La nota editorial que abre este número de CRITERIO es una invitación al diálogo. Esa actitud fundamental que tanto promueve el papa Francisco es vital en el matrimonio, en la familia, en la sociedad, en la política. Lo que allí se dice puede aplicarse a ámbitos diversos, aunque es claro que una preocupación apremiante en este momento es la falta de diálogo verdadero en la política argentina.
Un capítulo, no el único, donde el diálogo es necesario, tiene que ver con la revisión de una época difícil de nuestra historia reciente, que podríamos centrar en la década de 1970, aunque los hechos de entonces tienen raíces más antiguas y proyecciones ulteriores. Se trata de un análisis difícil, porque mientras algunos protagonistas todavía viven y están incluso amenazados por un eventual castigo a sus acciones, a esta altura la mayoría de los argentinos ya no tiene un recuerdo personal de lo ocurrido, y en cambio (especialmente los jóvenes) han sufrido un bombardeo de información muchas veces sesgada e ideológicamente tendenciosa. Hablamos de un tiempo signado por la violencia, la muerte y la violación sistemática de derechos humanos que hoy son incuestionables pero de los que, entonces, nadie hablaba (ni en uno ni en otro bando). Con la perspectiva que da el tiempo, hay una tentación de hacer juicios anacrónicos que, por eso mismo, no son acertados.
Esa época de la Argentina dejó heridas profundas y todavía abiertas. Los argentinos necesitamos cicatrizarlas para poder proyectarnos hermanados hacia el futuro. De eso se trata: de poder superar el pasado, para vivir intensa y creativamente el futuro. A ese proceso podemos llamarlo reconciliación. Quienes hacemos CRITERIO creemos en la reconciliación, porque creemos en el perdón, y creemos en el amor y la misericordia, que son instancias superadoras de la venganza y aún de la justicia estricta. La reconciliación, ciertamente, no es ni debe ser olvido, ni impunidad. Decir eso sería una simplificación inadmisible.
El “Año Santo de la Misericordia” convocado por el papa Francisco, que coincide con el bicentenario de nuestra independencia, y también con el inicio de un nuevo período presidencial, es una oportunidad inmejorable para afrontar ese desafío. Queremos comprometernos con él, como ya lo vienen haciendo muchas personas e instituciones. Una nota que publicamos en este número, de Andrea Poretti, da cuenta de un intento en ese sentido.
Tanto el diálogo como la reconciliación tienen como presupuesto ineludible el reconocimiento de la verdad. La verdad es a veces dolorosa, triste o vergonzosa. Pero si somos capaces de alcanzarla tanto como sea posible (y reconociendo que los hechos objetivos son muchas veces susceptibles de diversas miradas, interpretaciones, juicios y encadenamientos), será posible avanzar. También es necesario dejar de lado los “clichés” ideológicos que son tóxicos. El debate sobre la década del ’70 en la Argentina está inficionado por la llamada “teoría de los dos demonios”, con sus detractores (que implícitamente defienden la «teoría del único demonio») y supuestos defensores. Lo cierto es que los demonios no son uno ni dos, sino que son Legión. Hubo en ese tiempo, y acaso habrá siempre, demasiados demonios sueltos. Todos –también la Iglesia, con sus obispos a la cabeza– tenemos necesidad de exorcizar algunos…
Hace algún tiempo se conoció la existencia de unos escritos de quien fuera Pro Vicario Castrense, monseñor Victorio Bonamín, y se anunció la publicación de un libro sobre ellos. CRITERIO pidió a los autores de ese libro una nota sobre el tema, que también ofrecemos a los lectores en este número (La Iglesia de la dictadura en el Estado de derecho). Quienes hacemos CRITERIO estamos lejos de compartir todos los juicios que allí se hacen, e incluso disentimos con algunos de ellos. Sin embargo, creemos que el diálogo que propiciamos incluye la necesidad de escuchar voces diversas, esperando que esa actitud sea recíprocamente correspondida.
También la Iglesia (no menos que los partidos políticos, los sindicatos, las fuerzas armadas, los medios de comunicación, y tantos otros protagonistas institucionales de la vida social) se debe un diálogo interno que ayude a curar las propias heridas. En la época en cuestión la Iglesia tuvo víctimas y victimarios, tuvo mártires y tuvo quienes propiciaron, alentaron o justificaron la violencia y obnubilaron las conciencias, de uno y de otro lado. También entre sus hijos hay familias que siguen buscando un nieto apropiado o un hijo desaparecido, familias que lloran un muerto, o que acompañan el sufrimiento actual de algún anciano sometido a condiciones vejatorias de prisión que más parecen venganza que justicia. A todos ellos, y a todos los que puedan aliviar esos sufrimientos, la Iglesia les propone en nombre de Jesucristo un corazón misericordioso.
CRITERIO abre sus páginas y su espacio para este diálogo, como un servicio al país y a la Iglesia. Extendemos una cordial invitación a quienes de buena fe y con altura quieran sumarse a él. Es necesario para que nunca más se repitan los mismos errores. Nos anima el amor a la Patria, a la Iglesia y a la verdad; y el deseo de que especialmente los más jóvenes puedan mirar el futuro con esperanza.

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