Fragmentos y reflexiones para aproximarse a dos notables libros de autores europeos que presentan el tema religioso desde perspectivas novedosas y a veces desconcertantes.

Nos proponemos contemplar dos lecturas recientes de la Palabra de Dios hechas desde fuera del marco eclesial: la del napolitano Erri De Luca y la del parisino Emmanuel Carrere. Miradas a contraluz y comparándolas, ayudan a ver lo que es el regalo, el don de la Palabra en tierra ya cristiana, y cómo esa Palabra refleja la Palabra personal del Padre, que es resplandor e imagen incomparable suya.
Ambos se mueven en el ámbito del relato (novela, cuento) más o menos histórico, lo cual les confiere una libertad de inventiva que no ha de ser mirada con criterios estrictamente académicos. Y sin embargo, como la historicidad (concepto análogo) es algo tan esencial a la fe judeocristiana, el juego del relato con ella no deja de sacudir al lector, como si llevara consigo una cierta presunción de validez.

Erri de Luca: El Nombre de la Madre
De Luca, ex militante de la izquierda extraparlamentaria, se reconoce cuasi agnóstico, pero con una simpatía manifiesta por la Palabra, en especial la del Antiguo Testamento. Cuenta que aprendió hebreo en forma autodidacta, en sus madrugadas tempranas antes de partir a la fábrica o la cantera, y cómo ese arduo trabajo con la Palabra le abría el corazón para sobrellevar las durezas del trabajo manual, reflejadas en sus fuertes manos huesudas que transmiten confianza.
En su libro sobre El Nombre de la Madre, donde describe los meses de embarazo de María y el nacimiento del Niño, De Luca hace plausible la anunciación del ángel, descripta como un ventarrón súbito y un gozoso asentimiento: “en el cuerpo, en mi seno, se había abierto un espacio. Una pequeña ánfora de arcilla se había depositado en la cavidad de mi vientre”. La alegría que colma a María no le impide reconocer el asombro de José y sus dificultades frente al consejo de ancianos que interpretaba la ley de lapidación. “Con las manos entrelazadas sobre mi vientre plano me tocaba la piel para sentir en la punta de mis dedos la vida cambiada. Era para mí el día uno de la creación” (Nm 30), “…no me sonrojaba, la confianza de estar en lo cierto me daba la prontitud necesaria y una conducta nueva“ .
Citaremos textualmente varios párrafos para que se pueda percibir la actitud de fondo del autor, llena de pietas, de respeto religioso, de apertura silenciosa a su mensaje, de empatía fundamental con lo que lee, de genuina humildad y capacidad de escucha ante el misterio: “Aquella noche Josef soñó…Soñó con un ángel que le ordenaba lo necesario. Por la mañana reunió a la familia y declaró su decisión: desposaría a Miriam en la fecha prevista de septiembre, aunque estuviera encinta. Bajo la tienda de la ceremonia se vería mi gravidez” .
Y también: “Sin embargo, era feliz. Estar llena, crecer como la luna, contar las semanas como para el trasvase del vino, no tener el ciclo, todo era de una pureza que me embriagaba de alegría. De noche corría la cortina y respiraba el viento del cielo” .
María dialoga con su niño sobre el sol y las estrellas, y empieza a preguntarse sobre quién será su niño: “…fuiste colocado en mí por un hálito de palabras, no por una semilla. Estarás lleno de viento” . “Conoce mis pensamientos. Es un varón y me hace reproches. Ocupa todo mi espacio, no sólo el del regazo. Está en mis pensamientos, en mi respiración, huele el mundo a través de mi nariz. Está en todas las fibras de mi cuerpo. Cuando salga me vaciará, me dejará vacía como la cáscara de una nuez. Quisiera que no naciera nunca…”.
“Así permanecí virgen y sin embargo esposa, virgen y sin embargo madre. Es potente la fuerza que me mantuvo quieta mientras me trabajaba. Así le ocurre al jarrón que gira entre las manos del alfarero, yo seguía siendo arcilla, pero excavada, hecha para contener. El embarazo ha sido un tiempo de perfección a la sombra, la duración de un secado. Heme aquí lista, arcilla con alma de hierro: las piedras que querían lanzarme se han hecho añicos” .
De Luca se anima a describir el parto, imaginando un diálogo materno filial: “…Asómate, niño mío, ven a mi encuentro, tu madre está lista para recibirte al vuelo en cuanto asome tu cabeza…es una hermosa noche para que salgas, corderito mío, noche límpida en lo alto y seca en la tierra. El viaje ha terminado y tú has esperado esta llegada para nacer. Eres un niño muy bueno, sabes esperar. Ahora nace, que tu padre te está esperando”. “…Ieshu ha sacado la cabeza, la he sujetado entre mis manos, me he conmovido, se me ha escapado un sollozo y con el sollozo ha salido entero y lo he aferrado al vuelo. Lo he levantado por los pies para liberar los pulmones y dejar espacio al primer viento que fuerza la entrada cerrada del aliento. Jeshu ha engullido el aire sin llorar”. “…Esta noche aquí en Bet lehem es solamente mío. Mamaba y respiraba, mi sustancia y el aire”.
De Luca es un hombre del Mediterráneo, del Sur, de la costa napolitana y el mar (con sus peces), del sol, la luz y la sombra reparadora, de la piedra, la cantera y el polvo. El desierto y sus vegas le resultan familiares, y por ello se siente en su casa en el ambiente del Antiguo y el Nuevo Testamento. El desierto, el cansancio, la sed, el manantial, los árboles con su cobijo protector, el saber cómo cuidar los pies en los largos pedregales, provisto de frágiles sandalias. “Acostúmbrate al desierto…No vienes de un sudor de abrazos, de ninguna gota de hombre, sino del viento seco de una anunciación. No se fiarán de ti, tal como estás hecho… Acostúmbrate al desierto que me ha transformado en tu madre. De allí has venido, del vacío de los cielos, hijo de un cometa que se inclinó hasta mi escalón. No es el censo el que nos desplaza, sino un camino trazado allí en lo alto…”.
Abierto a la realidad, modesto y sencillo, casi tímido frente al otro y al Otro, De Luca escucha y transmite con piedad la Palabra, con un acento extraño, incomparable, casi profético.

