Padres “3D”

Distintas maneras de entender y ejercer la difícil tarea de ser padres en los tiempos actuales.

Si hay un ámbito en que la posmodernidad sigue manteniendo su vigencia, éste es el de la paternidad. No es casual. La generación de padres de entre 35 y 55 años mamó los ideales posmodernos en su momento de mayor auge y pureza.

La herencia posmoderna aflora de muchas maneras en esta generación. Pero hay una que resulta especialmente curiosa y paradójica. Vivimos en la cultura de las pantallas 3D y ya nos iniciamos en el universo del 4D. Sin embargo, nos rodea una generación de padres 2D, de padres “bidimensionales”. Se trata de hombres y mujeres que se proyectan con naturalidad en las dos variables centrales de nuestra vida cotidiana: el tiempo y el espacio. Pero encuentran dificultades a la hora de realizar esta proyección simultáneamente en planos diversos. Estos padres dimensionan los acontecimientos echando mano de un modelo unívoco, de pocas variables, y en el que las relaciones causales son lineales y atienden fundamentalmente al corto plazo. Padecen, en consecuencia, de cierta miopía no advertida que simplifica de algún modo su ejercicio paternal.

Los padres 2D carecen del hábito del “doble click”: no logran acceder al hipertexto que nos vincula con los niveles más profundos de las circunstancias de nuestra rutina habitual. La incapacidad de “doble click” se revela en sus efectos principales. A un padre sin “doble click” le preocupa básicamente que sus hijos estén bien y estar bien con ellos. Sabe que determinadas conductas generan consecuencias nocivas y busca evitarlas. Pero su capacidad de lectura del largo plazo se encuentra acotada por el “presentismo” imperante. Puede imaginar consecuencias lejanas, pero se orienta al ritmo de una intuición más parecida a la adivinación que a la mirada atenta y reflexiva. Siguiendo los mandatos del “emotivismo”, procura acompañar a sus hijos desde la afectividad cercana antes que desde el frío mandato clarividente. Los principios y normativas están al servicio del equilibrio afectivo y del bienestar general, y no a la inversa. La generación 2D no se orienta por teorías y construcciones reflexivas complejas, prefiere las indicaciones y consejos simples, transmitidos de boca en boca como recetarios de cocina. Se asusta con facilidad ante circunstancias alarmantes, y suele ir modelando sus criterios al ritmo de estos miedos ocasionales, por naturaleza erráticos.

Estos rasgos pueden plasmarse en múltiples ejemplos. Tomemos el caso de una madre 2D interesada en acompañar a su hijo en la rutina escolar. La veremos involucrarse activamente y con frecuencia en la resolución de las tareas encomendadas, incluso en aquellas que perfectamente podría resolver su hijo sin ayuda. Acaso su compromiso llegue a tal punto que la veamos padecer solidariamente las eventuales frustraciones escolares de su hijo. Observemos al padre 2D que, temeroso de los golpes que amenazan a su crío deambulador, lo acompaña paso a paso en cada uno de sus arrebatos exploratorios, evitando toda magulladura que pudiera generarle dolor. Analicemos también el caso del grupo de padres 2D que organiza para sus hijos una fiesta de egresados “controlada” en la que circulan bebidas alcohólicas en medidas predeterminadas según cánones autorizados; o de aquellos otros padres o madres 2D que no dudan en regalar un celular de última generación a niños y niñas de nueve años para garantizar la posibilidad de comunicación a toda hora, invirtiendo tal vez recursos que exceden sus capacidades financieras inmediatas.

En todos estos ejemplos, a los que podríamos sumar muchos más, se advierte un ejercicio comprometido de la paternidad. No hay negligencia ni inadvertencia. Por el contrario, hay un esfuerzo anticipatorio que busca acompañar cercanamente y evitar en los hijos las consecuencias que presumiblemente afectarán su desarrollo sano y pleno. El problema de este estilo de paternidad no reside en la ausencia. La nuestra no es una generación de padres ausentes. El problema reside, por el contrario, en la dificultad para tomar una distancia que no implique ausencia. En otras palabras, para lograr aquel modo de presencia propio de quien es padre, y no amigo, fiscal o proveedor incondicional. El desarrollo de una distancia empática permite al mismo tiempo comprender la problemática de nuestros hijos, sintonizar con ellos sin con-fundirnos y, mantener la mirada adulta que necesitan para redimensionar lo que les ocurre. Todo esto viene implicado en el ejercicio la paternidad 3D, aquella que ha adquirido dominio del arte del “doble click”.

