Tras décadas de polémicas y divisiones internas, el Sínodo anglicano de la Iglesia de Inglaterra autorizó la ordenación episcopal femenina.
Antes de anunciar el resultado de la votación del Sínodo General del 14 de julio, el Arzobispo de York, John Sentamu, llamó a la “limitación y la sensibilidad” (“restraint and sensitivity”). Como todo el mundo en el campus universitario en el norte de Inglaterra donde se reunía el Sínodo, sabía lo doloroso que había sido el camino recorrido hasta ese momento: el voto de la Iglesia de Inglaterra para decidir si consagrar o no mujeres como obispos, en noviembre de 2012, se había perdido por sólo seis votos de los dos tercios requeridos en la Casa de los Laicos, una de las tres Casas (junto con la de los clérigos y la de los obispos) que componen el “Parlamento” de la Iglesia de Inglaterra.
Sin embargo, una vez que se anunció el resultado después de cinco agotadoras horas de debate –152 a favor, 45 en contra y 5 abstenciones– el Dr. Sentamu no pudo evitar oír los gritos a favor y en contra ni las botellas de champán que se descorchaban en el exterior. Es verdad que la Iglesia de Inglaterra no hacía más que ponerse al día con las Iglesias Anglicanas del mundo: en los Estados Unidos, Nueva Zelanda, Canadá, Sudáfrica, India e Irlanda ya se han consagrado obispos a 37 mujeres. Pero era evidente la significación que tenía la aprobación en la Iglesia madre del anglicanismo.
Para los que veían en esto una cuestión de igualdad, la decisión del Sínodo fue el final de un camino que comenzó hace cien años, cuando se habló por primera vez de clérigos mujeres como parte de los movimientos por los derechos de las mujeres. Pero no fue hasta la década de 1970 cuando la Iglesia Episcopal de los Estados Unidos dio el primer paso; y fue en el Sínodo General de 1975 donde se declaró que “no hay objeción fundamental a la ordenación de mujeres al sacerdocio”. Sin embargo, hasta 1994 la Iglesia de Inglaterra no tuvo sacerdotes mujeres.
Una vez tomada esa decisión –que llevó al éxodo de cerca de 500 sacerdotes anglicanos, quienes pidieron su incorporación a la Iglesia católica– era inevitable que llegaran las mujeres obispos: en este momento en la Iglesia de Inglaterra una de cada cinco sacerdotes son mujeres y unas 20 de ellas están en condiciones de ser ordenadas obispos. ¿Por qué, entonces, el proceso fue tan duro y tenso?
A diferencia de la Iglesia Anglicana en otras partes del mundo, la Iglesia de Inglaterra está unida al Estado británico y se concibe como un paraguas nacional bajo el cual las tradiciones católicas y reformadas pueden coexistir. Dado que los obispos están a cargo de diócesis, el desafío ha sido desarrollar estructuras de gobierno que permitan a los que objetan el episcopado femenino –evangélicos conservadores y anglo-católicos– continuar íntegramente como anglicanos. Las mayores discusiones giraron en torno a las disposiciones para dar cabida a los opositores, y no el principio de mujeres obispos en sí, que todo el mundo ya veía como una consecuencia natural de la ordenación de mujeres sacerdotes. El voto del Sínodo de julio refleja mayor satisfacción con la nueva legislación, que es mucho más simple que los intentos anteriores. Compromete a los obispos a respetar y cuidar a los que disienten, con un ombudsman independiente para resolver eventuales disputas.
