Palabras al poemario Intromisiones de Jorge Eduardo Fernández.

Se sabe hace tanto tiempo, desde la memoria remota de lo humano, lo arduo de alcanzar el camino hasta el corazón del bosque; no siempre el peregrino llega; no siempre llega con vida, y no es, en todo caso, nunca el mismo viajero el que regresa. De las dos regiones del poemario Intromisiones, de Jorge Fernández, lo primero que capta la atención es el cuidado puesto en la forma de ocupar el espacio de la página; la forma en que se marca el trazo oscuro en el blanco de cada página; elección que habla de una larga meditación ante el poema y de probables reescrituras/correcciones.

Y por supuesto, dice también de la lectura de los maestros que ha dejado su sedimento bajo la corriente: de la última Alejandra y su experiencia pictórica; de Hugo Mujica. Algo quizás, del espíritu del haijin como pintor del mundo y de su infinito cuidado en mantener la prioridad del espacio vacío en cada página que se impone el editor de haiku o de tanka.

Cada una de las regiones del poema posee un clima distintivo, con fronteras visibles. En el primero, Tribales, tal como en parte sugiere su nombre, el poeta parece evocar el alba del Hombre, el tiempo primordial del descubrimiento de la piedra protectora y el fuego.

En un alto momento del inicio del poemario, el Yo lírico percibe claramente la ofrenda de un nuevo día tras la sombra y los terrores de la noche:

Siempre

deja oír su voz

tras la penumbra

del alba.

Ya el segundo poema, imponente en la fuerza de su despojamiento y en la carga de sus imágenes

A golpes de mirada

indagaron los rincones

y las bases de las piedras,

supieron que los templos

se construyen

sobre el temblor

de los cimientos.

anticipa de alguna manera el duro camino a recorrer, el tiempo desde el principio del tiempo, el pasado hundido entre la niebla primordial, antes de toda palabra, y la fragilidad del presente y de toda creencia.

Las imágenes del poeta oponen en distintos momentos agua y arena, revueltos por tormentas y simunes, en la reescritura lograda de una imagen clásica que nos ha dejado el legado de Rumí hasta el de Celan en El umbral del sueño.

El poema siguiente completa con el anterior el ciclo de una jornada

Esa hora ya tiene

un nombre.

El horizonte se mezcla

con la bruma,

otro pájaro canta

a otra luz,

en su lamento

va el consuelo

hálito brisa

rocío

de un otro día.

Y le recuerda a los peregrinos en las caravanas que cada cosa concluye en su sombra. Cantan quizás los mismos pájaros que entonaron el alba. El canto, gravemente, desciende hasta el propio lugar del silencio.

Otros dos poemas siguientes transitan un tema clave de la escritura del autor: el nombre y el nombrar. La nostalgia del primer nombre y la búsqueda del origen en el mundo, a la intemperie luego de la expulsión de los primeros padres del Paraíso.

El autor continúa sus estaciones con una ristra de poemas dedicados, esculpiendo sobre el gran motivo del nombre y lo nombrado. El autor ha dedicado su tiempo a dialogar en silencio con algunos poetas vivos y con un inmortal Vallejo, extrayendo de cada uno algún fragmento, un brillo repentino, de la piedra de locura percibida, al modo de los físicos antiguos.

***

En el segundo locus del poemario, el clima es claramente otro. La reflexión poética vuelve a verse en el reflejo del río de Eliot, cambiando aquellos cuartetos por una serie de tercetos; y se enfoca al habitar poéticamente la tierra (esta tierra) de la gran meditación de Hölderlin; a salto de mata transcurre la vida, entre el reino celeste y la morada terrestre. La meditación del poeta pasa por los lugares queridos de la infancia en Floresta, a la pequeña comarca a la que siente que pertenece. Y termina en la intuición de la presencia de la muerte en cada ser que transita su camino.

Ya el comienzo del primer terceto y su significativo título,

Solo en el tiempo

No existe el regreso,

sin embargo,

a través de los vitrales

de esa puerta apenas entornada,

la luz del sol,

recién tibio

de la media mañana,

brilla

en el umbral

de mármol

del patio de los juegos,

todo respira

en su mero darse,

sin necesidad de ilusiones,

es como un volver la mirada al propio paisaje, a la patria de la infancia; al imposible regreso que se hace palmario en la decadencia de la vieja casa; en la ortiga y la cizaña que avanzan sobre el césped, en las grietas de la piedra.

El escenario lírico del segundo terceto, Floresta, se inicia con unos versos bellísimos:

Es jueves,

jueves

y la luz titila

cuando anochece,

En todo, la potencia de su simbolismo crístico y por supuesto vallejiano. Tiembla la luz, vacila y al cabo anochece en el mundo.

En el poema que cierra la serie de este segundo terceto, ya se ha hecho domingo

Hoy volvió a ver,

tal vez

porque es domingo,

y lo despertó la luz

de esta mañana

y el recuerdo

de tu huella

ausente

en aquella lámina.

y la voz del niño que fue es evocada por Jorge Fernández en su experiencia frente a la muerte de los seres amados; al extrañamiento de los años adultos, a la empalidecida esperanza de la carne perdurable frente a la noche del presente.

Los dos poemas que cierran a la vez este terceto de la segunda parte y el poemario rematan el sentido de la meditación /Andenken en torno a la conciencia dolorosa de la tragedia de existir. Los ojos del poeta graban lo que pasa inadvertido para todos: la expresión de la vaca que va, prensada junto a otras, al matadero. Y evoca sin decirlo a los presos de los campos, a las víctimas de la fuerza ciega que impulsa la Historia: Santa Juana de los Mataderos, revisitada.

Me mirás

como miran

esas vacas

apretadas

en el camión

jaula

que las lleva

a Mataderos.

Me mirás

sin verme

a mí,

mirando

a todos

y no puedo

desentenderme

de tu mirada

sin que el pestañar

me arroje

algo

de sombra.

Sabés

a qué vas

vaca sagrada,

sagrada,

tan sólo por eso,

porque sabés

a qué vas.

La mirada morosamente se detiene sobre el rostro del ser amado y traspone en la escritura esa misma indefensión, que recupera luego en el adjetivo “sagrada”, con su carga de sarcasmo y tragedia, e iguala el destino de ese ser con el sacrificio del animal, a manera de una ruptura definitiva en el círculo final de la degradación del vínculo primordial entre ser y mundo.

1 Readers Commented

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  1. María Teresa Rearte on 14 octubre, 2011

    La lectura del comentario fue un descanso. Y me aportó belleza en medio del trajín ciudadano de los tiempos políticos que vivimos.
    Me parece interesante la observación «sobre la forma de ocupar el espacio de la página…», que requiere todo un aprendizaje de silencio y contemplación de ese espacio blanco de la misma. Coincido en cuanto a Hugo Mujica, cuya lectura me interroga y me ha enseñado sobre esto que comento, porque soy poeta.
    Rescato varias afirmaciones claras, definidas, como lo referido a la prioridad del espacio vacío en cada página. La reiteración de la imagen del peregrino, que se relaciona con el concepto de viator, el ser que está en camino, y el status viatoris, estado o condición de este ser, que tiene que ver con la visión cristiana de la vida.
    Me deja pensando la expresión «tragedia de existir». También el simbolismo crístico. Y otros tantos aspectos de la nota, que sería largo comentar.
    No quiero dejar de reconocer lo importante que es acercar el comentario de un poemario, en tiempos en los que el poema parece relegado. Gracias.
    Prof.María Teresa Rearte

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