A pedido de Criterio, el autor responde con otro enfoque a la entrevista publicada en el número anterior al sacerdote Tomás von Schulz, en la cual se critican ciertos aspectos de la religiosidad popular.Cuando se habla de la fe de los pobres los planteos pueden quedar en un mezquino elenco de posibles defectos. Al mismo tiempo, reconozcamos que es complicado y riesgoso opinar sobre lo que viven las personas y emitir un juicio sobre el valor de la experiencia interior de los demás. Si el juicio que se emite llega a inmiscuirse en la vida de gracia de los otros, el asunto se vuelve especialmente delicado.

Me refiero a la siguiente afirmación del sacerdote Tomás von Schulz publicada en Criterio: “La religiosidad popular responde a la búsqueda natural de Dios. La fe cristiana, en cambio, es respuesta a la Revelación de Dios […]. Por eso la religiosidad popular está llena de inseguridades, temores, acciones que se repiten sin saber bien por qué”. Esto parece suponer que esos millones de personas que expresan su fe al modo de la religiosidad popular están privados de la gracia, y que sus expresiones de fe son sólo efecto de un impulso natural privado de valor sobrenatural. Se trata de un juicio verdaderamente grave, que inmediatamente aparece en contraste con lo afirmado por el Papa en un reciente discurso a la Pontificia Comisión para América Latina (8/4/2011). Allí, citando el Documento de Aparecida, se va al fondo de la cuestión diciendo que esa fe popular “no puede ser considerada como algo secundario de la vida cristiana, pues eso sería olvidar el primado de la acción del Espíritu y la iniciativa gratuita del amor de Dios”. El mismo Santo Padre, en su mensaje de apertura en Aparecida, se refirió a “la rica y profunda religiosidad popular, en la cual aparece el alma de los pueblos latinoamericanos”, diciendo que es “el precioso tesoro de la Iglesia católica en América latina”.

Por eso, cuando preguntamos dónde alimenta la piedad popular su espiritualidad, mantengamos la posibilidad de que ese alimento sea Dios mismo, quien con su gracia, de modo incondicional y gratuito, toma la iniciativa. El Espíritu Santo actúa como quiere, y obra maravillas de su gracia a partir de esa iniciativa de amor, más allá de la evaluación que pueda hacerse de los diversos modos en que se manifiesta esa acción interior. Hay una manera de vivir la fe, propia de los pobres, que es una adhesión más simbólica y menos ilustrada. Eso no significa que no tenga contenidos sino que los descubre y los expresa de otra manera. Al respecto, vale la pena recoger tres párrafos de Aparecida:“La decisión de partir hacia el santuario ya es una confesión de fe, el caminar es un verdadero canto de esperanza, y la llegada es un encuentro de amor. La mirada del peregrino se deposita sobre una imagen que simboliza la ternura y la cercanía de Dios. El amor se detiene, contempla el misterio, lo disfruta en silencio. También se conmueve, derramando toda la carga de su dolor y de sus sueños. La súplica sincera, que fluye confiadamente, es la mejor expresión de un corazón que ha renunciado a la autosuficiencia, reconociendo que solo nada puede.

Un breve instante condensa una viva experiencia espiritual” (DA 259). El segundo es: “En distintos momentos de la lucha cotidiana, muchos recurren a algún pequeño signo del amor de Dios: un crucifijo, un rosario, una vela que se enciende para acompañar a un hijo en su enfermedad, un Padrenuestro musitado entre lágrimas, una mirada entrañable a una imagen querida de María, una sonrisa dirigida al Cielo, en medio de una sencilla alegría” (DA 261).

Y en tercer lugar, el párrafo que dice: “Nuestros pueblos se identifican particularmente con el Cristo sufriente, lo miran, lo besan o tocan sus pies lastimados como diciendo: Este es el “que me amó y se entregó por mí” (Gal 2, 20). Muchos de ellos golpeados, ignorados, despojados, no bajan los brazos.

Con su religiosidad característica se aferran al inmenso amor que Dios les tiene y que les recuerda permanentemente su propia dignidad” (DA 265). A veces parece que se midiera la perfección de una persona por los datos que puede ofrecer cuando habla, o simplemente por el cumplimiento de ciertos preceptos. Así, algunos piensan que una persona que elabora un discurso sobre Jesucristo y asiste a Misa el domingo es más perfecta que aquella que con lágrimas en los ojos se abraza a un crucifijo diciéndole sin palabras que sola no puede, que lo necesita, que confía en él. En esta misma línea de pensamiento, se considera más perfecta a la persona que organiza un té para los pobres que aquella que espontáneamente pasa la noche acompañando a una vecina enferma. Sin embargo, los grandes sabios de la Iglesia siempre han enseñado que la medida de la perfección es el grado de caridad que viva la persona, allí donde sólo Dios puede mirar.