Tanto los partidarios como los opositores de la medida eran conscientes de las implicancias en las relaciones entre las Iglesias. Fue particularmente evidente en 2008 cuando el Sínodo general votó el principio de consagrar mujeres obispos sin dar estructuras alternativas de supervisión para los tradicionalistas. En la conferencia de Lambeth de ese año –una conferencia mundial de líderes de las Iglesias Anglicanas que se celebra cada cuatro años– el cardenal Walter Kasper, en ese momento presidente del Pontificio concejo para la unidad de los cristianos del Vaticano, fue terminante. Dijo que la consagración de mujeres obispos “bloquea efectiva y definitivamente un posible reconocimiento del Orden sagrado en los Anglicanos por parte de la Iglesia católica”; y que los anglicanos debían elegir entre la comprensión del episcopado sostenida por católicos y ortodoxos, o la de las Iglesias de la Reforma.
Este es el motivo por el cual para los anglicanos, que consideran que incorporan las dos tradiciones, la aprobación de esta legislación era lo que había que hacer y, a la vez, es trágica; porque lleva a la Iglesia de Inglaterra más cerca de las Iglesias de la Reforma, mientras que descarta cualquier esperanza de unificación con católicos y ortodoxos. Esta elección existencial se hizo más sencilla por el debilitamiento del agrupamiento católico dentro dela Iglesia de Inglaterra. Un número considerable de obispos anglo-católicos en 2008 llegó a la dolorosa conclusión de que, con las mujeres obispo en el horizonte, ya no había motivos para esperar que sus ordenaciones fueran reconocidas por Roma, y comenzaron las conversaciones con la Congregación para la Doctrina de la Fe en el Vaticano que llevó a la creación del ordinariato.
El ordinariato es una nueva estructura canónica, parecido a una diócesis, que permite a los anglicanos hacerse católicos como grupos, con sus clérigos, y mantener sus tradiciones litúrgicas. El ordinariato de Nuestra Señora de Walsingham, creado en enero de 2011 para Gran Bretaña, tiene ahora casi 90 ex sacerdotes anglicanos que atienden a más de 40 grupos de alrededor de 1500 laicos que fueron anglicanos. El ordinariato marcó que la unidad no es posible en la práctica, aunque sigue siendo, oficialmente, el objetivo de las conversaciones de Roma con todas las Iglesias.
“El objetivo del diálogo ecuménico sigue siendo la completa y visible unidad eclesial” insistió el Arzobiscpo Bernard Longley, titular de la Comisión Internacional Anglicano-Católica (ARCIC por su sigla en inglés), después de las votaciones de julio. Sin embargo, dado que “la comunión eclesial completa incluye la comunión completa en la sede episcopal”, agregó que la decisión de la Iglesia de Inglaterra “tristemente pone un nuevo obstáculo en el camino a la unidad entre nosotros. Sin embargo estamos comprometidos en continuar nuestro diálogo ecuménico, buscando la mutua comprensión y cooperación práctica donde sea posible”.
“Cooperación práctica” es ahora el foco principal del diálogo anglicano-católico. El Arzobispo de Canterbuty, Justin Welby, tiene una cálida relación con el papa Francisco y las dos iglesias están trabajando juntas nacional e internacionalmente en una cantidad de temas entre los que se encuentra el tráfico de personas. Después del Sínodo, el Dr. Welby escribió al papa Francisco y a los líderes ortodoxos para convencerlos de que no retiren esa cooperación, argumentando que es más lo que une a las Iglesias que lo que las divide, y que las diferencias sobre temas como la ordenación de mujeres al episcopado no debería impedir que tengan posiciones comunes en cuestiones globales de importancia.
Una mujer obispo (una auxiliar de Canadá) es parte del ARCIC y, cuando sean ordenadas, las mujeres obispo de la Iglesia de Inglaterra serán recibidas en Roma con la misma cortesía ecuménica que sus colegas varones. Después de todo el famoso decreto papal de Leon XII en 1896, Apostocae Curae, que declara inválidas las ordenaciones anglicanas para todos los tiempos, no ha evitado las cálidas relaciones entre líderes católicos y anglicanos y, desde la perspectiva de ese decreto, las mujeres obispo no son menos válidas que los varones.
