Hace ya algunos años, durante una reunión de profesores de teología, se me ocurrió expresar mi gratitud hacia la revista CRITERIO por haberme brindado un ámbito donde expresar mis convicciones “liberales”. Miradas sorprendidas y risueñas convergieron sobre mí. ¿Estaba hablando en serio? ¿Era una bravata para hacerme notar? Comprendí en el acto que, a los ojos de los presentes, semejante coming-out había sido fatal para mi reputación académica y moral, situación que empeoró con mi posterior participación en el Instituto Acton, dedicado al estudio y difusión de los fundamentos éticos del libre mercado. Estimo que si en aquella ocasión me hubiera declarado socialista, quizás habría contado con indulgencia general, como un idealista intelectualmente rescatable, aunque llevado algo lejos por su sensibilidad social. Pero autoproclamarme liberal equivalía a una auto-incriminación: el reconocimiento de mi propia corrupción intelectual, moral y religiosa.
Es cierto que liberalismo puede significar muchas cosas, a veces contradictorias entre sí. Hubo un liberalismo clásico, defensor de las libertades individuales; hubo un liberalismo estatista, desde mediados del siglo XIX, propulsor de un laicismo dogmático; el calificativo “liberal” fue usurpado en los Estados Unidos por el “progresismo”; en nuestro país, se llamó “liberalismo” al intento de combinar libertad económica y autoritarismo político. En Latinoamérica entera, y no sólo en ella, se aplica hoy el rótulo “neoliberalismo” a contenidos muy variados, que sólo tienen en común la supuesta falta de interés por los pobres (interés que el disertante de turno cree monopolizar). Y la lista de “liberalismos” podría seguir. Pero, como observa con acierto el economista liberal Jeffrey Tucker, hay un derecho a revindicar el verdadero significado del término, y poder insertarse así en una historia y una tradición, una identidad intelectual inspirada en el aprecio de la libertad.
Con mi declaración estaba expresando precisamente mi visión de los valores básicos que deben orientar la vida social, un terreno que compromete la misión de la Iglesia. Me defino como liberal porque creo en la libertad de todo ser humano, que comienza por el derecho a no ser coaccionado –sobre todo por el Estado− en el ejercicio de los propios derechos dentro de los límites razonables de la ley. Creo que cuando las personas gozan de esa libertad para entablar entre ellas todo tipo de acuerdos voluntarios −con la garantía de un Estado que se ciñe a sus propias funciones y no se entromete en su vida y en sus decisiones−, tanto ellas y la sociedad en su conjunto florecen. Creo, en cambio, que cualquier socialismo, bajo el disfraz de una retórica solidarista e incluso religiosa, es un sistema basado en la coacción del Estado, puesta en manos de quienes pretenden saber lo que nos conviene mejor que nosotros mismos, y buscan convertirnos en piezas intercambiables de su proyecto de ingeniería social.
Al caracterizarme como liberal no estoy adhiriendo entonces a ningún proyecto político partidario, sino apuntando a la verdadera disyuntiva a la que nos enfrentamos: una sociedad fundada en la libertad o una sociedad fundada en la coacción. ¿No debería ser evidente qué posición se condice con la antropología cristiana? Si la libertad es una exigencia de la naturaleza humana, la sociedad debe ser lo más libre que sea posible, lo más abierta comercial y culturalmente que sea posible, con la menor regulación e intervención del Estado que sea posible. Luego los instrumentos concretos, sin ser siempre neutrales, son debatibles.
Pero esto no es evidente para la cultura imperante en la Iglesia, que ve en el individualismo liberal la exaltación del egoísmo. Sin embargo, el liberalismo clásico nunca ha sido “individualista” en el sentido de antisocial: su objetivo, por el contrario, ha sido poner límites al poder del Estado para evitar que sofoque la vida social. Su individualismo ha sido ante todo epistemológico y metodológico: sólo las personas tienen la capacidad de obrar, y de obrar libremente, en contra de la idea del sujeto colectivo (la clase, la nación, el Estado, el Pueblo, etc.) en que se funda el marxismo, el “progresismo” y las teologías afines a ellos. De hecho, la economía filantrópica de los países liberales supera ampliamente la de los estatistas.
Soy liberal en el mismo sentido en que la Iglesia –contemplada con suficiente perspectiva histórica– se va haciendo liberal, es decir, va asumiendo progresivamente las exigencias de la libertad en la vida social. En efecto, tras un lamentable retraso en el siglo XIX −y recorriendo el camino abierto por las encíclicas políticas de León XIII y la experiencia de los totalitarismos− Pío XII en su Radiomensaje de Benignitas et humanitas (1944) hizo una opción explícita por la democracia; la cual sería profundizada por Pacem in terris (1963), que adhirió a los derechos humanos y a los principios de la democracia republicana.
Es cierto que el proceso con respecto a la libertad económica fue mucho más lento. Todavía Quadragesimo anno de Pío XI (1931) buscaba someter la libertad del mercado a un principio de justicia social escasamente definido; y Pablo VI, en Populorum progressio (1967) apoyaba ideas proteccionistas y de asistencia internacional que fracasaron desastrosamente en las décadas siguientes. Pero la conexión lógica entre la defensa de la libertad política y la libertad pudo más, y el fruto final de esa evolución se vio reflejado en Centesimus annus de Juan Pablo II (1991) con su adhesión explícita a la economía de mercado.
En una palabra, la Iglesia abrazó los principios del liberalismo político y del económico. Seguramente seguirá una revisión de su posición ante liberalismo filosófico, que sin abandonar la saludable distancia crítica será mucho más positiva que antaño. No parece, sin embargo, que este paso pueda darse en Latinoamérica, donde prevalece un análisis social dogmático e incapaz de entender el mundo moderno, y donde muchos pastores y teólogos miran a los dictadores de la región con una indulgencia apenas disimulada. Quien se ciña al corto plazo podría caer en la impresión de que la Iglesia entera está caminando en esta misma dirección. Sin embargo, el verdadero desarrollo del magisterio católico sólo se aprecia en el nivel de su continuidad profunda, nivel en el cual la consistencia doctrinal termina tarde o temprano por imponerse.
El siglo XX ha visto una Iglesia todavía vacilante frente a la libertad. En Argentina, las oscilaciones se prolongan hasta el día de hoy. Pero estoy convencido de que la Iglesia del siglo XXI será la Iglesia de la libertad, y por eso mismo, inspiradora de la verdadera solidaridad. Ser católico y “liberal” –es decir, alguien que confía más en la libertad que en la coacción, más en las personas que en el Estado burocrático– ya no será la excepción, sino la regla.