¿Quién puede afirmar que algunas expresiones cristianas proceden de la gracia y otras brotan de las solas fuerzas de la naturaleza? En todo caso, es poco probable que desde afuera uno pueda decir que el modo de vivir la fe de quienes integran ciertas estructuras eclesiales son encuentros transformadores con Jesucristo, mientras el modo de vivir la fe de los pobres es superstición descristianizada o mera sensiblería. Si acudimos a la mirada pastoral, mi experiencia me dice otra cosa. He trabajado en asentamientos del Gran Buenos Aires y fui párroco en un barrio periférico de Río Cuarto, Córdoba. Las personas que más me impactaron por su bondad y por su alegre heroicidad cotidiana han sido sobre todo pobres con escasa ilustración, especialmente muchas mujeres con poca formación cristiana pero con gestos de entrega tan espontáneos, generosos y humildes que es difícil pensar que no procedan de la acción secreta del Espíritu.

También me sorprende otra afirmación en la entrevista citada: “Todos los años muchos toman la primera comunión y los jóvenes reciben la confirmación. De eso no queda nada”. ¿Cómo puede afirmarse semejante cosa? Del bautismo que reciben los niños ¿tampoco queda nada? Evidentemente dicha frase puede sostenerse si se piensa que lo único que vale es aquello que se expresa racionalmente, con un determinado lenguaje y con ciertas acciones religiosas que puedan ser contabilizadas por el párroco en el marco de las estructuras de su parroquia. En esa línea, sólo producirían algún efecto el bautismo y la confirmación de un adulto que previamente haya asumido toda la elaboración doctrinal del catecismo y cumpla conscientemente con ciertos preceptos. De este modo, ya no habría una iniciativa gratuita del amor de Dios, sino que la gracia estaría condicionada por determinadas acciones humanas.

La llamada “descristianización” de la que suele hablarse no es un problema de falta de “información” católica, sino sobre todo una crisis cultural que marca profundamente el estilo de vida de las personas, un modo de vida donde el sujeto queda clausurado en sí mismo y la existencia cotidiana no está marcada por la confianza en Dios. Precisamente por eso, la piedad popular “en el ambiente de secularización que viven nuestros pueblos, sigue siendo una poderosa confesión del Dios vivo que actúa en la historia” (DA 264). El teólogo argentino Rafael Tello gustaba poner como ejemplo el de las persecuciones romanas en la región de los Dacios (actual Rumania) donde aquellos que morían mártires eran sobre todo los cristianos sumamente sencillos, con escasísima instrucción religiosa.

Por supuesto que “en Cristo está la salvación” y que ser cristiano supone “una unión vital con él”. Otra cosa es si ese encuentro personal y transformador con Jesucristo se produce de una sola manera, en un único estilo, con un solo modo de expresarse. Si nos referimos al “crecimiento” de esa vida infundida por el Espíritu Santo en el pueblo, entonces el planteo es diferente. La vida de la gracia requiere cooperación humana y mediaciones. El Documento de Aparecida, en el marco de una valoración positiva de la piedad popular, lo asume con claridad: “Cuando afirmamos que hay que evangelizarla o purificarla, no queremos decir que esté privada de riqueza evangélica. Simplemente, deseamos que todos los miembros del pueblo fiel, reconociendo el testimonio de María y también de los santos, traten de imitarlos cada día más. Así procurarán un contacto más directo con la Biblia y una mayor participación en los sacramentos” (262).

Pero nadie tiene derecho a invitar al crecimiento al margen de lo que Dios mismo ha obrado. Por eso también dice que “eso sólo puede suceder si valoramos positivamente lo que el Espíritu Santo ya ha sembrado” (ibid).

Es verdad que en nuestro encuentro con los pobres estamos llamados a evangelizarlos, a procurar el desarrollo de su vida cristiana, como también es verdad que estamos llamados a dejarnos evangelizar por ellos, a partir de lo que el Espíritu Santo ha derramado en el pueblo con su inagotable y desbordante iniciativa.

