Kim Jong-un o la provocación permanente

Como labios y dientes.
Mao Tsé-tung [sobre la relación con Corea del Norte]

Cuesta aceptarlo, pero la simple y cruda evidencia es que la humanidad vino a quedar a merced de un delirante, dueño de un país que da lástima, mientras amenaza al planeta con nada menos que un holocausto nuclear. A los 34 años, Kim Jong-un, heredero de un régimen de terror, podría pulsar un botón y borrar del mapa a Seúl, la cercana capital de su rival del Sur, una megalópolis de 25 millones de habitantes, más que toda la población de Corea del Norte. En situaciones como ésta, cuando se juega en el límite, los márgenes de maniobra son mínimos. El pequeño dictador podrá ser irrelevante y hasta despreciable, pero los grandes del mundo no pueden o no quieren contenerlo.
La crisis convoca a actores de peso, en primer lugar China, principal socio y aliado de Pyongyang. Mientras Kim provoca y Trump amenaza con fuego y furia, si algo no parece buscar Beijing es involucrarse en un conflicto, y mucho menos armado, y menos aún con los Estados Unidos, y todavía menos a causa de un país marginal. China avanza como potencia mundial mientras Corea del Norte se está convirtiendo en un socio complicado, por no decir molesto. La actual escalada de Kim podría desmadrarse y China toma prudente distancia. Ya venía haciéndolo: lo que fue “alianza de sangre” es hoy “acuerdo estratégico”. China procura contener al chubby (gordito, en inglés coloquial) coreano, pero no al precio de comprometer su status internacional. Juega sus cartas cuando públicamente condena los más audaces ensayos misilísticos de Kim y al mismo tiempo transmite al mundo un mensaje que podría leerse como “Calma, nosotros tenemos el control”.
Pocos lugares en el mundo muestran como la pequeña península de Corea (7% de la superficie argentina) el correlato entre geografía y política internacional. Por el norte limita con China; está a un paso de Vladivostok, clave del oriente ruso –ciudad arrebatada por Rusia a China en 1860– y a unos 150 kilómetros de Japón. Al sur se ubica Okinawa, la estratégica isla de Japón, con importante guarnición norteamericana. No lejos Taiwán, sobre el Mar de la China Meridional, donde hoy chocan Vietnam con China por jurisdicciones marítimas. Algo más al sur, Filipinas, y al sudeste la isla de Guam, ya marcada como posible blanco norcoreano. Más distante, 5.000 kilómetros hacia el norte, despunta Alaska, extremo oriental de los Estados Unidos. El rango de alcance de alguno de los misiles balísticos con los que juega y alardea Kim más que duplica esta última distancia.
Dictador, hijo y nieto de dictadores que vienen manejando el país como feudo personal desde los años ‘40 del siglo pasado (Kim Il-sung gobernó entre 1948 y 1994; su hijo, Kim Jong-il, desde 1991 hasta 2011), Kim hace realidad su sueño de tener en vilo al mundo. Las sanciones de la ONU no bastan para aplacarlo: ensayos nucleares y misilísticos recientes incluyen la bomba de hidrógeno, el arma más destructiva creada por la humanidad. Las condenas suman a los Estados Unidos de Trump, la China de Xi Jin-ping, la Rusia de Putin y otros actores. Kim, a su turno, desafía: ¿por qué razón un país soberano debería abstenerse de desarrollar armas nucleares?
No es un tema menor: el “Club Nuclear” fundacional quedó integrado por los Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Gran Bretaña, los cinco miembros con asiento permanente y derecho de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU. Su cometido primordial y explícito: asegurar la no proliferación nuclear. Aunque fuera de los cinco, hoy disponen de esas armas Pakistán, la India, e Israel y el país de Kim. E Irán prosigue con su programa de enriquecimiento de uranio.
En ese contexto, Corea del Norte no sería sino otro país que se suma a una nómina que crece. El propio Kim se ocupó del tema al declarar que no tiene inconveniente en poner fin a su programa nuclear… siempre que los Estados Unidos hagan lo propio. El régimen de Pyongyang renunció al Tratado de No Proliferación en 2003 con el insólito argumento de que la falta de ayuda occidental obligaba al país a poner en marcha un programa nuclear.
