¿Por qué se asocia al liberalismo exclusivamente con la economía e incluso se lo acusa de ser contrario a la democracia?

El debate ideológico en nuestro país parece estar signado por un consenso: el liberalismo es una doctrina opuesta a las mayorías populares, intrínsecamente enemigo de la democracia y asociado a la disminución del rol del Estado. Aún más, el liberalismo es inmediatamente vinculado con una ideología económica antes que política. A este consenso no adhieren solamente los detractores del liberalismo sino a veces incluso los que se definen a sí mismos como tales.
Esto es cuanto menos curioso. Aunque es cierto que el liberalismo no es un cuerpo normativo ideológicamente compacto, si exploramos cuidadosamente su surgimiento encontramos que su origen es profundamente popular (en el sentido de defender los intereses de los sectores desaventajados). Su énfasis en los derechos individuales, la libertad, la igualdad y el autogobierno, en un contexto histórico signado por los absolutismos estatales y la ausencia de derechos civiles y políticos, no puede menos que considerarse como un avance para los sectores no representados y desprotegidos.

Adicionalmente, pensar que el liberalismo es intrínsecamente opuesto a la democracia es desconocer que esta última solamente pudo surgir y consolidarse apoyada en los ideales defendidos por aquél.
¿Qué explica, entonces, la (supuesta) transformación de liberalismo?

Argumento aquí que esta transformación se debe a dos circunstancias históricas. En primer lugar, menciono el apoyo “logístico” que el liberalismo le proveyó al capitalismo (que es, efectivamente, desigual por naturaleza). En segundo lugar, el abandono de los principios de autogobierno e igualdad por las contradicciones propias de la democracia representativa, que profundizó cierto abandono del liberalismo de sus orígenes populares. Analizaré estos dos puntos a continuación.

La ideología individualista que propuso el liberalismo no solamente sirvió de base para la extensión de los derechos civiles. También facilitó la consolidación del capitalismo. Como describió Thomas Marshall en Ciudadanía y clase social (ensayo ya clásico de la sociología política), la extensión de derechos civiles eliminó las restricciones que pesaban sobre los individuos relativas a la posibilidad de elegir su profesión (regulada en el Medioevo a través de guildas y corporaciones), mudarse y vender su trabajo en libertad a cambio de un salario. Estas nuevas libertades fueron fundamentales para la consolidación del capitalismo y fueron, en realidad, el resultado de la presión que este último comenzó a ejercer en la sociedad alrededor del siglo XVIII. La posibilidad de emplear gente en las fábricas sin restricciones era lo que el capitalismo necesitaba, lo que el liberalismo defendía y lo que la jurisprudencia inglesa comenzó a permitir. Desde entonces el capitalismo se apoya en las libertades que el liberalismo le otorgó y que le permitieron desarrollarse (no es casual, por lo tanto, la asociación de capitalismo con libertades individuales).

El capitalismo reemplazó entonces la estructura rígida y estamentada del feudalismo por nuevas diferencias sociales: las clases. La promesa iniciática del liberalismo de sociedades basadas en la igualdad entre individuos libres se vio opacada con el surgimiento de las clases ancladas en diferencias económicas: propietarios y trabajadores pasó a ser el clivaje ineludible de las sociedades capitalistas.
En segundo lugar, el liberalismo ayudó a expandir los derechos políticos basándose en una tríada fundamental: libertad, igualdad y autogobierno. Suponer que los individuos somos libres e iguales lleva inmediatamente a reconocer que nadie es mejor juez de sus propios intereses que uno mismo.

De allí a proponer el ideal del autogobierno de los individuos hay solo un paso. Este ideal del autogobierno supone que los individuos libres e iguales deben poder decidir en las cuestiones que los atañen. La libertad es un valor supremo que solamente puede alcanzarse cuando el individuo se somete a decisiones tomadas por él; es decir, se gobierna a sí mismo. Este era el ideal liberal del autogobierno que sentó las bases para la democracia moderna y que puede rastrearse en los escritos de Locke y Tocqueville.

