ciudadanoEl 8 de agosto de 1941 –hace ya 75 años– se estrenó en Buenos Aires, con gran éxito, El ciudadano de Orson Welles. Sólo nos antecedieron México y Brasil, donde se vio en junio, con salida limitada. En los Estados Unidos recién se estrenaría el 5 de septiembre, también con salida limitada. Tal era el nivel de la exhibición cinematográfica argentina en aquellos tiempos. Mucho después, en 1946, la vieron los españoles, doblada al castizo bajo el título Ciudadano Kane, pero así es como ahora la repiten los estudiantes de cine, con la comodidad del “copie y pegue”. Para nosotros será siempre El ciudadano.

No viene al caso, pero, ya que estamos, aclaremos otro punto: siempre se dice que en la Argentina El gran dictador se estrenó recién el 31 de mayo de 1945, cuando Hitler ya estaba muerto y enterrado. Grave error, propio de quienes se limitan a copiar y pegar. Esa película se estrenó a lo largo de 1941 en varias provincias gobernadas por los radicales. En Paraná, por ejemplo, el propio gobernador de Entre Ríos asistió al estreno, avalando de esta forma su mensaje antinazi. Pero ya contaremos esa historia en otra ocasión.

El ciudadano fue un sacudón para los espectadores argentinos. Incluso había expectativa. Suele citarse una nota previa al estreno, escrita “a mano alzada” por Roberto Arlt en Crítica, contando cómo imaginaba al personaje. Nada de transcribir la gacetilla. Arlt supo que Kane era un luchador, un periodista de empuje, y así lo pintó en la nota, con gran entusiasmo. El cronista de cine de ese diario, Eduardo Calcagno padre, alias Calki, recordaría años después, en el balance evocativo de Los monstruos sagrados de Hollywood, que “Orson Welles se cansó de ver tantos remedos de seres humanos alardeando en la pantalla norteamericana y les arrojó, desde El ciudadano, un hombre visto por dentro (…) Después de pasar tantos años aceptando muñecos convencionales con apariencias de seres humanos, no es extraño que ese público se escandalizara cuando vio aparecer algo que se acercaba a la verdad”. La opinión pega fuerte, aunque es exagerada, porque los Estados Unidos venían de toda una década de realismo social, con obras como Soy un fugitivo, Ellos no olvidarán, Viñas de ira y un buen etcétera.

Más reticente, su compañero de redacción Jorge Luis Borges escribió en la revista Sur una famosa crónica, donde desdeña la explicación del misterioso “Rosebud”, valora en cambio “la investigación del alma secreta de un hombre, a través de las obras que ha construido, de las palabras que ha pronunciado, de los muchos destinos que ha roto”; deduce que “el aborrecido Charles Foster Kane es un simulacro, un caos de apariencias”; destaca la fotografía de admirable profundidad de campo “como en las telas de los prerrafaelistas”; y sospecha que la obra “perdurará” como otras cuyo valor histórico nadie niega, pero que nadie quiere ver de nuevo: “Adolece de gigantismo, de pedantería, de tedio. No es inteligente, es genial: en el sentido más nocturno y más alemán de esta mala palabra”.

Con el tiempo, Borges iba a reírse muchas veces de su mal pronóstico. En enero de 1942 la Argentina estrenó el primer film abiertamente inspirado en la estructura de El ciudadano. Se trató de Yo conocí a esa mujer, de Carlos Borcosque, sobre guión de Carlos A. Petit, con Libertad Lamarque, drama bien recibido en todo el continente, incluso en los Estados Unidos, donde se estrenó en 1943. En abril de 1942 el propio Welles estuvo en Buenos Aires, invitado de honor de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de la Argentina (la primera, no la actual). Era el director más celebrado en nuestro país y en Brasil, donde estaba filmando: el genio, en el sentido más argentino y feliz de la palabra. Pero pocos meses después, por diversas razones, tuvo que abandonar esa filmación. Su segunda obra, Soberbia, le fue quitada de las manos. Luego hizo otras películas también notables, pero ninguna como El ciudadano, que había hecho con sólo 25 años de edad. Su estrella la describe muy bien el crítico mexicano Emilio García Riera, en un artículo titulado “Los tres pasos de la megalomanía”: describir por elevación su propio mundo, hacer luego una gran cosmovisión personal, sentirse después víctima de la incomprensión general y hacer obras “menores”, más circunscriptas. Le pasó a David W. Griffith (El nacimiento de una nación, Intolerancia, Pimpollos rotos), a Welles (El ciudadano, Soberbia, El extraño), a Francis F. Coppola, al recientemente fallecido Michael Cimino, y a tantos otros.

Curiosa coincidencia: el mismo día en que acá se estrenaba El ciudadano, era enterrado el periodista Natalio Botana, creador del diario Crítica, el hombre más parecido a Charles Foster Kane que haya habido en estas pampas. ¿Eso habrá aportado al éxito de la película entre nosotros? Puede ser, pero difícilmente podamos confirmarlo (un detalle coherente con el asunto de la obra).

¿Qué dijo CRITERIO tras al estreno de El Ciudadano?

«En El Ciudadano, por medio de la narración de muy diversos episodios, se procura interpretar la vida de un hombre que tuvo destacada actuación en los Estados Unidos. Dueño de muchos diarios, de estaciones radiotelefónicas y otras empresas, ejerció un gran dominio político, careció de escrúpulos –al menos aparentemente–, gozó de una inmensa fortuna y murió prácticamente abandonado en medio de su fausto. El film se inicia con la muerte del inaudito sujeto, de manera que un periodista se lanza a reconstruir la trayectoria por medio de numerosos reportajes que cruzan la pantalla con una original incoherencia que a la postre se hace coherente aunque sin aclarar el misterio. El hombre no fue un vulgar malhechor, pues tenía talento de sobra, y a veces –al parecer– buenas intenciones. Pero de héroe o santo tampoco tuvo nada. Cinematográficamente, El Ciudadano constituye el resultado de una labor enorme con aspectos de técnica renovadora. Produjo el film, escribió el argumento, interpretó el papel principal y dirigió también su rodaje el comentarista y actor radiotelefónico Orson Wells. Es su primera labor en la pantalla realizada bajo el sello de R.K.O. Radio Pictures. Casi todos los demás intérpretes son igualmente desconocidos en el cine: Joseph Cotten, Everett Sloan, Dorothy Comingore, Ruth Warrick, George Coulouris, etc.».

Publicado el 14 de agosto de 1941. La reseña no lleva firma, pero detrás está la pluma de Jaime Potenze.

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