Estas líneas (síntesis de la exposición presentada en el Atrio de los gentiles en Buenos Aires) proponen una reflexión acerca de algunas de las nociones de fe que emergen en el corpus borgeano y, de modo más específico, acerca de las que su autora denomina “paradojas de la fe”.
La presencia de la fe constituye una constante en el universo literario borgeano. Son abundantes los textos ensayísticos y narrativos de Borges que participan del campo semántico de la fe, narrativizando o evaluando lúdicamente teologías y sistemas religiosos disímiles, tales como el panteísmo, el gnosticismo, el cristianismo, el Islam, la cábala y otros. No menos numerosos en dicho corpus son los protagonistas en busca de la fe como principio ordenador, ante algún tipo de crisis o conflicto. Y es en estos textos donde se harán más patentes las paradojas borgeanas de la fe.

Recordemos que la paradoja de modo general puede manifestarse como suspensión o transgresión de límites, como algo que según Platón “es y no es al mismo tiempo y en todas las maneras posibles”, “lo uno y lo otro a la vez”, o bien, como “ni lo uno ni lo otro”. Y es precisamente con ese sentido que el concepto que nos ocupa equivaldría a la suspensión de la frontera o a la transgresión de los límites que distinguen la fe de la noción antagónica, la de la razón, reuniendo y superponiendo a un mismo tiempo y en un mismo lugar lo que es y no es, la fe y el escepticismo racional. De modo significativo y a pesar de que en la paradoja se instala la contradicción, ésta aspira a conducir a la verdad e, incluso, a contenerla.

Desde mi perspectiva, en muchos de los relatos borgeanos se patentiza la tensión permanente e irresoluble inscripta en la totalidad de la obra del autor: la tensión entre fe y razón. De un modo u otro, los relatos borgeanos no cesan de interrogar los mecanismos de la fe, ni de indagar en los paraísos, purgatorios e infiernos, en dogmas y creencias, ni aun de sistematizar lúdicamente argumentos teológicos, a los que consideró pertenecientes a la literatura fantástica.

De los numerosos cuentos que tratan la temática de la fe, elijo referirme brevemente a “La busca de Averroes” (El Aleph), relato en el cual se perfilan dos líneas de acercamiento a la noción de fe: una, relativa a la posibilidad de traducción, no sólo lingüística, sino también cultural. La otra, relacionada con la profesión de fe religiosa, en un momento histórico específico, en los umbrales del imperio de la dinastía almohade, que se destacará por su intransigencia religiosa. Vale la pena señalar que, de modo significativo, el narrador relaciona ambas captaciones de la fe al declarar que Averroes pretende hacer un comentario de Aristóteles como si éste fuera un texto sagrado: “Este griego, manantial de toda filosofía, había sido otorgado a los hombres para enseñarles todo lo que se puede saber; interpretar sus libros como los ulemas interpretan el Alcorán era el arduo propósito de Averroes.”

Los acontecimientos en “La busca de Averroes” se estructuran en torno a la resolución de un enigma de índole particular: la posibilidad o imposibilidad de decodificación por parte del sabio árabe de las nociones aristotélicas; la viabilidad de la traducción y la literatura entendida como una profesión de fe se ven desplazadas por otro enigma, el de la ficción misma. Es éste, a mi entender, una fundamental reflexión metaliteraria presente en el relato vehiculizada a partir del juego especular de traducciones que despliega y cuyo objeto es el abordaje del circuito paradójico de la ficción.

Si el relato focaliza el quehacer de la traducción ¿quién sería desde la estimativa del texto, un buen traductor/narrador?: ¿aquél que se aferra a su poder inconmensurable y lo defiende de todo cuestionamiento, o aquél que reconoce la naturaleza parcial y contingente de su labor y deja anidar la duda en ella, poniéndola de manifiesto? Y en función de ello, ¿qué clase de fe es la requerida? Opino que en “La busca de Averroes”, Borges narrativiza la fe que admite la duda, puesta de manifiesto en la labor del sustituto autorial, traductor mimético fracasado, pero triunfante demiurgo de epifanías.