El autor es teólogo y actual rector de la Universidad Católica Argentina

13 Readers Commented

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  1. María Teresa Rearte on 7 octubre, 2011

    Me tranquiliza que «Criterio» haya invitado al sacerdote y teólogo Víctor Manuel Fernández a expresarse con relación a la nota anterior, del P.Tomás von Schulz, porque me había quedado un poco dolida. El P.von Schulz me hizo acordar a los cristianos que, por haberse educado en un colegio católico, se consideran uno o varios peldaños más arriba que el resto de los cristianos. Como si tuvieran un «plus» especial. Aclaro que estudié en un colegio católico; pero hubiera preferido que no fuera en ese.
    Con relación a la espiritualidad popular uno se sumerge en ella en los momentos difíciles de la vida. Va con uno. Y se siente de la mano de un santo o santa, que la llevan a Dios. Y encuentra luego esa mano de Dios que toma la de uno.
    Recuerdo la confesión de una persona, una mujer aún joven, que en ocasión de una peregrinación a un santuario de la Virgen María en mi provincia, declaró sencillamente así: «salí de trabajar, no sabía a donde ir. Y vine aquí.» ¿Acaso una iglesia no es la casa de Dios, de los hijos?
    Las cosas que a uno le suceden en esas ocasiones difíciles, como la enfermedad, e invoca a los santos, o uno en particular, a veces no tienen explicación por el simple azar, o porque sí. No digo que sean milagros; pero sí que Dios le ha tomado de la mano. Recuerdo una doctora que ante algo, la sucesión de hechos tal como se dieron, exclamó: «no lo puedo creer…» Después le pregunté por qué lo había dicho. Y me explicó que no era usual que se dieran así, etc. etc. ¿Ayudas, gracias de Dios? Creo que sí.
    María Teresa Rearte

  2. María Teresa Rearte on 8 octubre, 2011

    Con relación a la observación del autor de esta nota, acerca de que los cristianos que en la persecusión eran mártires, eran los que tenían escasa instrucción religiosa, quiero decir lo que observo. Personas sencillas con una capacidad de entrega, generosas, y de tanta transparencia, que no buscan ningún beneficio. Tienen cierta preparación religiosa, y en la vida secular desempeñan roles en algunos casos de importancia. Pero llama la atención cómo son. Diría que a ellos les estarían destinadas las bienaventuranzas evangélicas, por sencillos, pobres de espíritu, limpios de corazón. No son grandes místicos. Pero son perseverantes en la oración. Y con una gran confianza en Dios. A mí me edifican con su ejemplo. Y lo dejo escrito porque merecen que, aunque no se los conozca, se tenga conocimiento de que existen personas así, meritorias, desde la sencillez conque viven su cristianismo.
    María Teresa Rearte

  3. Graciela Moranchel on 8 octubre, 2011

    Me parece excesivamente crítico de algunas expresiones del padre Tomás von Schulz el comentario del padre Víctor Fernández. El primero va directamente al «centro» de la cuestión, señalando que la religiosidad popular desvía su atención de la persona de Jesucristo, poniendo como núcleo de sus devociones a la Madre de Jesús y a infinidad de santos, algunos legendarios, creando ciertos ritualismos y celebraciones que se transforman finalmente en supersticiones.
    Ante estas afirmaciones, que me parecen absolutamente válidas y que se deberían tener en cuenta en la pastoral actual, el padre Fernández saca una conclusión (que en realidad es una «suposición», como él mismo lo expresa), que a mi juicio no es tan evidente: que las personas que practican ese tipo de religiosidad popular estarían «privados de la gracia» y que sus expresiones de fe «no tendrían valor sobrenatural».
    No es nada claro ni probable que el padre von Schulz haya querido afirmar tal cosa, al menos no lo sugieren las palabras de su texto. Por supuesto que de ningún modo puede pensarse que por no cumplir con los rituales estrictamente mandados por la liturgia de la Iglesia alguien pueda estar privado de la gracia. Sería totalmente disparatado pensar así. No se desprende del texto de Schulz esa intención.
    Desde ya que el Espíritu Santo actúa como quiere, y utiliza las mediaciones que quiere para conducirnos al amor de Dios y del prójimo. Pero tanto los pastores como los catequistas y teólogos estamos obligados a volver siempre al centro de la Revelación, a Cristo, a anunciar lo que los mismos apóstoles anunciaron, el «kerygma» apostólico, y a purificar nuestra fe de tantos elementos que terminan deformando el rostro del Dios que nos mostró Jesús.
    En cuanto a la preferencia de algunas pesonas por el lenguaje «simbólico» en cambio de uno más racional para conocer y acercarse a Dios, no creo que ello sea sólo patrimonio de los pobres. De hecho que la teología misma pierde muchísima fuerza y una aprehensión más plena de su «Objeto» cuando se vuelve sólo racional y descarta otros discursos y formas de interpretación.
    El lenguaje simbólico, propio de la Biblia y sobre todo, del mismo modo de comunicarse que tenía Jesús, sigue siendo el más adecuado para comunicar las verdades de la fe. No creo que el padre Schulz haya querido desestimarlo, sino sencillamente volverlo más «cristocéntrico», más acorde con el mensaje del Evangelio.
    Me parece que ese es uno de los desafíos más grandes que tiene la Iglesia de hoy: anunciar nuevamente el kerygma apostólico, y apartarnos de tantas cuestiones espúreas que nos han hecho perder de vista el centro: «Cristo esta Vivo». Ese es el mensaje al que hay que volver y que es nuestra alegría y la esperanza de una Vida Nueva para todos.
    Saludos cordiales,

