Ni los narradores más ingeniosos, ni los falsarios más hábiles, hubieran podido hacer una síntesis más breve y más pura de la que ofrecen los Evangelios de Pascua. Este artículo de Jean Guitton fue publicado originalmente en El Tiempo. El arte de Alain Fournier consistía en darle al misterio una deliciosa verosimilitud insertándola en el orden normal de las cosas. Había combinado las aventuras de El gran Meaulnes de tal manera que los lectores no tenían jamás la impresión de salir de lo real. Pero lo invisible, según el deseo de Merleau-Ponty, era la dimensión profunda, la cara secreta, oscura, radiosa, de lo visible. Mas ¡cuántos cálculos hicieron falta al joven novelista, cuántos esfuerzos en cada frase, casi desesperados!

Diafanidad

Releyendo los Evangelios de Pascua, cuyo recuerdo guardaba Alain Fournier, me decía yo que si hubiese correspondido a nuestros novelistas, a nuestros poetas, que se ejercitan en unir lo real y lo surreal, describir la aparición de Jesús a Magdalena, los discípulos de Emmaus o la pesca a orillas del lago cuando Jesús viene a alborear, se habrían encontrado en dificultad. No podrían hacer nada más breve y más puro.

Y no hay razón para que los autores de los Evangelios hayan sido narradores ingeniosos, como Poe o Mérimée, falsarios muy hábiles. No era a fines del siglo primero, época en que la tradición oral estaba ya enraizada en las primeras comunidades, cuando las gentes podían entretenerse en novelar y sobre todo en hacer creer una bella leyenda a los fieles.

Por eso insisto en lo que siempre me ha asombrado desde un simple punto de vista humano: la verosimilitud de esos relatos de misterio concernientes al único acontecimiento de este mundo que se conmemora en Pascua y hasta en la santa Rusia.

Espíritu Pascual

“Esta ceremonia que se celebra por la noche lleva la marca de una serenidad melancólica, de una gravedad alegre. Tiene algo de misterioso y de mágico”. Así, según Robert Aron, Henri Heine habla de la Pascua de los judíos. Yo saco un poco la misma impresión de nuestra Pascua católica que continúa, que sublima esa Pascua de Israel, tal como los compañeros de Jesús la habían conocido cuando comían con él el cordero y las hierbas amargas.

Cierto, en los relatos de la Resurrección, Jesús vuelve en puntas de pie, se reintegra a la vida cotidiana: este es el sabor del misterio cristiano, lo Eterno en el tiempo. Víctor Hugo: “Me veréis cual una forma incierta/ Magdalena creerá que es el jardinero”.

Los símbolos

La liturgia también expresa esto bajo sus símbolos, el más bello de los cuales, en la velada pascual, quizás sea el de la llama, la dulce llama del cirio, flor de luz que produce sobre los rostros una circulación de vivas claridades y de sombras algo temblorosas…

El pintor George de la Tour no cesó de traducir esta íntima mezcla de claro y oscuro que es para mí uno de los más sabrosos misterios de la vida. Pascua es la fiesta de la luz que reluce en la oscuridad. Sí: que reluce sencillamente, sin violencia, que avanza con lentitud, que deja a los seres allí donde se hallan, limitándose a derramar sobre sus frentes claridades que no conocen.

No hay comentarios.

¿ QUIERE DEJAR UN COMENTARIO ?