Carrere: El Reino
Carrere es un postcristiano muy talentoso, bien contemporáneo. Ha tenido fe, en momentos de crisis, y la ha perdido. Experimentó una conversión en la década del noventa pero luego dejó la fe. Y no manifiesta demasiado pesar por ello: más bien muestra una lejanía nietzscheana no exenta de humor y de ironía, y donde se perciben largos diálogos de diván, como lo reconoce en forma explícita, siempre en su estilo novelado que roza a propósito lo autobiográfico en su último y multifacético libro. Niega explícitamente creer en la resurrección de Jesús. El encuentro final con Jean Vanier y su grupo vuelve a dejar una puerta entreabierta, en un claroscuro que no se termina de aclarar, con algún sabor nostálgico.
Carrere se siente hijo de Renan (Strauss), con quien discute sobre tal o cual opción. Y ha leído comentaristas contemporáneos del Nuevo Testamento, que por supuesto no cita, para mantener la libertad del relato.
De algún modo desea reconstruir noveladamente la composición del Nuevo Testamento apoyándose en la figura de Lucas, desde la cual sube aguas arriba a Pablo, o aguas abajo a los demás sinópticos, Juan o el Apocalipsis. Elige arbitrariamente entre otros a Felipe como presunto transmisor de la tradición de la vida de Jesús, a un Lucas que viene de afuera, de un mundo helenístico (Filipos), y del círculo de Pablo, en ayunas sobre la vida terrena de Jesús. Luego aparece Lucas, la figura verdaderamente central, leyendo a Marcos (El libro hubo de llamarse Investigación sobre Lucas).
Llega a mencionar el misterio del canon (p.369), pero dada la posición agnóstica del autor, el gran ausente en este libro es el Espíritu, inspirador último de la Palabra, con todas las consecuencias que ello conlleva. El mismo Felipe sería uno de los discípulos de Emaús, afirma el autor de nuevo, con arbitrariedad ejemplar. O atribuye a Lucas la autoría de la carta de Santiago.
El género elegido por Carrere –novela histórica– navega en forma ambigua entre el relato novelesco y la historia (se llega a autodesignar como historiador). Esto le permite indudablemente una libertad envidiable en el relato, pero cuestiona sin embargo la seriedad, sobriedad y modestia del historiador, consciente de las limitaciones de su oficio, abierto a un acercamiento al objeto siempre más preciso, o no, en tanto aparezcan nuevas pruebas o documentos que lo permitan. Por ello, el lector desprevenido debe ser bien consciente de que el relato no es en rigor exegético ni histórico. Puede para ello utilizar, si lo considera necesario, cualquier buena obra general sobre el Nuevo Testamento, como por ejemplo el siempre actual An Introduction to the New Testament, de Raymond Brown, y sus traducciones correspondientes.
Como dijimos, muestra una amplitud erudita de lecturas de comentaristas del Nuevo Testamento, junto a lecturas importantes de Flavio Josefo y de diversos romanos como Séneca, Tácito y Suetonio. Tiene un talento literario notable para zambullirnos en un posible clima de época, que podría recordarnos algo a la Marguerite Yourcenar de Memorias de Adriano, mucho más serena y recatada.
Párrafo aparte merecen los paréntesis pornográficos, con tintes voyeuristas, más o menos dignos de marketing, que no ahorran ni aún a la figura de María (p.327). Resulta penoso ver semejante talento literario puesto al servicio de pasajes poco tolerables.
Como dijimos, el encuentro final con Vanier deja una puerta entreabierta hacia la fe y el reino, que podría indicar un nuevo camino futuro. Concluye su libro con estas palabras llenas de misterio: “He escrito de buena fe este libro que acabo aquí, pero aquello a lo que intenta acercarse es tan más grande que yo, que esta buena fe, lo sé, es irrisoria. Lo he escrito entorpecido por lo que soy: un hombre inteligente, rico, de posición: otros tantos impedimentos para entrar en el reino. Con todo, lo he intentado. Y lo que me pregunto en el momento de abandonar este libro es si traiciona al joven que fui, y al Señor en quien creí, o si, a su manera, les ha sido fiel. No lo sé”.
Como afirma R. Kämmerling, el comentarista del Welt: “un testamento de la duda”.

 

[1] En el nombre de la madre, Siruela, 2007, p.27, en adelante NM.

[1] NM 37.

[1] NM 41

[1] NM 43.

[1] NM 49

[1] NM 51.

[1] NM 81.

[1] NM 87.

[1] NM 88.

[1] NM 90.

[1] NM 92.

[1] Anagrama, Madrid, 2015.

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