magrisEl Conde y otros relatos
por Claudio Magris
(Madrid, 2014, Sextopiso, 79 páginas)

Este reconocido escritortriestino se ha definido a menudo como un hombre de frontera. La suya, a orillas del mar Adriático,fue una antigua ciudad-puerto del Imperio austro húngaro que, luego de la Primera Guerra Mundial, casi acorralada contra la vieja Yugoslavia, pasó (o volvió) a ser italiana. La frontera estaba a la vista.
Trieste es una pintoresca capital de provincia,sede de numerosas empresas de seguros y elegantes cafés (a uno de los cuales acostumbra ir Magris con sus papeles). Allí vivió James Joyce y comenzó a escribir el Ulises. Hoy cuenta con una población mayoritariamente de habla italiana pero en sus calles se oyen varias lenguas eslavas. Claudio Magris, autor de El Danubio, ha sabido referir la historia de ese antiguo puerto imperial–disputado en la historia por venecianos y austríacos–donde se cruzan viejas tradiciones católicas, ortodoxas y judías (algo que puede recordar a Joseph Roth en El busto del emperador).Magris es un experto en germanística (estudió en Turín y frecuentó Friburgo) y gran divulgador de la cultura de la así llamada Mitteleuropa, o Europa central.
Perdió a su esposaen 1996: Marisa Madieri, la autora de aquellos breves e inolvidables libros titulados Verde aguay El claro del bosque, publicados por Minúscula en Barcelona;mujer de una profunda y reservada espiritualidad. Magris fue también destacado colaborador del diario Corriere della Sera y senador italiano. Entre otros muchos reconocimientos, recibió el Premio Strega en 1997 y el Príncipe de Asturias en 2004. Algunas de sus obras: Utopía y desencanto, Conjeturas sobre un sable, Microcosmos. Tuvimos ocasión de tratarlo en Madrid, en Buenos Aires y en su patria. Es un hombre exquisitamente amable y discreto.
En este nuevo trabajo presenta cuatro cuentos. El primero da título al libro y permite ir al encuentro de un personaje errante y primitivo que gana unos pesos rescatando cuerpos de ahogados en el río Duero, en el norte de Portugal. Lo llaman “el Conde”. Hay un contrapunto entre el narrador, un marinero, y el personaje narrado, “pescador de cadáveres”. Con desgano y aquiescencia frente al destino, y con una sintaxis que quiere imitar la corriente del agua, el narrador recuerda: “Aprendí algo de él, así es: si quieres encontrar lo que buscas debes dejarte llevar, la corriente el viento las personas que empujan o qué sé yo arrastran todo hacia el mismo lado, la escoba recoge la basura, y allí al final encuentras lo que querías y te encuentras también tú”.
Las peripecias de la vida van uniendo en un estrecho universo narrador y narrado: “Poco a poco nos fuimos volviendo inseparables: él yo y los ahogados; y la barca sobre el mar-río, que no sabe nada de nosotros, ni siquiera que existimos”. El marinero quiere contarnos de las mujeres que quiso a su manera, de su madre que ya no está, de la bondadosa Giba, de la dulce Nina y finalmente de la bella y arisca María; entonces nos pregunta: “¿Quieren saber de ella?”. Responde: “Pero ¿cómo podría hablar de ella, con esta lluvia y esta oscuridad?”.
“La portería” narra el final de un hombre mayor que quiere escapar de su familia para refugiarse en sus recuerdos y encuentra la solución como encargado de un edificio. Necesita anonimato y orden: “Apretó el paso, porque casi iba retrasado y los inquilinos, con mucha razón, habrían protestado si encontraban que la portería y el portón de la entrada no estaban abiertos conforme al horario”.
“Las voces” describe las obsesiones de un raro personaje que sólo se vincula con los contestadores telefónicos de mujeres cuya voz lo emocionan en su enfermo ensimismamiento, pero evita con método dar con ellas: “Yo he tenido muchas mujeres, voces de mujeres verdaderas, no esas muñecas que ves y escuchas que andan por allí en la calle. Bellísimas, diferentes, ásperas, tiernas, desafiantes, tímidas”.
Y en el breve cuento “Ya haber sido” sentencia: “Ésta es, señoras y señores, ésta es la herencia que hemos recibido de la Mitteleuropa. Una caja fuerte, vacía, pero con una cerradura que desalienta a los ladrones deseosos de meter dentro quién sabe qué”.

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