Sin embargo, mientras que la relación con el papa Francisco y las antiguas Iglesias –anglicanas y ortodoxas– son cálidas y profundas, la principal acción ahora es con los evangélicos pentecostales, que comparten la espiritualidad con los carismáticos católicos. Un fundamental creador de puentes fue el obispo Tony Palmer, amigo cercano del Papa que murió trágicamente en una accidente de moto el pasado 20 de julio cerca de Bath, Inglaterra, en donde vivía con su mujer católica y su joven familia. Palmer era un obispo anglicano de la Comunión de las Iglesias Episcopales Evangélicas (CEEC por su sigla en inglés) que no está en comunión con Canterbury y cuyos líderes se ven como parte de un movimiento de “convergencia” y tratan de combinar el cristianismo evangélico con la liturgia y los sacramentos típicos del catolicismo. Esta convergencia, me dijo Palmer cuando lo vi en mayo, “es precursora de la unidad completa entre las iglesias católica y protestante”.
Cuando Palmer se encontró con Francisco en enero, grabó en su teléfono un cálido mensaje del Papa a los líderes evangélicos que Palmer pasó la semana siguiente en Texas, desafiándolos a que se dieran cuenta de que la reforma protestante ya estaba terminada. La reacción eufórica de la conferencia se aceleró después de que se subió a YouTube ese video del Papa, al punto que Palmer tuvo que dejar otros compromisos para poder trabajar en los miles de consultas de parte de evangélicos que querían saber cómo ser parte de esta empresa de unidad. El 24 de junio, Palmer llevó a un grupo de líderes evangélicos, que en conjunto representan a unos 700 millones de personas, a que se encontraran y almorzaran con Francisco. Y le dijeron que querían aceptar su invitación a buscar la unidad visible con el Obispo de Roma.
Palmer entregó al Papa una propuesta de Declaración de Fe en unidad para la misión que los evangélicos habían redactado, y proponían que fuera firmada por líderes católicos y por las principales Iglesias protestantes en Roma en 2017, en el 500 aniversario de la Reforma y en el 50 aniversario de las Renovación carismática católica. Cuando se iba a Sudáfrica, Palmer me comentó que el borrador de la declaración tenía tres elementos: el credo de Nicea-Constantinopla, que comparten católicos y evangélicos; el núcleo de la declaración católico-luterana de 1999 en la cual se deja en claro que no hay divergencias acerca de la justificación por la fe; y una sección final afirmando que los católicos y evangélicos están ahora “unidos en la misión porque proclamamos el mismo Evangelio”.
La parte final habla de la importancia de la libertad de conciencia y la necesidad de que católicos y evangélicos respeten los campos de misión de cada uno: tratar al otro con respeto, no como rivales. Francisco tomó el borrador para reflexionar sobre él según me dijo Palmer a finales de junio. Acordamos volver a hablar en julio, pero su repentina muerte lo impidió.
Asistí al funeral de Palmer el 6 de agosto, una misa de réquiem católica en la cual la mayoría de los participantes eran evangélicos. Fue enterrado en un cementerio católico, unido a la Iglesia en la que se sentía tan “en casa”. El papa Francisco envió un mensaje que fue leído por la mujer de Tony, Emiliana: “Muchas veces rezamos en el mismo Espíritu”, decía Francisco elogiando a Palmer como valiente, apasionado y puro de corazón, enamorado de Jesús, quien dejó un precioso legado en su pasión por la unidad de los cristianos. Quedó la fuerte impresión de que el trabajo comenzado junto a Palmer continuaría: “Debemos ser alentados por su fervor” afirmó el Papa.
El autor es Periodista, autor de una nueva biografía del Papa The Great Reformer: Francis and the making of a radical pope, que será publicada por Henry Holt, New York, en noviembre próximo.
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Join discussionel día que roma se adecue vuelve Jesucristo a la tierra. Es imposible creer a esta altura de la vida tanto atraso mental. Gracias