El documento preparatorio para el Sínodo es muy esperanzador para la Iglesia y la familia hoy. Sin alejarse de lo que considera puntos no negociables de su doctrina, la Iglesia presenta un tono de apertura y adecuación a los nuevos tiempos en que la familia, como todo el resto de las instituciones, está llamada a vivir.La Iglesia católica siempre vio en la familia una de sus grandes esperanzas en cuanto a la evangelización y la formación de personas y mentalidades. Considerada como “Iglesia doméstica” y espacio primigenio de evangelización, mantiene un lugar prominente en los documentos oficiales. En ella la comunidad eclesial deposita gran parte de sus expectativas en cuanto a la difusión del mensaje evangélico y a la transformación de las estructuras injustas de la sociedad. También, y no menos importante, como ámbito de germinación de las vocaciones sacerdotales y religiosas, es decir, cuna de la formación de personas que podrían dedicar sus vidas, sus fuerzas y sus energías al anuncio del Evangelio y al servicio de la propia institución eclesial.
Es comprensible, por lo tanto, que la familia sea objeto de especial atención pastoral por parte de la Iglesia. Y, asimismo, objeto de gran preocupación al percibir que el proceso de secularización y modernización sitúa a los fieles en un estado de confusión y mezcla de conceptos y niveles, sin distinciones entre lo sagrado y lo profano, medios y fines, valores y hábitos, lo perenne y lo transitorio, alejándolos de la referencia directa de la parroquia y de la comunidad de fe y exponiéndolos a las más variadas influencias, empezando por los medios de comunicación.
Las generaciones posteriores a los años ‘60, ya nacidas bajo el sello de la liberación sexual y ya no más herederas de un cristianismo sociológico, recibido junto con el apellido, el color de la piel y el nivel social, perciben (muchas veces inadvertidamente) que su vida y sus valores se desarrollan al margen, e incluso a contramano, de las orientaciones y del discurso de la institución eclesial católica.
Frecuentemente su conexión con la institución se da en términos de pertenencia comunitaria, celebratoria, ritual. Pero no llega a tocar su ethos, sus valores más profundos, sus criterios de comportamiento y actitudes concretas ante las situaciones vitales.
Hay un punto, sin embargo, que me parece central en la reflexión que el Sínodo pueda hacer sobre la familia: la identidad de una institución llamada a entrar en diálogo con la Iglesia. Con la misión de proclamar la Buena Noticia del Evangelio, la Iglesia está hoy más que nunca llamada a no olvidar que la familia no existe para sí misma o para construirse y complacerse en su propia excelencia comunitaria. Aunque los lazos afectivos y la convivencia relacional sean fundamentales para el crecimiento personal, el equilibrio emocional y la realización de las plenas potencialidades de los miembros del núcleo familiar, toda familia estará fracasando en su vocación no sólo cristiana, sino humana, si sucumbe a la tentación del modelo burgués, cerrado en sí mismo, confinado a la esfera de lo privado, instaurando una dicotomía malsana entre lo privado del interior del hogar y la dimensión pública del mundo y de la sociedad.
La familia existe en el mundo y para el mundo. Y está atenta a las necesidades y prioridades de esta sociedad, donde debe desarrollar su identidad y sus prioridades. La familia no es un fin en sí misma, pero existe para que el mundo sea mejor y más humano. El documento de preparación nos permite esperar que este punto forme parte integral y constitutiva del acontecimiento sinodal que se dará el próximo año.
La autora es Doctora en Teología por la Universidad Gregoriana de Roma