Pero el ideal que justificó la democracia contenía en su interior la contradicción que la tornaría impracticable. Mientras la extensión de los derechos políticos que este ideal proponía ampliaba el demos (es decir, el número de individuos con derecho a participar en el gobierno) fue cada vez más evidente que el ideal del autogobierno es irrealizable. Es imposible construir un sistema por el cual millones de ciudadanos participen directamente en las decisiones que los atañen. La democracia soñó con el autogobierno pero terminó construyendo instituciones representativas que resultan en ciudadanos gobernados por equipos de políticos seleccionados. La igualdad se transformó solamente en negación política de las diferencias sociales: ellas no son relevantes para definir la pertenencia al demos, pero no son eliminadas; y se le agrega la diferencia fundamental entre ciudadanos y políticos.

El liberalismo, por lo tanto, fundamentó la extensión de derechos civiles y políticos en la libertad e igualdad de todos y prometiendo el autogobierno. Pero algunas de esas promesas no fueron mantenidas. La concepción individualista de la sociedad dio paso a la persistencia de las oligarquías (políticas y económicas).

Estas dos coyunturas sirven para explicar, creo yo, cómo hizo el liberalismo para transformarse de una ideología que defendió los intereses populares a ser asociado a la dominancia de grupos; como pasó de ser un cuerpo normativo preocupado por cuestiones políticas a que se lo vincule exclusivamente con la esfera de la economía.

Sin embargo, al liberalismo le debemos el sistema de toma de decisiones colectivas que mejor refleja las preferencias individuales y hace libre a la mayor cantidad de personas. Ese es su gran legado.

El autor es doctor en Ciencia Política por la University of Pittsburgh. Docente de UNSaM y Universidad Torcuato Di Tella.

3 Readers Commented

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  1. Fabio on 11 noviembre, 2015

    Ocurre que en Argentina los que desvirtuaron el liberalismo de sus orígenes fueron los denominados «La Patria Contratista» que siempre gobernó para cinco millones de personas y que el resto haga lo que pueda. Por eso tenemos que asociar a estos buitres con la Economía, sin ir más lejos, en 2008 Mauricio Macri fue a contactarse con funcionarios de Estados Unidos para decirles que Néstor Kirchner estaba loco con sus planes gubernamentales a lo que los yankis le respondieron que querían tener buenos vínculos con el país. Macri insistió varias veces para frenar sus políticas «populistas». Parece que «populismo» es una mala palabra para algunos nostálgicos de la Patria Contratista.?

  2. horacio bottino on 22 febrero, 2016

    Los que se llamaban liberales desde 1931 a 1943 usaron el fraude y la proscripción de la ucr,bombardearon la plaza de mayo en 1955,fusilaron en 1957,no querían la industrialización de Argentina,proscribierona al pj 18 años,creen que la propiedad es inviolable,contra la DSI ,no aceptaron el voto popular de 1962,reprimieron con el plan conintes,anularon la constitución en 1966,le dieron a los extranjeros muchas industrias,prohibieron los partidos políticos y la actividad de los gremios,no creían en la democracia,reprimieron muchos reclamos justos.en 1976 m de hoz quiso destruir las industrias reprimiendo al movimiento obrero,bicicleta financiera Milton Friedman,ultraendeudamiento,monopolios concentración de la riqueza en pocas manos,en los 90 corrupción en las privatizaciones,alta desocupación,20 y 21 de diciembre de 2001.FMI= liberalismo

  3. Juan Carlos on 12 enero, 2022

    Una cosa es el liberalismo de los orígenes, en lucha contra los particularismo feudales y otra el actual demoliberalismo burgués cuyas instituciones se han convertido en meras cáscaras vacías con mucha «cracia» y poco «demos». Lo pongo en otros términos: una cosa es Jesucristo expulsando a los mercaderes del templo y otra cosa muy distinta ustedes defendiéndolos. Un poco de pensamiento dialéctico no les vendría mal, me parece.

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