Pero nadie confía en Kim, y tampoco parece fácil seguir el pensamiento del vociferante y, por decir lo menos, imprudente Donald Trump. Declara que no quiere una Corea del Norte nuclear, algo llamativo, dado que eso es justamente lo que está ocurriendo, y no precisamente desde ahora. No queda claro qué es lo que realmente puede hacer Washington para resolver la situación, mientras el mundo espera algo más que una extravagante justa medieval de pulsadores de botones.
Corea del Norte detonó su primera bomba atómica en 1964 y probó un misil balístico en 1966 bajo el mandato de Kim Il-sung. Ensayos avanzados se hicieron hacia 2005 ya con Kim Jong-il. Prosiguieron con Kim Jong-un hasta llegar a ojivas de 100 kilotones y misiles balísticos capaces de alcanzar blancos en el Mar del Japón. El misil Hwasong-15, probado en diciembre último, tiene un alcance de 13.000 kilómetros, suficiente para llegar a cualquier punto de los Estados Unidos. Las pruebas recientes con misiles balísticos habrían sido 80, un número que sorprende hasta a quienes están habituados a la aritmética de estas armas (en 2005 fracasaron las “Negociaciones a Seis Bandas” –Corea del Norte, Corea del Sur, China, Rusia, Estados Unidos y Japón– que buscaban un acuerdo en materia nuclear con Pyongyang, que ese año realizó una detonación nuclear subterránea del orden de la bomba de Hiroshima).
Entre tanto, los actores del grupo nuclear acumulan ojivas activas: se estima que los Estados Unidos y Rusia cuentan con 7.000 cada uno; Francia con 300; China con 250 y Gran Bretaña con 225. Fuera de los fundadores, Pakistán figura con 100; la India con 80 e Israel con 500. A Corea del Norte se le atribuyen 20.
Cuando ocurrió la crisis de los misiles en Cuba (octubre de 1962), la Unión Soviética manipuló la situación hasta que tropezó con un Kennedy inflexible. En ese punto Khruschev tomó la decisión, en sí misma encomiable, de retirar los misiles y abandonar ese capítulo de la aventura cubana. ¿Alguna similitud con el caso de Corea del Norte? China procura tener el control: Beijing celebró la iniciativa de Kim de aproximarse a Corea del Sur con la excusa de presentarse juntos en los Juegos Olímpicos de Invierno 2018, un modo de facilitar la distensión.
Pero Kim puede creer que está arbitrando una crisis entre ligas mayores y haber mucho desvarío en esa visión. De allí la tentación de explicar al personaje desde su resentimiento hacia Corea del Sur. Y sin duda le sobran motivos para envidiar a los hermanos meridionales: el Producto Bruto Interno de Corea del Sur equivale a 30 veces el de Corea del Norte; el ingreso per cápita a 15 veces; las exportaciones a 170; las importaciones a más de 90. Con una grave crisis económica entre 1995 y 1999 se reportaron hambrunas (no era la primera vez); se llegó a hablar de canibalismo y quienes podían escapaban a China para sobrevivir. El colapso obligó al gobierno a pedir ayuda alimentaria a Corea del Sur, algo casi imposible de imaginar.
El régimen de Pyongyang es de los más aislados y militarizados del mundo. Ni los Estados Unidos, ni Japón ni Corea del Sur, entre muchos otros países, tienen relaciones diplomáticas con él (1). El gobierno procura mejorar su imagen e ingresar divisas con el turismo, una actividad reciente. Las heridas de la guerra nunca cicatrizaron(2) y las tentativas de unificación no tuvieron éxito. Del lado de Corea del Sur hubo gobiernos que se inclinaron por el acercamiento y otros que lo rechazaron. Como es corriente en las crisis internacionales, esta también prosigue… con final abierto.

El autor es profesor de Análisis Internacional en la Universidad Austral

NOTAS
1. Corea del Norte abrió una embajada en Buenos Aires (junio de 1973) y la entonces presidenta María Estela Martínez viajó a Pyongyang. En junio de 1977 los diplomáticos incendiaron la sede y abandonaron el país.
2. Guerra de Corea, 1945, fin de la Segunda Guerra Mundial: la península se dividió por el paralelo 38º N, entre la Unión Soviética en el norte y los Estados Unidos en el sur. En 1950, en plena Guerra Fría, Corea del Norte atacó al Sur, con apoyo militar de China. Tropas de la ONU, en su mayoría norteamericanas, contraatacaron. La guerra continuó hasta 1953 con un saldo de 3.5 millones de muertos. Finalizó con el armisticio de Panmunjon; ambos países siguen técnicamente en guerra.

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