Gustavo Irrazábal es sacerdote de la Arquidiócesis de Buenos Aires y Doctor en Teología Moral

9 Readers Commented

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  1. Norberto Delfino on 17 julio, 2020

    El Padre Irrazábal, en este texto, nos acaba de propinar una bofetada a los que nos hemos pasado años estudiando la DSI.
    La confusión entre libertad, liberalismo, libre mercado, que expone con sus apreciaciones, me animan a rezar amorosamente por su conversión.
    Dios lo ilumine Padre, para que anuncie el Evangelio.
    Un abrazo en Cristo

  2. Fernando Miguel Yunes on 17 julio, 2020

    Sin justicia social y condiciones reales de movilidad social ascendente e igualdad sin discriminación no existe una misma libertad para todos. Como expresaba el pensador chileno Radomiro Tomic no es la misma libertad la del poderoso que la del débil; la del rico y la del pobre; la del sabio y la del ignorante. Juan Pablo II en Laborem Exercens hace un discernimiento sobre el capitalismo, no se adhiere categóricamente al mismo. Además es importante leer a Benedicto XVI y Francisco para tener una idea acabada sobre la visión de la Iglesia respecto a la economía actual y el capitalismo. Por último los principios de la Doctrina Social de la Iglesia contienen una cosmovisión del hombre, la sociedad y la historia en la cual la libertad se inserta en un conjunto de valores que enriquecen y profundizan el concepto sobre la misma, que trasciende la concepción liberal, aunque sin negarla totalmente.