    Graciela Moranchel
    Profesora y Licenciada en Teología Dogmática

  4. Carlos Del Carretto on 14 octubre, 2011

    Les agradezco la posibilidad de opinar sobre el tema de la religiosidad popular, tema que puede ser tratado teniendo en cuenta algunos aspectos bíblicos. En la Sagrada Escritura los intercesores son personas vivas, esto es un don que implica una responsabilidad de los cristianos de orar por los demás. La intercesión es función sacerdotal, como lo es el pueblo de Dios en el camino de elevación en comunión con el otro, sea quien sea. En este sentido el pueblo que se acoge a la religiosidad popular debe ser iluminado por los pastores y líderes para que se haga consciente de esta realidad.
    Los documentos de la Iglesia sobre el culto a María y sobre la religiosidad popular no reflejan la realidad de lo que se hace, sino que apuntan a un culto más centrado en Dios: tanto Marialis cultus de S. S. Pablo VI como el Directorio sobre la piedad popular y la liturgia, de la Congregación para el Culto Divino y la disciplina de los Sacramentos, se refieren a que debe volverse a las fuentes de la Escritura y al culto Trinitario, y especifican la función sacerdotal del pueblo. Lo contrario, llevar al pueblo a la sensiblería y ocultar su carácter de intercesor es una omisión lamentable, la multitud orante no se merece tal cosa sino que se la esclarezca para facilitar su conversión hacia Dios, tomando conciencia de los valores que posee.
    ‘La oración del humilde atraviesa las nubes’ (Si 35,17).Cuando oramos manifestamos ante Dios una pobreza, cada uno tiene su forma de orar y recurre a distintas formas de intercesión: de Cristo, de la comunión con los santos difuntos o también oramos directamente al Padre, siempre asistidos por el Espíritu. Las imágenes ayudan, la belleza eleva, pero lo que ‘atraviesa las nubes’ es la voz del que sufre y pone su voluntad libre para descargar su angustia o expresar sus deseos.
    El hombre moderno ha perdido el sentido de ser criatura ante su Creador; no es conveniente que el cristianismo oriente las devociones hacia prácticas que rocen lo mágico o lo superficial sino a un camino de verdadera conversón. En el libro de los Hechos, los apóstoles ante las primeras persecuciones elevaban su plegaria al cielo reconociendo el poder del Creador en una notable oración de carácter Trinitario (Hch 4,23 ss.); esta actitud no debe perderse en el cristianismo.
    Sobrados ejemplos tiene la Escritura para orientar al pueblo desde el humilde regateo de Abraham y las exigencias perentorias de Moisés, hasta el silencio y la discreción de María. Mención aparte merece la oración de Jesús nuestro Señor en su extrema humildad a quien miramos como miraron los israelitas a la serpiente de bronce colgada de un palo. Pero tengamos en cuenta que esa imagen salvífica con el tiempo degeneró en ídolo (2Re 18). No estamos a salvo de la superficialidad, es parte de la condición humana y llega sin que la llamemos.
    C. Del Carretto
    Octubre 2011

  5. Livia Gould on 24 octubre, 2011

    Señora Graciela: a mí me parece que está claro que el padre Schulz dice que la religiosidad popular está fuera de la acción de la gracia, porque dice exactamento lo siguiento, al menos como lo cita el padre Fernández: “La religiosidad popular responde a la búsqueda natural de Dios. La fe cristiana, en cambio, es respuesta a la Revelación de Dios». Me parece que está claro que Schulz está diciendo que ña religiosidad popular es algo diferente de la fe cristiana, y la relega al orden meramente natural.