Los padres 3D tienen la capacidad de trascender la esfera de la inmediatez y la causalidad lineal. Prevén consecuencias simultáneas en distintos planos, y comprenden que, a veces, la mejor solución en un nivel se vuelve desaconsejable cuando es analizada desde una perspectiva más amplia. Sienten temor, y prestan atención a sus temores, pero no obran por temor. Cuidan, pero entienden que el exceso de cuidado también puede generar descuidos. Saben, por ejemplo, que la abnegación que inspira la mayor parte de las ayudas paternas o maternas puede convertirse en un subsidio a la maduración si no está bien dirigida. Sufren cuando ven que un hijo o una hija quedan excluidos, pero también confían en su capacidad para desarrollar y defender puntos de vista personales, incluso a costa de “ir contra la corriente”. Disfrutan cuando sus hijos se divierten, pero no se dejan deslumbrar por los estereotipos comerciales auto-impuestos (en ocasiones, incentivados por sus mismos padres). Promueven la creatividad y el sentido crítico, echando mano del “no” tanto como del “sí” sin sucumbir ante la culpa. Ejercitan con poca censura su derecho a la sana obstinación. Quieren que sus hijos utilicen las novedades tecnológicas, pero intentan formar en la consciencia el valor del dinero y del esfuerzo que supone su adquisición.

Esta capacidad de ver más allá haciendo “doble click” sobre las situaciones habituales nos permite navegar los distintos planos de la paternidad. Si la paternidad 2D nos interroga habitualmente para saber si nuestros hijos están bien, la 3D intenta considerar también otra pregunta radical: ¿En qué tipo de persona quiero que se convierta mi hijo/a? Si accedemos a este plano, ya no basta con lanzar la pregunta retórica “¿qué mal puede hacerle?” para justificar y autorizar una determinada práctica. Para quien lleva puestos los anteojos 3D de la paternidad, hasta una simple invitación a un pijama party puede ser ocasión de replanteos. A veces, un pijama party es más que eso: es el primer peldaño de una escalera de ritos predeterminados y aparentemente incuestionables que merecen ser analizados con ojos y pensamiento adultos.
Es una verdad universalmente aceptada que no nacemos sabiendo ser padres. A ser padre se aprende y no es tarea sencilla. Implica un desafío no exento de peligros. La reducción a la bidimensionalidad es uno de ellos. Tal vez sea hoy el más frecuente, pero no es el único. También el ejercicio de la paternidad 3D está expuesto a tentaciones. La primera de ellas, y la más evidente, reside en la soberbia que surge de sentirse un iluminado, poseedor de una visión privilegiada y más aguda que la del resto de los padres. Esta tentación expone a la paternidad a una perversión más profunda, incluso autodestructiva: pues si un padre o una madre pierden de vista las demandas y necesidades de la dimensión 2D y centran su atención, satisfechos y complacidos, en las necesidades formativas del largo plazo, verán florecer un nuevo tipo de paternidad bidimensional, más perjudicial incluso que el que surge de la mirada atenta al corto plazo.

En este sentido, la paternidad 3D no ha de ser contestataria por naturaleza. Si bien nos previene de obedecer ciegamente los mandatos imperantes, tampoco reniega de ellos, ya que les reconoce su relativo sentido y legitimidad. Superar la paternidad bidimensional implica el mayor de los desafíos: la búsqueda de un equilibrio que se aprende sin recetas ni manuales, pero con una disposición a ejercitar habitualmente el “doble click” sobre lo aparentemente simple, para descubrir en ello la hondura y riqueza que da sentido a nuestra paternidad.

El autor es doctor en Filosofía y especialista en gestión educativa.

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