Después de la polémica vinculación entre política, estética, historia y sociedad durante la última década, es necesario repensar los medios y la gestión cultural para instalar un nuevo paradigma.
El cambio del signo político en la Argentina, luego de una relativa diferencia de votos a favor del actual Presidente, al momento del cierre de estas líneas aún se encuentra en una fase de consolidación que le permitirá conocer el estado real y concreto de todo lo que concierne al país y luego brindar mejores herramientas para la futura acción de gobierno. Esto incluye la designación de funcionarios clave que no han sido nombrados aún. Pero sí se conocen los nombres de los responsables del área de cultura de la Nación (Pablo Avelluto); de la Ciudad (Darío Lopérfido), y en el conglomerado de medios públicos, el Centro Cultural Kirchner y Tecnópolis (Hernán Lombardi). A excepción de Lopérfido, que hereda una gestión de su mismo signo político, los otros deberán lidiar con una noción de Estado que –a todas luces– se encuentra dirigida hacia otro horizonte discursivo y con cuadros de gestión, en muchas áreas intermedias de la administración pública, con sesgos políticos diversos. Toda la estructura estatal e incluso buena parte de un colectivo conformado por medios de comunicación acríticos y afines (sustentados en algunos casos a través de la pauta oficial), contribuyó no sólo a consolidar un modo de ejercer el poder y comunicarlo, sino también una forma de entender a la múltiple sociedad contemporánea y a tornar visible la labor de gobierno. También construyó cierta noción de imaginario que, como tal, no se centró exclusivamente en la difusión a plazos semanales de sus metas y alcances sino a reformular aquello que, con acierto, Nicholas Shumway definió como “ficciones orientadoras”. Esto es, cuáles son las características que definen la identidad nacional, que se hizo en notorio contraste con las ideas que se desarrollaron desde 1808 y hasta la generación del ’80. Ese revisionismo de los mitos culturales del país demonizó a algunos (Mitre), dejó de lado a otros (Alberdi), fue ambivalente de acuerdo con la coyuntura con alguno más (Sarmiento) y también eligió sólo algunas aristas de grandes hombres (Moreno). El revisionismo histórico reposicionó a sus nombres legendarios (Rosas, Jauretche, Kusch), encumbró a contemporáneos de prestigio (Laclau) y volvió a transitar por algunos de los tópicos clásicos del nacionalismo vernáculo que inevitablemente conducen a la mitificación. Con gran acierto en función de sus fines, ya el primer peronismo comprendió aquello de que el hombre es un animal político pero le añadió lo “sentimentalmente” político, herencia que el kirchnerismo supo administrar para la conformación de una nueva noción de imaginario cultural hasta su multitudinaria despedida del Gobierno nacional. Quizás esa construcción sentimental tuvo una sola falla, aunque fatal: no dirigirse a las múltiples realidades de la mutable sociedad contemporánea y, por el contrario, querer incluirla dentro de un ideario racionalizado previamente. Las sociedades no se componen hoy de grandes conglomerados conceptuales sino de poderosas subjetividades en las cuales las técnicas de comunicación definen su vínculo con el imaginario, y no al revés. “La complejidad es una noción cuya primera definición no puede ser sino negativa: es lo que no es simple. El objeto simple es el que se puede concebir como una unidad elemental indescomponible”, escribió Morin, agregando que: “No obstante se puede aplicar una teoría simple a fenómenos complicados, ambiguos, inciertos. Entonces se hace una simplificación”.
La administración entrante recibe medios públicos de gran jerarquía técnica y una concepción de medios temáticos aún a desarrollarse a gran escala dentro de la Televisión Digital Abierta (TDA) que, junto a aquellos de interés general, presentan las temáticas orientadas al futuro. Mención aparte, es aún inadmisible que el canal Ciudad Abierta no haya sido una voz dentro de la programación generalista y sólo pueda verse por la televisión por cable. Podría sumarse vitalmente al abanico conformado por IncaaTV, Arpeggio y Encuentro, entre otros, para brindar una televisión temática cultural de calidad. ¿Cuál es el problema? La inversión millonaria que requiere el sostenimiento de una programación propia, nueva y variada en tiempos de ajuste económico.
Además, el debate también implica repensar la lógica del mapa audiovisual en el cual los campos diferenciados –en los que el cine era dominante hasta la llegada de la televisión y ésta lo era hasta la aparición de Internet– han cambiado. En efecto, esos bloques en la actualidad se mixturan e interrelacionan de diversas maneras. En un histórico debate en los años ‘60, Hubert Beuve-Méry, entonces director de Le Monde, remarcaba la labor distintiva de cada uno: la radio informa, la televisión muestra, la prensa explica. Hoy, si bien en esencia cada canal comunicacional mantiene su sesgo propio, todos migran elementos del vecino y añaden –vital en la prensa escrita de hoy– la labor de interpretar lo que le sucede a la sociedad. En definitiva, la democracia republicana demanda pluralidad pero no debe olvidar el diseño de un perfil comunicacional que permita trasladar los principios que operan en el cambio cultural de los medios públicos como un signo positivo para el conjunto de la sociedad, ya que el campo de la cultura es hegemonizado por los mass-media.
Todo un símbolo es la carta de intención presentada por diversas entidades de la colectividad italiana: reclaman que el monumento a Colón vuelva a su sitio originario detrás de la Casa Rosada, pero sin por eso enviar al exilio a la escultura de Juana Azurduy, que observa deficiencias técnicas y cuyo pedestal no tiene correspondencia con el entorno donde se erigía aquel. La idea es que sigan juntas en el mismo predio bajo el denominado “Conjunto Monumental del Encuentro en el Segundo Centenario de la Independencia Argentina”, tal como informó el diario La Nación. Así, desde el notorio conjunto monumental, se zanjaría una discusión de larga data y se acallarían las pasiones que desató la remoción de un monumento y su reemplazo por otro, pero además se enviaría un poderoso signo: el de la aceptación de las identidades múltiples de la Argentina. Somos tan hijos de Juana Azurduy como de Cristóbal Colón, nuestra sociedad se construyó bajo notables corrientes migratorias fundamentalmente europeas y hemos mantenido lazos permanentes con el viejo continente. Tan real es la lucha de Azurduy en las guerras de la Independencia como un dato dentro de lo “sentimentalmente político” que fue olvidado al remover uno por otro: la mayor parte de la sociedad desciende “de los barcos”.
El kirchnerismo dejó el gobierno con una Plaza de Mayo llena de fervorosos cuadros militantes y una profunda aura de mistificación en respaldo a su gestión. Sin una lógica superadora de la cultura y los medios en la Argentina, que se inscriba de manera decidida y contundente en paralelo a otras áreas de gobierno, esa postal final se agigantará. De la superación de la crisis económica y la labor efectiva en materia cultural y de comunicación dependerá en buena medida la suerte del Gobierno y un futuro donde la Argentina se integre a un paradigma distinto, evitando un regreso a las fuentes en las que el poder se construyó a su imagen y semejanza durante más de una década.
Pablo De Vita es miembro de la de la Sociedad Española de Estudios de Comunicación Iberoamericana de la Universidad Complutense de Madrid y de la Asociación Española de la Prensa Cinematográfica.