  6. Ulises J. P. Cejas on 24 octubre, 2011

    Dice Victor Manuel Fernández: “Hay una manera de vivir la fe, propia de los pobres, que es una adhesión más simbólica y menos ilustrada. Eso no significa que no tenga contenidos sino que los descubre y los expresa de otra manera”
    Me preocupa que se hable de “los pobres” como si fuera una categoría especial de personas necesariamente “menos ilustradas”.
    Cualquiera que lea (o escuche) el evangelio ve que sus enseñanzas están al alcance de todas las personas, sean cuales sean sus niveles culturales. “Amarás a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a vos mismo” lo entiende un niño. La “teología” de la oración del Padre nuestro –clave de la “mística cristiana”- es accesible a cualquiera. El legado de la última cena [“este es mi cuerpo, esta es mi sangre, hagan esto en memoria mía”] no necesita mucha explicación. “Donde dos o más se reúnen en mi nombre, allí estoy Yo”. Leer los capítulos V, VI y VII de Mateo son todo el programa de vida del cristiano (y esos textos también lo entienden los niños). Si el evangelio es cristocéntrico, porqué tolerar que se recurra a sucedáneos?
    Es evidente en San Nicolás: los “devotos” hacen cola para “tocar” el vidrio de la imagen de la Virgen del Rosario y nadie (sic) se arrima al sagrario.
    ¿No será que se tiene miedo de decirle a los que “adhieren en forma más simbólica y menos ilustrada” que están equivocados? ¿No será que se tolera la pereza intelectual en lugar de correr el riesgo de que algunas (o muchas) personas rechacen el abc del evangelio… o dejen de ir a los santuarios y a las aglomeraciones “religiosas”?
    Ciertas prácticas de religiosidad popular ¿no se parecen a lo que se relata en Hechos V,23-40?

  7. Graciela Moranchel on 25 octubre, 2011

    Estimada Livia Gould:

    La afirmación del padre Schulz acerca de que la religiosidad popular respondería a la búsqueda «natural» de Dios, y que en cambio la fe cristiana sería una «respuesta» a la Revelación, en nada manifiestan, a mi entender, que la gracia esté «ausente» en la primera forma de relacionarse con Dios.
    Si bien el padre Schulz afirma que la religiosidad popular está «lejos de la fe en Cristo» y que sólo tendría un «barniz cristiano» (sic), también aclara que muchos teólogos y sacerdotes la consideran una «auténtica expresión de fe», por lo cual, de ninguna manera tendría que pensarse que estas prácticas están fuera del radio de la acción de la gracia. Creo que lo he dicho en el anterior comentario.
    Pienso que, muy por el contrario, aún las formas menos «evangélicas» de manifestar la fe en una dimensión divina, aunque no se expresen de modo claramente cristocéntrico, son claras atracciones de la Gracia de Dios.
    Por otra parte, no me parece correcto hacer distinciones entre un orden «natural» y un orden «sobrenatural». Vivimos inmersos en la red del ser, y nadie puede sustraerse al influjo de Dios que nos sostiene y nos guía a todos hacia la comunión definitiva con Cristo y con toda la creación.
    Si bien creo que es deber de los pastores, teólogos y catequistas anunciar el «kerygma» cuyo centro es Jesús Resucitado, en ningún caso ello significa despreciar estas formas de acercarse al Misterio con la que tantos hermanos practican su fe. Sólo afirmo que estas formas religiosas deberían corregirse a fin de ser más concordantes con la predicación de Jesús y de los primeros apóstoles.
    Saludos cordiales,