  3. lucas varela on 17 julio, 2020

    La nota del «padre» Irrazáblal es un poco extensa. No obstante, no lo suficiente para convencerme de lo contrario a lo que expresan sus innumerables notas anteriores.Yo diría que la nota del Irrazábal es una expresión típica de su «crisis de palabra».
    !»Libertad»¡ es ahora la palabra. No es casual, en epocas de «infectadura». Porque las «crisis de palabra» del padre Irrazábal no suelen ser filosóficas.
    Recuerdo, por ejemplo, una «crisis de palabra» del padre Irrazábal referida a la palabra «pueblo». Él mismo «padre» confesaba sus dudas sobre su significado.

  4. GUILLERMO SAN MARTÍN on 17 julio, 2020

    «Muchas veces sucederá que la propia concepción cristiana de la vida les inclinará en ciertos casos a elegir una determinada solución. Pero podrá suceder, como sucede frecuentemente y con todo derecho, que otros fieles guiados por una no menor sinceridad, juzguen del mismo asunto de distinta manera. En estos casos de soluciones divergentes, aun al margen de la intención de ambas partes, muchos tienden fácilmente a vincular su solución con el mensaje evangélico. Entiendan todos que en tales casos a nadie le está permitido reivindicar en exclusiva a favor de su parecer la autoridad de la Iglesia. Procuren siempre hacerse luz mutuamente con un diálogo sincero, guardando la mutua caridad y la solicitud primordial por el bien común» (Constitución «Gaudium et spes», Capítulo IV, 43)

  5. Contrariamente a lo que otra persona comentó sobre el contenido de esta nota, el Padre Irrazábal, según mi entender, ha comprendido perfectamente los contenidos de la DSI y la avala nombrando las encíclicas fundamentales. Siempre pensé lo mismo pero creia haber mal interpretado la DSI, y hoy le doy las gracias al P. Irrazábal por haberme hecho descubrir (nunca es tarde) que la DSI se contamina cuando se le agrega la política partidaria o la ideología. Pero la Iglesia institución, a través de algunos de sus miembros, clérigos y/o laicos, muchas veces cae en ese error. Una vez un sacerdote que se especializa en DSI, me preguntó si yo era de derecha o de izquierda, le respondí que me ubicaba en el centro tirando un poco a la derecha y un poco a la izquierda según de qué se tratara. Lo que quise expresar es que opto por hacer una síntesis personal y obrar en consecuencia, sin presiones. Pero lamentablemente, creo que para no ser mal evaluado, la Iglesia institucional argentina actual, nos prefiere ideologizados porque un partido político y un líder, parecería haber tomado sus principios de la DSI. No ha sido el primero ni será el último, pero ha logrado mantenernos lejos de un liberalismo sano. El presidente actual de Uruguay lo expresó muy bien en una entrevista. Resumiendo, soy católica y liberal en el sentido que lo describe esta nota. Muchas gracias y femicitaciones Padre Irrazábal. Dios lo bendiga.

  6. Gabriel Zanotti on 18 julio, 2020

    Bravo, valiente Gustavo!!!!!!!!!!!!!!!

  7. Para no repetir conceptos que comparto de los primeros comentarios me limitaré a recodar al P. Irrazabal que al considerar al hombre no podemos olvidar su status de «naturaleza caída», y que justamente por eso se dan notales diferencias en la capacidad de ejercer cada uno su libertad. ¿Será por eso que al término de la vida no se nos preguntará por el «quantum de nuestro rendimiento», sino por el «quantum de nuestra atención al prójimo más necesitado? Personalmente me parece que el autor hace lecturas sesgadas de los Documentos que conforman la Doctrina Social de la Iglesia. Salvo claro está que leamos textos diferentes.

  8. eduardo yocca on 22 julio, 2020

    Una gran pena que una persona lúcida y con posibilidades de iluminar, base su análisis en consideraciones personales y teniendo en cuenta la coyuntura local. La iglesia es el pueblo de Dios que camina solidariamente hacia la felicidad. Caminar juntos, amar, compartir, eso es lo que nos sugiere Jesus. La libertad está en elegir este camino u otro. Pero el camino del Señor nada tiene que ver con el liberalismo. Comprobar que todavía hay gente que aún no entendió esto, explica la iglesia tibia, sin compromiso y en retirada que hoy tenemos.

  9. Ivo Sarjanovic on 27 julio, 2020

    Muy clara explicacion Padre Gustavo. Gracias.

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