
¿Cómo puede ser que un hombre sea culpable?
La metamorfosis, uno de los pocos textos que Kafka publicó en vida, es de 1915. Su publicación coincide con la Primera Guerra Mundial, acontecimiento que desmintió la visión optimista de fines del siglo XIX. El despertar al horror de Gregorio Samsa a su nueva realidad, en el principio de la novela, es anuncio del siglo XX que amaneció como una pesadilla.
La novela comienza con una oración reconocida reiteradamente por su contundencia. Sin ningún anuncio previo, sumerge al lector en el drama del protagonista y anticipa la esencia argumental de la obra: “Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontrose en su cama convertido en un monstruoso insecto”. Buscando explicaciones para lo inexplicable, se propone olvidar “todas las fantasías”, “sus imaginaciones de hoy” y permanece echado “como si esperase volver en el silencio a su estado normal”, pero la terrible realidad de su nueva condición se le va imponiendo.
Lo angustia la necesidad de cumplir con su trabajo alienante, pero al que está inevitablemente atado para sostener a los suyos y pagar una deuda contraída por su padre. Mientras piensa la manera de cumplir con sus obligaciones, la presencia del reloj aumenta la tensión del clima pesadillesco.
Los otros tres integrantes de la familia, con sus repetidos reclamos de que se levante para ir a su empleo, lo obligan a enfrentarse con la realidad. A ellos se agrega el principal “en persona”, que viene a averiguar por qué no ha concurrido a su trabajo. Cuando Gregorio contesta su pregunta, se pone en evidencia la pérdida de su condición humana: no puede comprenderse su lenguaje. A pesar de todo, espera confiado: “ya se habían percatado los demás de que algo insólito le ocurría y se disponían a acudir en su ayuda”; las primeras decisiones que toman lo tranquilizan porque se siente “nuevamente incluido entre los seres humanos”. Animado por estas ideas, se esfuerza por abrir la puerta pero cuando finalmente lo logra y queda expuesto a la vista de todos, las reacciones demuestran el horror que les provoca : el principal retrocede, tapándose la mano con la boca; su madre se desploma y su padre lo “amenazó con un puño, con expresión hostil” y después rompe a llorar con desesperación. El principal, agitado y “con una mueca de asco en los labios”, gritando escapa de la casa donde habita el monstruo.
La madre, que frente a los reclamos del principal manifiesta una actitud protectora, al ver a Gregorio grita pidiendo socorro, cae inerte sobre la mesa pero luego se levanta dando alaridos y se refugia en los brazos de su marido. Este, enarbolando un bastón y empujándolo “con silbidos salvajes”, obliga a su hijo, cercado por el rechazo que lo confina en su condición monstruosa, a que vuelva a su habitación, donde entra finalmente tras un golpe de su padre. Cuando desaparece de la vista, “todo volvió por fin a la tranquilidad”.
El culpable
Desde que el protagonista sufre la transformación en insecto, su familia lo convierte en culpable de una serie de problemas. El más inmediato, una vez que logran recluirlo en su habitación, es la limpieza y la alimentación. Grete se ocupa de las tareas, al principio con delicadeza, pero su entrada se convierte en poco tiempo en “algo terrible”, que mantiene a Gregorio escondido mientras ella está adentro, porque sabe que “su vista seguía siéndole insoportable a la hermana”. A medida que pasan los días se irá haciendo más evidente la molestia que le causa la tarea, realizada de mal modo y sin delicadeza. Su decisión de quitar algunos muebles del dormitorio le provoca una profunda angustia a Gregorio porque “Le vaciaban su cuarto, le quitaban cuanto él amaba…”; se llevan todo aquello que lo vincula con su vida anterior, confinándolo más todavía en su condición de insecto.
Sin embargo, la mayor preocupación que vive su familia es afrontar la nueva situación económica provocada por el hecho de que Gregorio ya no sostiene solo, con enorme esfuerzo, el peso de toda la casa. El trabajo lo había llevado a una situación alienante, porque necesitaba esforzarse de manera desmedida para cumplir con él; sin embargo, no se manifestaba, desde ellos, el reconocimiento o la gratitud.
Él, en cambio, siente una profunda culpa por no seguir atendiendo las necesidades familiares; lo tranquiliza enterarse de que su padre había conservado un pequeño capital, incrementado por el aporte hecho con el esfuerzo de Gregorio. Sin reparar en la injusticia de la situación, cada vez que oye que hablan de sus necesidades, “encendido de pena y de vergüenza…pasábase… toda la noche, sin pegar ojo…”.
