jerzy_popieluszkoEl sacerdote de los obreros polacos fue secuestrado y asesinado veinte atrás, en octubre de 1984, por funcionarios del gobierno comunista. En su país hoy es un héroe nacional y se lo recuerda por sus homilías en las que proponía rezar por los perseguidores y enfrentarlos con entereza cristiana.

pp El 19 de octubre del 1984 el padre Jerzy Popiełuszko, a los 37 años, fue asesinado por tres funcionarios del servicio de seguridad polaco. Había ido a celebrar una misa con algunos activistas del sindicato independiente Solidarność fuera de Varsovia. Al regresar, su coche fue detenido en un puesto de vigilancia, fue golpeado hasta morir y su cuerpo arrojado al río Vístula.

Pero ¿quién era Popiełuszko? ¿Por qué ese cura de porte frágil y humilde había atraído tanta aversión por parte de los comunistas polacos? Popiełuszko se había acercado a los obreros durante las huelgas de agosto de 1980, de las que había surgido el Solidarność. Así describía su primera misa en las acererías ocupadas: “Una muchedumbre compacta de hombres –sonrientes y con lágrimas al mismo tiempo. Y aplausos. [Pensé] que alguna celebridad estuviese llegando detrás de mí. En cambio, aquellos eran los aplausos para el primer cura que jamás hubiese pasado el umbral de esa fábrica en su historia. Yo ya pensaba, mientras tanto: aplausos para la Iglesia, que por treinta y más años había llamado incansablemente a las puertas de las fábricas”.[1]

Popiełuszko abrió la parroquia de San Estanislao Kostka a los obreros, en el barrio de Żoliborz, que cesó de ser el bastión comunista de Varsovia. La iglesia se convirtió luego en un santuario de Solidarność, alojando reuniones sindicales e iniciativas culturales alternativas. Después de la proclamación del estado de guerra por parte del general Wojciech Jaruzelski, la actividad se intensificó con la celebración de las misas por la patria.

Las homilías de Popiełuszko, con referencias a la actualidad y a la atormentada historia de Polonia, irritaban a las autoridades. El nombre de Popiełuszko apareció en una lista de clérigos responsables de actividades contra el Estado. Después de la segunda visita de Juan Pablo II a Polonia, en junio de 1983, que había levantado los ánimos de sus compatriotas, los comunistas tenían la intención de intimidar a los obispos, agitando la “cortina de humo” de los sacerdotes politizados[2].

En el otoño de ese año, la fiscalía de Varsovia abrió un expediente sobre Popiełuszko, y la investigación se llevaba a cabo con la ayuda de la policía secreta. Sólo una hora después de la primera audiencia ante el tribunal, algunos funcionarios de los servicios de seguridad trataron de complicar a Popiełuszko con material incriminatorio en su casa. La presencia de periodistas durante el registro domiciliario no dejaba ninguna duda acerca de los autores de la provocación.

Después de una detención de unas horas, el cardenal Józef Glemp lo invitó a dedicarse exclusivamente a la labor pastoral. El primado tuvo la sensación de que sus llamadas a la prudencia caían en oídos sordos: Popiełuszko estaba convencido del valor de su misión. Glemp dudaba de que su interlocutor no fuese consciente de que sus iniciativas podían ser manipuladas políticamente[3].

La reacción de Popiełuszko revelaba su decepción por el coloquio con su obispo[4]. Más que un desacuerdo irreconciliable, entre Glemp y Popiełuszko había incomprensión mutua: sus formas de entender la misión de la Iglesia y su evaluación del papel de Solidarność eran diferentes. Sin embargo, el primado no le hizo imposiciones. No lo trasladó de oficio, como sí lo hizo con otro sacerdote de Varsovia simpatizante con la oposición, ni lo obligó a ir estudiar al extranjero, como sugerían algunos amigos de Popiełuszko preocupados por su seguridad.

En la prensa, bajo un seudónimo, el portavoz del gobierno Urban describió a Popiełuszko como “un fanático Savonarola anti-comunista” que organizaba “espectáculos del odio”[5]. Las críticas fueron reiteradas por el periódico soviético Izvestia: Popiełuszko era un “cura guerrero”, que incitaba a los fieles con esloganes anti-soviéticos y rechazaba “el orden decidido en Yalta para Europa”[6].

El 9 de octubre, el general Płatek, Jefe del Departamento IV del Ministerio del Interior (el organismo encargado del control de la Iglesia), informó que Popiełuszko estaba intensificando “sus discursos contra el Estado” y que recorría el país para constituir “asociaciones ilegales”[7]. Éste fue el último aviso antes de que los subalternos de Płatek pasaran a la acción. Cuatro días más tarde, tres funcionarios del departamento IV organizaron un atentado, simulando un accidente vehicular. El chofer de Popiełuszko esquivó con destreza una piedra lanzada desde corta distancia. Inquieto por haberse escapado de milagro, el sacerdote confió sus temores a pocos íntimos, confirmándoles a la vez su voluntad de “no traicionar al pueblo”.