    Graciela Moranchel
    Profesora y Licenciada en Teología Dogmática

  8. Conforme expresan Milanesi y Bajzek, en su obra «Sociología de la religión», para analizar la religiosidad popular debemos previamente definir qué entendemos por «religiosidad» y por «popular». En cuanto a la «religiosidad», aseguran los autores mencionados que pueden identificarse dos grandes modelos: el de la religiosidad «oficial», que tiende a un planteo más abstracto, el propio de los dogmas y de las creencias sistematizadas, y el de la religiosidad «popular», que enfatiza más las realidades concretas y las experiencias vividas. Respecto de «popular» los autores proponen definir la categoría «pueblo» y con gran acierto, desde mi punto de vista, señalan dos extremos que deben evitarse. El primero consiste en adoptar una postura romántica que idealiza todo lo que provenga del pueblo. El segundo, en asumir una actitud de descalificar todo lo que provenga de los sectores populares. Me parece que si bien una exageración en el modelo oficial, puede conducirnos a una religiosidad externa, comparable a la condenada por Jesús en los escribas y fariseos de su tiempo, aceptar sin más los planteos de la religiosidad popular, con toda su tendencia al sincretismo, puede alejarnos del evangelio, tal como lo encontramos definido en las Sagradas Escrituras. Siendo que todos los cristianos creemos que todas las Escrituras son inspiradas por Dios y útiles para capacitar al discípulo de Cristo para vivir conforme a la voluntad de Dios (2 Timoteo 3:16-17), el deber de quienes hemos sido llamados para ello es enseñar y predicar la Biblia de manera constante y dejar que el Espíritu Santo guíe a cada creyente en su interpretación, sin caer en prácticas que atenten contra lo que transmite la Palabra de Dios.
    Raúl Ernesto Rocha Gutiérrez
    Doctor en Teología
    Magíster en Ciencias Sociales
    Licenciado y Profesor en Letras.

  9. Juan Roshbalam Chilam on 26 octubre, 2011

    LA FUERZA DEL AMOR….y de la Verdad, las dos grandes potencias del Espíritu Divino.
    El joven Lázaro, era un creyente que no pertenecía a la «clase académica» como el teólogo Tomàs von Schulz…sin embargo, fue profundamente amado por Jesús, tanto que lo resucitó después de haber llorado, profundamente, su muerte.
    El joven Làzaro, gozaba de la presencia de su hermana mìstica y contemplativa….María,
    como de la ayuda invaluable de su hermana Marta, que le brindaba vida, y en abundancia.

    Es, la religión popular….sin sentido teológico, por ser más simbólica y vital… que la «fe académica…»?
    El Santo Espìritu Universal de Dios….S.E.U.D., sabe bien lo que hace….en el corazón de cada creyente!

  10. Silvia Kertl on 30 octubre, 2011

    Me parece fantástico que se recuerde esta sublime libertad del Espíritu Santo, que actúa como quiere y donde quiere, y que no puede ser encasillado en los esquemas, los dogmas, los controles eclesiásticos, ni en la soberbia de pretendidos espirituales que levantan el dedo como los fariseos. también me gustó que se diga que los más perfectos son los que más aman, no importa si son «cristocéntricos», budistas, teólogos o simples creyentes, marianos o judíos. ¿No es eso lo que enseñó Jesús? Si es así vale la pena recordarlo seguido y no olvidarlo en nombre de él.

  11. María Teresa Rearte on 1 noviembre, 2011

    Felices los pobres…, los pacientes…, los que lloran…, los que tienen hambre y sed de justicia…, los limpios de corazón…, los pacíficos… etc. etc. Del evangelio. Para pensarlo y alegrarnos, hoy que es la solemnidad de todos los santos.
    María Teresa Rearte

  12. Víctor Fernández on 2 noviembre, 2011

    Quisiera aclarar que valoro el testimonio apostólico y el compromiso del sacerdote Von Schulz. Además, no estoy en desacuerdo con respecto a la necesidad de alentar un encuentro orante con Jesucristo en su Palabra. Siendo párroco me dediqué especialmente a la formación bíblica y espiritual de los fieles. Además escribí numerosos libros para la formación bíblica y espiritual de los laicos. Yo mismo, en Aparecida, cuando participé en la redacción de los párrafos sobre piedad popular, propuse agregar la invitación a procurar «un contacto más directo con la Biblia». Pero las expresiones del padre Von Schulz sobre los pobres me parecieron un juicio tan duro que no pude evitar salir en su defensa, sobre todo porque me parecía que en ese tipo de evaluaciones sobre la vida de los demás no se deja lugar al misterio de la maravillosa e insondable acción del Espíritu Santo en el Pueblo de Dios. La experiencia de Jesucristo, particularmente la experiencia de ser sostenido por él, puede vivirse de maneras muy variadas y no siempre explícitas, y opinar desde afuera que los pobres no la viven sigue pareciéndome inadecuado.

  13. José Urbina on 25 abril, 2018

    Me parece, que se quiere hacer creer que existen dos clases de fe, la fe natural y la fe Cristiana. Lo, cual no puede ser posible pues desde el momento que una fe es natural, no procede del conocimiento de Dios. Sino que responde a una expresión natural ireal de la fe, en cambio una fe basada en una verdadera experiencia espiritual, es producto de un encuentro personal con el Padre de los espíritus.

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