Amoris Laetitia: aire fresco y mirada optimista sobre la familia

La teóloga argentina que participó en el Sínodo de obispos sobre la familia analiza aquí algunos de los puntos más relevantes de la exhortación apostólica postsinodal Amoris Laetitia.

Al terminar una primera lectura de la exhortación apostólica postsinodal Amoris Laetitia, tengo la sensación de un viento refrescante sobre el rostro de la familia. No es casual que en la portada se diga que la exhortación habla “sobre el amor en la familia”, porque precisamente de eso se trata.
Tal como pide el Papa, la exhortación merece una lectura atenta y detenida. Es un texto para volver, retomar y pensar. Sin ánimo de introducir ni agotar nada, me detengo sobre tres ideas de las varias que me dejó el primer acercamiento al texto: la expresión “la alegría del amor”, el acercamiento al tema del amor incondicional y la cuestión del crecimiento y de la gradualidad.

La alegría del amor
El título de la exhortación une el tema del amor con el de la alegría; la alegría es una consecuencia del amor, de hecho el amor da alegría, y uno de los frutos del Espíritu Santo (que es Amor), es la alegría (Cf. Gal 5,22-23). Pero también hay que decir que, quien se abre a la alegría, está en mejores condiciones para abrirse también al amor. Amor y alegría constituyen un círculo luminoso que se retroalimenta y que está presente en el texto. Recibir el amor, que viene de Dios, y con él, la alegría. Recibir el amor de los hermanos y alegrarnos, dar amor a ese prójimo tan próximo que es la propia familia y experimentar alegría.
Una ventana llena de luz es la que quiere abrir Francisco para la Iglesia y para el mundo: mostrar la riqueza humana y cristiana de la familia. Muchas citas avalan esta idea; tomemos una: “Con el testimonio, y también con la palabra, las familias hablan de Jesús a los demás, transmiten la fe, despiertan el deseo de Dios, y muestran la belleza del Evangelio y del estilo de vida que nos propone” (184). Eso predispone a mirar la realidad familiar no ya con el pesimismo que caracteriza muchas veces las opiniones de nuestra época, sino con una luminosa esperanza.
En esta alegre aproximación al amor en familia, resuena el título del libro aparecido en el período intersinodal, del cardenalWalterKasper, El Evangelio de la familia (Santander, 2014, Sal Terrae); Francisco toma la idea aunque no repita la expresión: el amor es una alegre noticia, opera como buena noticia, por eso el talante de la exhortación es eminentemente abierto y positivo. Hay una mirada a la familia que apunta más a sus posibilidades que a sus dificultades; retomando lo que dijo en Cuba, Francisco afirma: “Las familias no son un problema, son principalmente una oportunidad” (7).
Aunque de hecho las familias tienen muchos problemas, se decide no mirarlas desde allí sino desde sus posibilidades e ir aún más allá: mirar el proyecto de Dios sobre la familia.

Dejar que el otro sea
En diversos párrafos y de diferentes modos el texto nos recuerda que el prójimo tiene derecho de ser quien es y de ser amado así como es. Ese es un punto de vista que denota un trasfondo antropológico y teológico determinado: en el hermano está la imagen de Dios, hay allí algo original y único. Dios lo ama incondicionalmente y yo me uno a esa corriente de amor. El Padre se alegra de que el otro sea y yo también me alegro: “Desarrollar el hábito de dar importancia real al otro. Se trata de valorar su persona, de reconocer que tiene derecho a existir, a pensar de manera autónoma y a ser feliz” (138). Si bien el amor como atención al otro es de la esencia del evangelio, estas palabras suenan en una impostación nueva respecto de otros textos magisteriales y de un modo muy afín con las inquietudes contemporáneas, atentas a darle lugar a las personas aceptando las diferencias, las diversidades.
Es un discurso exigente que sin embargo no resulta moralista, sino liberador: sólo quien ama respetando al ser amado, ama verdaderamente. En toda convivencia humana esto es relevante y en la vida matrimonial y familiar resulta particularmente importante. En este tipo de afirmaciones de Amoris Laetitia, percibimos al Papa como hombre que viene de la vida religiosa, experto en convivencia, conocedor de los recovecos de los vínculos humanos. Reconocemos también al confesor experimentado, que habrá escuchado mucho sobre vínculos, aceptaciones y rechazos. Estas ideas hacen de la exhortación un texto auténtico, cálido, lleno de vida, por ejemplo cuando dice “al cónyuge no se le exige que sea perfecto. Hay que dejar a un lado las ilusiones y aceptarlo como es: inacabado, llamado a crecer, en proceso” (218).
La cita a la que acabamos de referirnos nos enlaza con la tercera idea que me gustaría compartir. En este documento se ve una vez más la fuerza que el Papa le da a los procesos y a aquel principio según el cual “el tiempo es superior al espacio”; el concepto se cita en el párrafo 261 (que a su vez refiere a EG 222), respecto de la educación de los hijos y de su acompañamiento, “se trata de generar procesos más que de dominar espacios”.
A Francisco le gusta poner en marcha procesos, cree en la dinámica de la vida y en el tiempo que necesitan las personas para crecer y para asimilar instancias. No renuncia a los ideales, ni al crecimiento, por el contrario, cree que las personas e instituciones tienen capacidad y de hecho, pueden crecer y madurar. Apuesta a ello pero sabe que es necesario el tiempo y no sólo su transcurso, sino la elaboración, la asimilación de los temas y de las situaciones en dicho transcurso.
El principio de crecimiento-gradualidad se revela especialmente importante como clave de comprensión del capítulo octavo, en el que deja claro que la ley de la gradualidad no es gradualidad de la ley, ya que no se trata de bajar los ideales para que estén más accesibles sino de ver cómo se pueden ir alcanzando a una medida humana y en un contexto de discernimiento e integración.
En síntesis, creo que tenemos mucho material para leer y profundizar sobre el matrimonio y la familia, no sólo anivel teológico y canónico sino a nivel espiritual y pastoral. Hay una luz nueva que alimenta nuestra esperanza en las posibilidades de las familias concretas, las nuestras. Francisco nos anima al creer en ellas, en nosotros: “La fuerza de la familia « reside esencialmente en su capacidad de amar y enseñar a amar. Por muy herida que pueda estar una familia, esta puede crecer gracias al amor » (53, citando la Relación final de sínodo, nº10)”.

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