Tras el anuncio de su muerte, el 19 de octubre del 1984, mientras muchos estaban reunidos en oración, en la cumbre del régimen se produjo un enfrentamiento por el poder. La noticia llegó durante el pleno del Comité Central del Partido Obrero Unificado Polaco (POUP). Según Jaruzelski, detrás del crimen se ocultaba el intento de desbarrancarlo por parte de los dogmáticos del partido, aprovechando las reacciones populares. Los disturbios permitirían a los autores de la conspiración presentar al Comité Central la solicitud de renuncia de Jaruzelski al cargo de primer secretario del partido y establecer en su lugar a uno de los suyos. Según este escenario, el autor de la intriga habría sido Miroslaw Milewski, responsable de los servicios secretos. Por lo pronto, Jaruzelski evitó entrar en conflicto abierto con Milewski pero le quitó el control de la policía secreta, asumiéndolo en primera persona.

Al ministro del Interior Czeslaw Kiszczak le tocó la tarea de instruir el proceso contra los asesinos de Popiełuszko. En diciembre de 1984 el juicio en Toruń terminó rápidamente con la condena de los tres autores del delito y de un subdirector del departamento IV. El proceso fue acompañado por una insistente campaña periodística, dirigida a limitar los daños de una historia que podría costarle cara a los comunistas de Varsovia. Mientras admitían sin arrepentimientos sus responsabilidades, los imputados ​​acusaron a la Iglesia de no haber tirado las riendas de un extremista como Popiełuszko. A pesar de eso, el proceso no tuvo precedentes en la historia de los países socialistas. Cayó el velo sobre el reclutamiento y los métodos de la policía secreta. Además, salió a la luz la interacción entre las diversas estructuras que restringían la libertad de los ciudadanos del Este. Como escribió Wałęsa, el proceso “dio una imagen desde el interior del sistema del socialismo real”[8].

La rápida condena de los asesinos pretendía transmitir un mensaje tranquilizador: en Polonia no estaba asegurada la impunidad a la policía secreta. Quedaba la duda de si el delito había contado con una cobertura a nivel político o si había sido concebido sólo por sus directos ejecutores. La pregunta ha quedado sin respuesta, a pesar de que fuera muy probable que los asesinos hayan actuado con el consentimiento de sus superiores: una orden precisa, un estímulo velado, o simplemente la promesa de impunidad.

La teoría del complot contra Jaruzelski terminó por convencer a la Iglesia tanto en Polonia como en Roma. Esa tesis apareció en un artículo en La Civiltà Cattolica, que denunciaba que los servicios de seguridad escapaban “al control de los políticos, hasta llegar a constituir una especie de Estado dentro del Estado”, y se preguntaba: ¿Acaso alguien ha intentado transferir de manera provocatoria en la sociedad polaca los conflictos internos al régimen, para llegar a imponer nuevos equilibrios en el interior del palacio? ¿Acaso esto ha sido una advertencia para el actual primer ministro?[9]

Esta interpretación era confirmada por las señales interceptadas por el servicio de inteligencia de Varsovia. Según los rumores recogidos en el entorno diplomático romano, la audiencia del Papa con el Vice-primer ministro polaco Malinowski tuvo un impacto positivo sobre la actitud prudente del Vaticano en esa delicada coyuntura. El político de Varsovia le había asegurado a Wojtyła que “ni Jaruzelski ni el gobierno tenían que ver con este ‘acto terrorista’”[10]. Dziwisz también confirmó a un diplomático polaco que el Papa y Silvestrini pensaban más bien en una provocación contra Jaruzelski.

Otro informe de los servicios secretos de Varsovia recordaba que Glemp había presentado al Papa la teoría de la conspiración contra Jaruzelski, sugiriendo que su caída podría “tener graves consecuencias para la Iglesia en Polonia”. El primado estaba convencido de las buenas intenciones del general y no había encubierto que Popiełuszko desatendió “los consejos y las recomendaciones” del episcopado. No se decía, en el informe, si Juan Pablo II aprobaba estas observaciones, sino sólo que él insistió ante Glemp para que el caso se aclarase con un proceso justo. Según Wojtyła, “la Iglesia no [podía] aceptar que los mandantes del asesinato de un sacerdote [permanecieran] desconocidos”, y tenía que “presentarle al Gobierno  peticiones concretas y obtener por lo menos las concesiones hasta entonces negadas”[11].

La tragedia, ocurrida al ápice de las tensiones entre Estado e Iglesia, le ofrecía a Jaruzelski la oportunidad de demostrar la sinceridad de sus intenciones de reforma. Por su parte, la Iglesia perdonó a los asesinos de Popiełuszko, junto con el rechazo categórico del odio y de la venganza. Este fue el núcleo de la homilía del primado en el funeral del sacerdote. El régimen ni siquiera se opuso a una intervención de Wałęsa, quien invitó a medio millón de personas a que “nunca se doblasen ante la violencia”[12].

