Uno está aferrado y no se quiere ir, tiene miedo. Y no hay imaginación del más allá que te libre de eso. Hasta el más creyente siente que lo están despojando, que tiene que dejar parte de su existencia,

su historia. Son sensaciones intransferibles”. Por último, así como se advierte en el rabino una marcada inclinación por la literatura talmúdica, no deja de llamar la atención la fluidez con que el cardenal se maneja a la hora de explicar las últimas décadas de nuestra historia patria, los conflictos, el peronismo, el comunismo y el capitalismo. En síntesis, un libro que da cuenta de la empatía que une a dos dirigentes religiosos claramente abocados al discernimiento y a la acción pastoral.

 

Abraham Skorka (Buenos Aires, 1950) es doctor en Ciencias Químicas, profesor de Biblia y Literatura judía y preside el Seminario Rabínico Latinoamericano.

Jorge Mario Bergoglio (Buenos Aires, 1936) fue provincial de los jesuitas en la Argentina y consagrado obispo en 1992. Desde 1998 es el arzobispo de Buenos Aires y cardenal desde 2001.

2 Readers Commented

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  1. Mariel on 22 enero, 2011

    Realmente.Excelente el diálogo interreligioso entre el Cardenal Jorge Bergoglio y el Rabino Abraham Shorka.Resalto palabras,de uno de éllos,que dice:que para dialogar hay que saber bajar las defensas,abrir las puertas de casa y ofrecer calidez humana.FELICITACIONES a los dirigentes religiosos abocados al discernimiento y a la acción pastoral.

  2. MARTINE on 11 febrero, 2011

    Lo interesante es que hayamos dejado atrás estos prejuicios:las personas se comunican con el alma;más allá de su «religión».En pleno siglo XXI es inconcebible que existan barreras por creencias distintas.Si logr+aramos comprender que el encuentro es desde el interior de cada uno hacia el interior del otro,podríamos darnos cuenta que SOLO DESDE ESE «LUGAR», se produce en ENCUENTRO..He aprendido cosas tan bellas de los rabinos,de los evángelicos, de los que dudan, de los que no tienen certeza,de los hindúes, que he llegado ala conclusión que el CONOCIMIENTO ES UNO.Cada uno de nosotros tiene sólo una parte y debemos seguir caminando unidos hacia una sola espiritalidad:LA DEL AMOR Y LA UNIDAD.Gracias Sr. Poirier por privilegiar el diálogo y,seguramente,la concordia.

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