Una sobresaliente reinvención del mito de Caín y Abel

A propósito de la obra Terrenal, de Mauricio Kartun, en el Teatro del Pueblo.

En su más reciente creación, y como ya es habitual en él, Mauricio Kartun continúa desafiando al espectador con una propuesta disruptiva que ya transita el segundo año de representaciones y que se ha hecho merecedora de múltiples premios y nominaciones.
Kartun prosigue con la relectura de episodios bíblicos, que comenzara en Salomé de chacra (2012), para reflexionar sobre el “sentido del mundo desde su creación” pero a través de una parábola sui generis. Terrenal –subtitulado Pequeño misterio ácrata– retoma y reescribe la historia de Caín y Abel en tono festivo y campechano, por momentos casi vulgar, sin los fines didácticos religiosos propios de un misterio ni la reafirmación de la cosmovisión judeo-cristiana. Esta reinvención del mito dispara múltiples interpretaciones como toda metáfora: la denuncia del capitalismo salvaje, la advertencia sobre la peligrosidad del lenguaje en la construcción de un pensamiento unívoco y la pugna entre el teatro comercial y el teatro rebelde, entre otras.
El autor se confiesa no un exégeta sino un eiségeta de la Biblia en la que inserta, por lo tanto, sus interpretaciones personales fundadas en Spinoza, Marx y sus vastas lecturas. Si bien toma el sistema de valores tradicional del mito –la inocencia de Abel y la culpa de Caín–, apoyándose en la versión que de él hace el historiador judío Flavio Josefo en el 93 d.C. –insertada en el programa de mano– convierte al hermano asesino en el paradigma de una mentalidad y forma de estar en el mundo signada por la avaricia y la posesión violenta de la tierra en procura de riquezas. A ella se opone Abel, el que goza de la creación sin querer dominarla. La figura de Dios –el Tatita de la pieza– también aparece problematizada de una manera casi esperpéntica: está tan condenado como sus criaturas a un “paraíso a la miseria” y más que el creador es apenas el “maestro de ceremonias” del teatro fantochesco en que se ha convertido la vida, sumida en “la rutina, el ruido y la rabia”, “pura destreza que no dice nada”, con evidentes reminiscencias del célebre monólogo de Macbeth al borde de su derrota. De la misma manera, el castigo impuesto a Caín adquiere otros alcances: no es el destierro lo peor sino la condena que él mismo se forjó –nunca estar saciado y perder el sueño por ello– y el arrastrar la sombra de Abel, padre del primer hijo que dará a luz la mujer qué él eligió para fundar su descendencia.
La acción se ubica en una “tierra baldía”, versión degradada del paraíso terrenal, que comparten ambos hermanos en continua oposición: un productor de morrones y un vendedor de carnadas vivas. La escueta escenografía en un espacio reducido, la modesta utilería y el vestuario con notas payasescas dan cuenta de esa impronta de pequeño teatro de variedades que el autor pensó como marco para la secuencia dramática y del registro farsesco con que construyó sus personajes. Claudio Martínez Bell, Claudio da Passano y Claudio Rissi dan vida respectivamente a los hermanos en discordia y al Tatita que regresa después de un abandono de dos décadas.
Uno de los mayores logros y desafíos del texto es el lenguaje convertido en artificio teatral. Este es un rasgo que se viene manifestando en las últimas obras del autor, a partir de El niño argentino, y uno de los motivos que lo ha impulsado a dirigirlas. El monólogo de Caín en la segunda escena o la admonición final de Tatita a Caín son algunos de los momentos más destacables en este sentido. Encontrar el tono justo para que los diálogos no pierdan espontaneidad ni se vuelvan grandilocuentes es mérito compartido entre los actores y el autor/director, producto de un intenso trabajo previo de reescritura y pulido del texto por parte de éste y de apropiación del mismo por parte de los actores. Si a ello se le añade un manejo corporal aceitado y riguroso, el resultado de la interpretación es sobresaliente.
Un texto denso en significaciones y una puesta que lo potencia por la fuerza de sus imágenes y la transmisión de la palabra revalidan el lugar de Kartun dentro de la dramaturgia argentina.

1 Readers Commented

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  1. horacio bottino on 29 marzo, 2017

    Es mas que un mito es Palabra viva de Dios

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