Dos meses más tarde, el líder de Solidarność apeló a la unidad “bajo la bandera del primado”: “Divididos no podremos hacer nada, juntos vamos a ser capaces de muchas cosas”.[13] En el funeral, Wałęsa percibió un fortalecimiento de la “fe en los valores morales” en aquella multitud, que manifestaba con gran disciplina y concordancia su dolor: “Cuanto más se difunda esta convicción, más fuerte será nuestra defensa contra el mal, la trampas del caos y de la desesperación”[14].

Durante una misa por la patria, Popiełuszko había puesto en relación “la liberación del hombre y de la nación” con la victoria sobre el miedo. Identificando a Maksymilian Kolbe, el mártir de Auschwitz canonizado, con el “modelo del que no se somete al miedo”, él había concluido con unos versos compuestos por Wojtyła en 1974: “Débil es el pueblo cuando consiente la derrota, cuando se olvida de su misión de estar en vela hasta que llegue la hora. Las horas siempre vuelven en el gran cuadrante de la historia”.[15]

Popieluszko fue enterrado en el jardín de la parroquia de San Estanislao Kostka en Varsovia. Su tumba se convirtió en un lugar de peregrinación y en una clara señal de la voluntad de sus compatriotas de seguir luchando.

El autor es historiador.


[1] J. Popiełuszko, Il cammino della mia croce. Messe a Varsavia, Brescia 1985, págs. 221-222.

[2] Para situar el contexto político, social y religioso de Polonia en los años Ochenta, remito a mi libro Giovanni Paolo II e la fine del comunismo. La transizione in Polonia (1978-1989), Milano 2013.

[3] Cf. M. Kindziuk, Kardynał Józef Glemp. Ostatni taky prymas, Warszawa 2010, págs. 234-236.

[4] J. Popiełuszko, Zapiski 1980-1984, Warszawa 1990, págs. 47-48: «Es cierto que el primado podía estar nervioso por la carta que él tuvo que escribir a Jaruzelski sobre mi cuenta, pero las acusaciones que me presentó me echaron al suelo».

[5] Czaczkowska, Wiścicki, Don Jerzy Popiełuszko, cit., p. 334.

[6] «Izvestija», 11 de septiembre de 1984.

[7] P. Raina, Rozmowy z władzami PRL. Arcybiskup Dąbrowski w służbie Kościoła i narodu, t. 2, Warszawa 1995, p. 85.

[8] L. Wałęsa (con la colaboración de A. Rybicki), La Madonna sul bavero della giacca. La mia vita, la mia fede, Milano 1992, p. 28.

[9]«La Civiltà Cattolica», 3226, 17 de noviembre de 1984, págs. 392-397 (396).

[10] Nota informativa sobre los coloquios tenidos por B. Dąbrowski en Roma desde el 20 hasta el 29 de octubre con exponentes de la emigración política polaca sobre el asesinato del padre J. Popiełuszko, 17 de diciembre de 1984, secreto, en Archiwum Instytutu Pamięci Narodowej (AIPN), 449/5/37, kk. 47-50.

[11] Contenido del coloquio entre el primado y el Papa del 27 de noviembre de 1984, secreto de valor especial, ibíd.

[12] Czaczkowska, Wiścicki, Don Jerzy Popiełuszko, cit., p. 82.

[13] Wałęsa, La Madonna sul bavero, cit., págs. 28-29.

[14] T. Caye, Lech Wałęsa, Milano 1990, págs. 120-121.

[15] K. Wojtyła, Tutte le opere letterarie. Poesie, drammi e scritti sul teatro, Città del Vaticano-Milano 2001, p. 235.

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  1. lucas varela on 11 noviembre, 2014

    Amigo Massimiliano Signifredi , muchas gracias.
    Usted es italiano y doctorado en historia. Su tesis está relacionada a la história contemporánea polaca, por lo que es un experto y especialista en acontecimiento por “sinistra”, sangrientos, injustos y muy violentos.
    Aquí, en Argentina, han ocurrido acontecimientos por “destra”, muy similares al descripto por Ud. en su artículo.
    La pregunta obligada es entonces ¿qué tienen en común los curas que entregaron su vida por “destra” y por “sinistra”?.
    La respuesta es inmediata; todos murieron con su mirada puesta en el prójimo. La injusticia social era su motivación de vida.
    Porque el cristianismo es más que un culto a Dios; es un vínculo espiritual de solidaridad. Los evangelios tienen un sentido cívico.
    Los curas entregaron su vida por una experiencia moral. Su sangre derramada hizo crisis de intolerancia, con sentido político y social profundo.

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