La noche de las librerías

No puedo recordar quién me mostró por primera vez una librería de viejo de esas que abundan aún hoy en la calle Corrientes. Tampoco recuerdo demasiado cuál fue el primer libro de ocasión que compré. Pero, más que mi conocimiento literario de entonces, debió ser el bolsillo el que comenzó a elegir. En una batea que se asomaba un poco sobre la vereda, los libros de bolsillo se mostraban en su mayoría desnudos por-que en su recorrido habían perdido las cubiertas. Sin embargo, uno de ellos estaba vestido y en buen estado de conservación. En la tapa se veía a un joven que, mientras comenzaba a subir una escalera, giraba la cabeza para mirar en el comienzo del pasamanos una estatua de mujer que, sensualmente, sostenía en la mano derecha alzada una antorcha. Su título, Cada hombre en su noche. El autor, desconocido para mí, Julien Green. No recuerdo haber leído las solapas pero como pertenecía a la misma colección en que había aparecido Sinhué, el egipcio de Mika Waltari y que me había recomendado mi papá, lo compré. Yo estaba ávido de lecturas y no tenía más de quince años. Fue entre 1967 y 1968.
De vuelta a casa comencé por el famoso y recomendado egipcio. A pesar de mi interés en la historia antigua, Sinhué fue abandonado. Nunca lo culpé pero sigo en deuda con él. Con respecto al joven de la escalera, no conservo más recuerdo que la comprobación de que la ilustración de la tapa correspondía a una de las primeras escenas de la historia: Wilfred miraba a la sensual estatua mientras subía al dormitorio de su tío enfermo, católico como él.
Tres o cuatro años más tarde, yo ya era seminarista y la lectura de Cada hombre en su noche fue recomendada en una charla a cargo de nuestro director espiritual como interesante exponente de una pluma conocedora del alma cristiana. La recomendación bastó pero la lectura se pospuso hasta que ya estaba a punto de ordenarme de diácono. Recuerdo haberla leído con sumo interés, pero no estaba maduro para com-prenderla aún. No había vivido lo suficiente.
El volumen siguió el camino de muchos buenos libros. Lo presté y nunca volvió a mi biblioteca. Un día lo quise releer y ya no estaba conmigo. Salí en su búsqueda veinte años después de nuestro primer encuentro. Muchas cosas habían cambiado por entonces, las librerías también. Pensé: Mejor busco una de las “de antes”, de esas en las que el librero no recurre a la base de datos sino simplemente a su memoria. No fui a la calle Corrientes sino a la avenida Santa Fe, tal vez porque el bolsillo no era tan magro y la obra bien valía su precio, pero me costó encontrar la librería imaginada. Finalmente, en la mano norte, y en alguna cuadra de las que van entre Callao y Pueyrredón, la encontré. No recuerdo su nombre pero sí el tintineo del llamador que sonó ni bien abrí una de las dos hojas de la antigua puerta de vidrio y metal. Las paredes estaban totalmente cubiertas de estantes con libros. Algunos dormían horizontalmente sobre otros que aguardaban de pie a que alguien se interesara por ellos. Parecían so-los porque el librero leía absorto en una silla detrás de un mostrador alto que, ocultándolo, defendía su lectura. Pienso que por eso tardó en responder al reclamo del llamador.
-Buenas tardes- me dijo, entre cortés y molesto.
-Buenas… Ando buscando un libro difícil de encontrar.
No dijo nada pero abrió los brazos como para mostrarme la evidente abundancia lite-raria que lo rodeaba. Después señaló las mesas donde se pavoneaban los llamativos libros de ilustración, los de turismo y viajes, los de cine y cocina…
-No -le dije-. Busco Cada hombre en su noche, de Julien Green.
No olvidaré nunca su afable sonrisa. Después de un momento, me dijo:
-¡Usted me salvó el día! ¿Sabe que no puedo recordar cuándo fue la última vez que alguien me preguntó por un libro de Green? La gente me pide best-sellers, libros de política oportunista, de periodismo de investigación o esos de ilustración. Algunos, descaradamente, me piden “algo como para poner en la mesa ratona del living”. Créame que muchas veces pienso en cerrar la librería y dedicarme a vender hamburguesas porque son esos libros triviales los que me dan de comer y me permiten por ahora pagar los impuestos. Pero, volviendo a Julien Green, lamento decirle que no tengo ningún ejemplar de Cada hombre en su noche. En cambio, le puedo ofrecer algún otro.
No podía irme con las manos vacías y él me ofreció un ejemplar de Medianoche, editado en Buenos Aires por Sur en 1954, y que conservaba virginalmente sus hojas sin separar. Yo no sabía de la existencia de esa novela y ello fue suficiente para consolarme momentáneamente. La compré y la leí con voracidad. Así y todo, no me había dado cuenta todavía que la noche campeaba en los dos títulos y sería un frecuente escenario en la obra de Green.
La Providencia se encargó luego de que en los estantes de mi biblioteca apareciera el título buscado y que éste fuera seguido por Moïra, Adriana Mesurat, Leviathan, Partir antes del día y Mil caminos abiertos. Más tarde la noche greeniana se iluminó con su Hermano Francisco. En cuanto a mí, para pena de mi purgatorio, aprendí a ser avaro con el préstamo de algunos libros.
No hace mucho, volví a pasar por la librería de la avenida Santa Fe. Quería saludar al amable librero y agradecerle la recomendación de Medianoche. Pero la librería ya no estaba donde la recordaba. Tampoco vi allí ningún local de venta de hamburguesas.

Julien Green (1900-1998) fue un escritor estadounidense nacido en París, autor de varias no-velas, entre las que se encuentran Léviathan y Cada hombre en su noche. Escribió principalmente en francés. Nacido en el seno de una familia protestante, se convirtió al catolicismo en 1916. Fue el primer no francés en ser elegido para la Académie française y sucedió a François Mauriac.

El autor del artículo es sacerdote, pintor y especialista en ópera.

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