El 8 de abril último fui invitado por la doctora Sybil Rhodes, de la carrera de Ciencias políticas y relaciones internacionales de la Universidad del CEMA, a participar en un diálogo sobre la diplomacia de carrera en la Argentina, que acepté de inmediato. Si hay algo que me gusta hacer y no sólo referido a mi profesión, sino a todos aquellos temas rodeados de mitos, estereotipos y prejuicios, es precisamente desmistificar, desestereotipar y desprejuiciar. Las tres cosas abundan en la profesión diplomática.
El auditorio se integraba con estudiantes, graduados y profesores pero tuve la grata sorpresa de ver entre los asistentes al embajador de Polonia, Marek Pernal.
El contenido de esta charla estaba pautado desde hacía un mes. Entretanto leí un artículo en Foreign Affairs digital, titulado “The Irrelevant Diplomat. Do We Need Embasies Anymore?” de Alex Oliver. Le sugerí entonces a Sybil enfocar mis palabras a partir de ese artículo. En resumen, el autor plantea que las embajadas, en su forma tradicional, se enfrentan a una crisis existencial, debido principalmente a que las transformaciones globales del siglo XXI cambiaron radicalmente la forma en naciones practican la diplomacia. El auge de las comunicaciones digitales, la disminución de los recursos y las crecientes amenazas a la seguridad de todos, plantean la cuestión de si la embajada tradicional sigue siendo relevante. Dice el autor que “más de la mitad de las naciones desarrolladas de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) han reducido su huella de diplomático en la última década (…). A medida que los presupuestos públicos se reducen, embajadas y diplomáticos se parecen más a los lujos caros que los activos políticos”.
También en la Argentina se piensa que los diplomáticos vivimos de cóctel en cóctel. Expliqué a mi audiencia que esta práctica llega a ser tediosa: muchas veces implica ver a las mismas personas más de una vez por semana. Pero aclaré que en algunas ocasiones se entera uno en los cócteles y comidas oficiales de cosas que no aparecen en la prensa, máxime en países bajo sistemas políticos con fuerte censura de prensa, en los que la información de otros colegas o de representantes de las agencias de prensa extranjeras es fundamental. Esto último no lo menciona Oliver cuando dice que “las embajadas ahora son por lo general el ámbito más lento en el que obtener información, no pueden competir con los medios de comunicación ni con los análisis exhaustivos preparados por las ONG y consultoras de riesgo”.
Menciona Oliver otra certeza en la que quizá no piensa el gran público: “La mayor amenaza para la viabilidad de las embajadas es la seguridad. En países en conflicto donde la información es escasa, los puestos diplomáticos son cruciales, y sin embargo suelen están cerrados cuando las condiciones se ponen difíciles. La mayoría de los países han cerrado sus embajadas en Libia, Siria y Yemen, debido a los conflictos”. He conocido Trípoli y Damasco, por una misión de cuarenta días, en el primer caso, y por turismo, en el segundo, en los años ‘90. Hoy en día no tenemos embajadas en ninguno de los dos, pero sí en otras capitales muy riesgosas.
Por suerte reconoce el autor otros activos de esta profesión: “Todo esto no quiere decir que las embajadas no tengan un papel importante que desempeñar en las relaciones exteriores. Hay un montón de razones por las que todavía necesitamos estos puestos (…). Los buenos diplomáticos forjan relaciones con los gobiernos que de otro modo serían difíciles de alcanzar; navegar por las dinámicas de poder locales, reunir e interpretar información, ayudar a las empresas con la legislación extranjera y conectarse con la sociedad civil local”.
En relación con ese último párrafo del artículo, sinteticé a mi auditorio qué hacemos, entre muchas cosas, los diplomáticos argentinos, en respuesta a algunas de las preguntas del auditorio:
-representamos a nuestro país, a nuestro sistema político y a nuestro Presidente;
-obtenemos información que luego se resume en síntesis informativas destinadas
a la Canciller, el Presidente y otros funcionarios en sus reuniones con dignatarios extranjeros;
-cultivamos contactos políticos, comerciales y culturales, entre otros, durante nuestro trabajo en el exterior, que pueden resultar útiles para los cursos de acción que disponen las autoridades. No se gana con Internet, Skype o Google la confianza de funcionarios extranjeros, necesaria para pavimentar un sendero que conduzca a la obtención de información sensible o a una negociación exitosa. No alcanzan los medios electrónicos disponibles para conocer bien idiosincrasias muy distintas de la nuestra;
-negociamos acuerdos con otros Estados sobre los más variados temas;
-organizamos en el exterior presentaciones de libros, conferencias de escritores argentinos y exposiciones de pintura y fotografías de nuestros artistas;
-damos charlas en instituciones académicas sobre la realidad de nuestro país. En lo posible, se prefiere hablar en el idioma local, como en Alemania. Lamentablemente no siempre se envía a ese país a los diplomáticos que conocen medianamente la lengua de Goethe. Las cancillerías europeas, en cambio, suelen cuidar este detalle al enviar sus diplomáticos a Buenos Aires. El embajador polaco, presente en mi charla, habla español. El alemán, el finlandés, el francés, el noruego, la sueca y otros jefes de misión, con sus funcionarios adjuntos, también lo hacen.
-promovemos las exportaciones argentinas en misiones comerciales de Pymes que visitan todos los rincones del planeta, procurándoles contactos en ferias y reuniones de negocios. En 1998, al regresar de Alemania, cumplí funciones en el área de promoción de exportaciones de la Cancillería y acompañé cinco misiones comerciales a Brasil, desde Manaos a Porto Alegre y desde Fortaleza a Campo Grande.
-asistimos a los ciudadanos argentinos en el exterior. Además de prorrogar pasaportes y coordinar su voto fuera del país, me tocó visitar enfermos y asistir a detenidos en la cárcel.
Algunas preguntas de mi auditorio se relacionaban con el concurso de ingreso a la carrera diplomática y los remití a la página web del Instituto del Servicio Exterior de la Nación (www.isen.gov.ar). Se me consultó si se podía elegir entre especializarse en determinada materia y respondí que la posibilidad existe en áreas muy específicas, pero que yo había preferido ser un generalista. Señalé mi inclinación personal por la diplomacia bilateral, de gobierno a gobierno, y la asistencia a argentinos en el exterior, antes que la diplomacia multilateral.
Fue, en definitiva, una experiencia muy interesante para mí y espero que lo haya sido también para mi auditorio.