Ya que Gregorio no aporta más dinero, “no había más remedio que ganarlo”. Cada uno tiene limitaciones: “el padre, aunque estaba bien de salud, era ya viejo y llevaba cinco años sin trabajar”. “¿Incumbiríale acaso trabajar a la madre, que padecía de asma, que se fatigaba con sólo andar un poco por casa…”. “¿Corresponderíale a la hermana, todavía una niña, con sus diecisiete años…?”. Con las nuevas obligaciones, las noches son muy diferentes de las que Gregorio echaba de menos cuando por trabajo estaba alejado de su casa. El padre dormita en el sillón, la madre y la hermana continúan con su tarea: “¿Quién, en aquella familia cansada, deshecha por el trabajo, hubiera podido dedicar a Gregorio algún tiempo más que el estrictamente necesario?”.
El monstruo debe morir
Aunque Gregorio sufre la violencia del descuido y del abandono, no había sufrido ningún castigo físico hasta el momento en que su padre se encuentra con él al llegar del trabajo. Lo primero que hace es levantar “los pies a una altura desusada”, como si fuera a pisarlo; el hijo se sorprende al ver “las gigantescas proporciones de sus suelas” . Después de perseguirlo, furioso, lo “bombardea” con manzanas. Sólo se detiene por la intervención desesperada de la madre “que le suplicaba que perdonase la vida de su hijo”.
La herida que le provoca uno de los golpes en la espalda aumenta el deterioro de Gregorio. Va desmejorando en distintos aspectos: casi no come, está sucio; apenas duerme, no tiene la misma consideración hacia los demás que antes. En la vigilia, recuerda su trabajo, su vida anterior, e imagina que podrá volver “a encargarse de nuevo, como antes, de los asuntos de la familia”, aunque después se irrita por la poca atención que le dispensan.
La tensión inicial de la novela se incrementa progresivamente y culmina con un violento episodio con los huéspedes que alojan para aumentar sus ingresos. Es el detonante que impulsa a Grete a tomar una decisión: es necesario deshacerse del monstruo. En las palabras de la hermana, son ellos las víctimas de la situación y ya “no es posible sufrir… estos tormentos”. En su alegato para convencer a sus padres, insiste en que es imposible creer que ese sea Gregorio y que su intención es “apoderarse de toda la casa y dejarnos en la calle”.
De la misma manera que los cuidó durante años, Gregorio va a evitarles hacerse cargo de la solución final. Solo en su cuarto, nota que se va debilitando; piensa con emoción y cariño en los suyos y siente con fuerza la convicción de que “tenía que desaparecer”. Su muerte es una auténtica liberación: hay un clima de descanso, de serenidad conquistada. La familia sale de la casa; dejan el ámbito siniestro donde han ocurrido los hechos y los recibe “la luz cálida del sol”, que aleja la oscuridad y la lluvia que han acompañado el tiempo de su desgracia. Es el momento de hacer proyectos, de “abrigar para más adelante grandes esperanzas”.
Sostiene Borges que, si bien la obra de Kafka está marcada por una serie de circunstancias históricas –la guerra del catorce, su condición de judío cuando ya apuntaba el antisemitismo, la decadencia del imperio austrohúngaro, del que formaba parte Praga, su ciudad– puede ser leída más allá de estas circunstancias históricas. En efecto, cien años después de su publicación, en el marco de un mundo encerrado en la intolerancia y la violencia, nos convoca nuevamente a su lectura.
1 Kafka pidió cambiar la tapa de la novela, donde Gregorio Samsa aparecía representado como un insecto. Su rechazo muestra la decisión de no proponer una versión única, como signo de que la obra no necesita ser leída literalmente, sino quedar abierta a distintas interpretaciones. Finalmente, la imagen de tapa fue la de un hombre con expresión de horror, delante de una puerta entreabierta.
2 No resulta redundante recordar el peso de la figura paterna en la obra kafkiana. Dos ejemplos insoslayables en relación con La metamorfosis son el cuento “La condena” y la “Carta al padre”; en ambos textos se pone de manifiesto el conflicto que significó para Kafka la relación con su padre. En el segundo aparecen una serie de escenas que evocan otras de la novela y se marca, a repetición, la imagen de un padre de tamaño descomunal.
La autora es profesora de Letras y Escritora.