La historia de la fracasada traducción de Averroes es, a su vez, también la historia de otro fracaso, el del autor de la ficción, el de Borges, cuyo intento de “traducción” como una particular captación de la noción de escritura ficcional es inútil, tal vez, innecesaria. El Averroes de aquella Córdoba medioeval, en tanto intento de representación, no puede sino ser un espejismo que se esfuma. Y en tanto que se esfuma, y con él la casa, la fuente, las esclavas y el propio yo autorial que se contempla en el espejo, el texto mantiene su materialidad y realidad ontológica inexcusable: el fracaso de la fe autorial, entendida como proyección, representación, mimesis, es el triunfo del texto y de la escritura, en cuya “hondura” late esa “vislumbre”.

Esta “fe autorial” participa entonces de la naturaleza paradójica de la fe narrativa y aun de la fe en general. En efecto, Merleau–Ponty estima la fe como “una devoción más allá de las pruebas […] imbricada con la incredulidad, a cada instante amenazada por la falta de fe”. La fe narrativa consiste así en esa certeza, no exenta de dudas, de que la ficción tiene relevancia para el mundo fenomenológico y para la existencia humana en ese mundo, y ello inscripto en el reconocimiento de la condición ilusoria de la ficción.

Estimo que el sustituto autorial de “La busca de Averroes” configura un circuito paradójico que ilustra acabadamente esa “fe autorial”, fe que publica, gozosa, la duda: por un lado, reniega de la auto-certidumbre, en apariencia imprescindible para forjar la confiabilidad primaria del receptor. Este narrador-autor sacrifica su control y autoridad en el altar de la revelación anti-mimética: paradójicamente, no exige la suspensión de la duda, sino, inversamente, la suspensión de la credulidad. Lo suyo ha sido pura construcción, pura escritura; más aún, como construcción aparenta también haber fracasado y disolverse: “En el instante en el que yo dejo de creer en él, ʹAverroesʹ desaparece”. No obstante y por otro lado, desde mi lectura, la marcada ironía que sella este epílogo señala no la entronización del fracaso, sino un momento de anagnórisis, epifánico, de auténtica revelación o, más precisamente, auto-revelación por parte del autor intratextual; tal como lo señala Balderston parafraseando al mismo Borges lo literario habita en la promesa de una epifanía que no se cumple, pero es en su sostenida promesa donde se genera esa fe literaria inacabable, de creación permanente, en la que no sólo se pierde el origen sino también el fin.

“La busca de Averroes” es un relato sobre la fe y sobre sus posibles derrotas, pero también sus victorias. Es asimismo un relato sobre el afán de traducir -comprender, interpretar, escribir- como profesiones de fe. La fe religiosa, la fe fundada en el dogma, la fe en lo incomunicable, en lo inefable -la divinidad, la revelación-, ese deseo de aprehender los secretos de lo divino, y alcanzar la salvación, permean la Córdoba andalusí recreada por Borges en su relato, aquella Córdoba de un período en el que aún era factible mirar la creencia del otro con curiosidad y afán de aprendizaje.

En su creación literaria, Borges explora el vasto y ambiguo campo semántico de la fe en todo su amplio espectro de significaciones: tanto como conjunto de creencias de una religión y de su dogma (la primera de las tres virtudes teologales, en tanto asentimiento a la revelación de Dios), como creencia individual, pero también como confianza, esperanza, y aun ilusión. No obstante, uno de los alcances más originales e importantes de la fe en la obra de Borges es el abordaje de la fe como principio meta-poético: llamamos a esta fe intratextual “fe autorial”, la cual, de modo significativo, despliega, interrelaciona y cuestiona diversas captaciones de la noción de fe, desde la religiosa hasta la epistemológica. Y esa fe es la de la lectura o reescritura que cada nuevo lector-creador genera al “ver” el Aleph, la biblioteca de Babel, la Córdoba andalusí, la Pampa de Dahlmann y los Gutre, los libros, los manuscritos, los molinos, los gigantes, cuya existencia se manifiesta gracias a esa fe paradójica o a las paradojas de esa fe literaria.

Estas reflexiones han querido comprobar sucintamente que en los relatos borgeanos convergen diversas nociones de fe. La religiosa ha perdido su monopolio. La salvación, la única tal vez, al menos para la intencionalidad textual, se ofrece como factible sólo a través de lo estético. La paradoja esencial de la ficción ha sido revelada: los personajes ficticios y su autor, su creador, reniegan de una fe para abrazar otra, no menos significativa como revelación; ella habita en la condición ficticia -y verdadera- de lo literario.

La autora es Docente de la Universidad Hebrea de Jerusalén

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