papabebeEl encuentro de octubre en la perspectiva testimonial de uno de los encargados de plasmar la intuición de Juan Pablo II en el primer Asís.

Comencemos por el hecho mismo. Que hubiera un segundo encuentro de esta clase, presidido por el Santo Padre y convocado por él, es un signo en sí. Demuestra dos cosas: la capacidad de convocación del Papa en el complejo mundo de las religiones (y por esta vez, en cierto mundo de la no creencia; dos de los participantes provenían de allí) y la conciencia de las religiones mundiales de cierta responsabilidad común ante los grandes problemas del momento presente. Y esto es ya un hecho digno de ser atentamente registrado por los miembros de las religiones participantes y por cierto también de las no participantes y de sus miembros, estén o no de acuerdo con esta clase de actos. Pero también or quienes consideran más o menos superfluo el mundo de las religiones o simplemente lo ignoran. Es significativo, se me dice, que los grandes medios de comunicación, prácticamente prescindieran del encuentro de Asís.

Este segundo encuentro se caracteriza, después del primero (27 de octubre de 1986) y en relación con él, por un doble aspecto. Por una parte, por la ausencia completa de la oración, sea de cada religión, al menos públicamente, sea en lo personal visible, con una o dos notables excepciones. El primer encuentro se caracterizó, por el contrario, en la intención de Juan Pablo II al imaginarlo y luego al convocarlo precisamente como una ocasión de oración por la paz. El primer Asís, en la intención expresa a nosotros comunicada, responsables del organismo encargado del encuentro, el Pontificio Consejo Justicia y Paz, el cardenal Etchegaray y quien escribe estas líneas, debía tener una triple dimensión: peregrinación con físico desplazamiento de los participantes, a comenzar por el mismo Papa, quien por eso no lo quería celebrar en Roma; ayuno y oración. Los dos primeros aspectos eran relativamente fáciles de poner en práctica: en una u otra forma la peregrinación es practicada por todas las religiones. Y lo mismo cabe decir del ayuno, que se decidió fuera completo de la mañana a la noche, con provisión solamente de agua.

En cuanto a la peregrinación, además del hecho de ir todos a Asís, el Papa quiso que hubiera un desplazamiento a pie bien visible. Por eso se resolvió que quienes pudieran y quisieran (se exhortó a todos) fuéramos en procesión desde la catedral de Asís, donde él había presidido la oración de los cristianos, hasta la plaza frente a la Basílica de San Francisco para el acto conclusivo de oración. Este era el tercer aspecto y, en la intención del Papa, el principal. Y el más difícil de poner en práctica. porque nadie quería (y acerca de esto se hicieron no pocas consultas y se tuvieron no pocas reuniones) una oración común, que fuera de todos y por tanto de ninguno: sincretística y así insignificante. La clave nos la dio, y lo nombro, el hoy difunto, a su feliz memoria, el entonces maestro de las ceremonias pontificias y secretario de la Congregación para el Culto, monseñor Virgilio Noé. En estos términos: que cada grupo religioso fuera invitado a dedicar dos horas por lo menos de oración según la propia tradición en lugares a ello destinados, y que al final, todos reunidos en la plaza frente a la Basílica, cada grupo rezara por su cuenta en presencia de los otros, sin que ninguno interviniera en la oración de los demás. La fórmula elegida era: se reza en un lugar común pero no se reza con una oración común. Para que esto fuera claro a la opinión pública, antes del encuentro el Papa me pidió que escribiera más de un artículo en L’Osservatore Romano donde esto fuera dicho con toda la nitidez posible.

Y el mismo Papa quiso volver sobre el tema en su discurso a la Curia romana cuando el intercambio de saludos navideños al final de ese año. Discurso cuyo proyecto me había sido confiado junto con el recordado monseñor Pietro Rossano, rector de la Universidad lateranense, biblista y especialista en relaciones con las religiones no cristianas.

Por desgracia, toda precaución resultó inútil. Y es sabido que, en buena parte, el último pretexto blandido por monseñor Marcel Lefebvre y quienes lo seguían, para su rotura definitiva con la Iglesia católica, fue precisamente el encuentro de Asís. Esto explica de sobra por qué en este segundo encuentro se resolvió evitar todo acto de oración pública, juntos (o sea en el mismo lugar) o separados (cada uno en un propio lugar asignado). Del primero se nos había echado duramente en cara el aparente sincretismo; no sólo del momento conclusivo, sino del hecho de que algunos budistas, a quienes se había asignado una iglesia, como a todos los demás, para su tiempo de oración, hubieran expuesto en ella algunas de sus imágenes cultuales. Expuestas y en seguida, concluido ese tiempo, retiradas. En realidad, lo condenado era el hecho mismo del encuentro. Ahora, se dejó este aspecto de lado. Por lo demás, la presencia y participación de no creyentes, aunque fueran solamente dos, excluía de entrada, todo aspecto cultual. Por lo que llego a saber, ya ha habido críticas más o menos en el mismo sentido: es el encuentro mismo lo que se considera inaceptable.

A pesar de que esta vez, el Papa ha querido que se insistiera en dos aspectos, de los cuales el fundamental era el segundo. La peregrinación ante todo: por eso todos los participantes se trasladaron a Asís, empezando por el Papa, con el mismo medio: el tren desde la estación vaticana. Algunos más jóvenes y más fornidos resolvieron con todo hacer a pie el recorrido desde la Basílica de Santa María degli Angeli, donde el Papa había recibido y saludado a los presentes, hasta la ciudad misma para el resto del encuentro. Tampoco se quiso acentuar el ayuno, si bien el almuerzo común, siempre en este mismo santuario, fue bien frugal, se atendieron sin duda las limitaciones dietarias de no pocos de los participantes.

El acento estuvo puesto, desde el principio, en la expresión neta de cada grupo religioso participante, de la propia responsabilidad frente a los graves problemas de la actual situación mundial. La paz ante todo, pero también la universal crisis económica, la consiguiente creciente y rampante miseria y sus consecuencias para los mortales que ocupamos ahora el planeta y los que vendrán después.

Los textos se pueden leer en el libro ya publicado que ilustra la jornada. En esto consistió la sesión conclusiva en la plaza frente a la Basílica de San Francisco, donde reposan en la cripta los restos del gran santo. La sobria capilla de la tumba, dispuesta recién como tal en los años 20 del pasado siglo, fue después visitada por todos, en silencio. Silencio orante para muchos, sin duda.

El segundo encuentro de Asís, como a su modo los encuentros convocados por la Comunidad de San Egidio, naturalmente sin el Papa pero de acuerdo con él, y de nuevo con el desacuerdo de algunos, son manifiesta prueba de que las religiones de este mundo, de manera por lo menos general, se dan cuenta de que una de las razones por las cuales existen y ministran sus fieles, es el bienestar temporal de ellos y en realidad de la entera humanidad.

Y esto, por cierto cada uno de por sí y, de alguna manera, todas juntas, no obstante las diferencias que las distinguen y que nadie pretende ignorar o suprimir. Esta es, y permanece, la genial intuición de Juan Pablo II, hoy beato, y uno de sus importantes legados al ministerio de la Sede Apostólica que, como se ha visto, lo recibe y ejerce por sus sucesores, con el carácter que cada uno quiera darle. Y esto, en cuanto se puede humanamente juzgar, para siempre.

El autor es cardenal de la Iglesia, ex director de Criterio.

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