Voy a comenzar con una anécdota que para mí es risueña. Les comenté a dos o tres amigos el artículo que estaba preparando, y con palabras o gestos me dijeron más o menos lo siguiente: “Con qué tema te metiste”. Pero alguien tiene que hacerlo, siquiera para plantear algunos interrogantes. Por eso trataré de no hacer valoraciones axiológicas, y dado que mis observaciones pueden ser opinables o controvertibles, también pido disculpas por las eventuales inexactitudes, errores de planteo o falta de actualización que pueda tener, así como agradezco las observaciones y discrepancias que puedan merecer tanto el artículo como sus notas.
Parto de una premisa y de algunas aclaraciones. La premisa es que considero que la economía de mercado es hoy –con lo relativa que es y sin ser ciertamente “El fin de la historia”– la más apta para sacar a la mayor cantidad de gente posible de la pobreza. Y no confundo este objetivo con la igualdad, lo cual merecería una reflexión específica. Con los grandes males que ha traído –particularmente para la situación de los asalariados en el siglo XIX–, lo cierto es que fue a partir de la primera revolución industrial cuando se comenzó a revertir la situación social de los más pobres, que había permanecido estancada durante siglos.(1)
Las aclaraciones son las siguientes. He sido durante más de dos décadas docente de Economía –en un nivel elemental– para abogados en una universidad privada. Por mayor período aún, juez en lo comercial en la Ciudad de Buenos Aires. Esto último puede ser un condicionante para este análisis, puesto que como juez de concursos y quiebras posiblemente mi tarea me haya proporcionado el aspecto patológico de la cuestión.(2)
Soy consciente también de que en la Argentina “empresario” es poco menos que una mala palabra, en vez de ser valorizada como la que caracteriza a quien sabe combinar en la forma más productiva posible los demás factores de producción: el trabajo, el capital y la tierra, y retribuirlos mediante el salario, el interés y la renta. Además sé que en el universo empresario existen multitud de sectores, cada uno con su interés propio, muchas veces incompatible con el de otros y con lo que Schumpeter denominó la “destrucción creativa”. Asimismo sé que no pueden pedirse heroicidades –dentro de las leyes tendenciales de la ciencia económica– y que cada empresario tratará de obtener y preservar la mayor tasa de beneficio posible. (3)
Finalmente, soy consciente de que nuestro Estado –e incluyo al Estado Nacional, a los provinciales y a los municipales– no sólo es hiper regulador y en extremo recaudador, sino también en gran medida responsable de la depreciación monetaria, de las devaluaciones, de la evasión de impuestos, de la corrupción generalizada y de un sistema económico bastante cerrado. (4)
No obstante, no dejo de formularme algunas preguntas: ¿Por qué muchas empresas de nuestro país están plagadas de “lobistas” y de gerentes financieros en una medida mucho mayor que ingenieros o licenciados en administración? (5) ¿Qué es lo que hace que en nuestro país los empresarios en general no valoren las aptitudes propias y clásicas, como la iniciativa, la innovación, la asunción de riesgos, la óptima combinación de los factores de producción, etcétera? (6) ¿Por qué razón en un período histórico que constituye “no una época de cambios sino un cambio de época”, no somos capaces de prever y prevenir seriamente –los empresarios en primer lugar– las consecuencias que puede tener sobre el factor trabajo y su retribución la denominada “robotización” y la revolución informática y tecnológica? ¿Quién resulta en definitiva responsable de la falta de previsibilidad y del cortoplacismo de los que están plagados la economía argentina? ¿Por qué razón hay una notable distorsión de precios relativos en nuestro país?
Quizá para muchos las respuestas sean evidentes, pero considero que sería saludable plantearse interrogantes de este tipo, siquiera para que surjan respuestas adecuadas si finalmente resultan erróneos, o para llevar a la reflexión sincera y asumir las propias responsabilidades.
El autor es abogado, ex camarista de apelaciones en lo Comercial
NOTAS
1) V. Samuelson, P., Curso de Economía Moderna, Cap. 5, 1er. apartado, pgs. 89/91 y nota nro. 2 con cita de Marx, K. y Engels F., Manifiesto comunista, ed. 1979. Es cierto que muchos restringen los problemas al distributivo –es decir, al “para quién” se produce–| sin atender debidamente al problema de la producción –es decir “qué” y “cómo” se produce–. Desde este punto de vista es errónea a mi juicio –aunque no desconozco que efectista– la conocida frase de la historieta Mafalda que muchos hemos leído: “Nadie puede amasar una fortuna sin hacer harina a los demás”, pues supone una visión estática de la riqueza, en la cual no tendría sentido hablar del crecimiento o de la disminución del PIB.
2) Es común en la literatura concursal, así como harto conocida por los jueces de concursos y quiebras, la expresión “empresas pobres con empresarios ricos”, muchísimas veces justificada.
3) Muchos recordamos –sin abrir juicio de valor sobre la persona– aquella expresión de un Ministro de Economía: “Les hablé al corazón y me contestaron con los bolsillos”.
4) Es célebre y compartida de buena fe por muchos la noción de “Vivir con lo nuestro”. Curiosamente –o no tanto– el autor de esa frase y del libro que así se titula es un ex Ministro de Economía de un gobierno “de facto”, y terminó como embajador en París del Poder Ejecutivo que concluyó en diciembre de 2015. Ver asimismo De Pablo, Juan Carlos; “Competir no es una elección sino una necesidad”, publicado en La Nación, 26.2.2017.
5) Miguens, C. “Reflexiones de un empresario argentino hoy”. Publicación de la Fundación Carlos Pellegrini, 23.12.2007.
6) Samuelson, op. cit. cap. 31, apds. 2do. A 7mo. pgs. 676/683.
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Join discussionAmigos,
“El Estado es el peor administrador”, es la leyenda que repiten gratuitamente los empresarios particulares. Son los mismos que, a veces, se ponen al aparente servicio del Estado, pero para servir a sus empresas, y hasta en contra del Estado.
Pero, es en las empresas particulares que ocurre, por ejemplo, más nepotismo que en el Estado. Las empresas se perjudican por colocar hijos, yernos, sobrinos, en vez de encomendar el negocio a los más hábiles.
“El Estado es la sociedad organizada”, diría yo. O es que se prefiere el gobierno de gremios o sindicatos. La lucha de gremios puede ser mil veces peor que la de clases.
La mejor garantía de libertad individual la puede dar el Estado.
Y no está probado que el Estado es peor administrador que una empresa privada. Acaso es burocrática, rutinaria, pero nunca más nepótica que una empresa anónima o por acciones.
La leyenda contra el Estado, se nutre y se fomenta por hombres públicos que desde el servicio público sirven a intereses particulares. Hoy, son gobierno en la Argentina.
Es muy sorprendente el odio que ciertos sedicentes liberales profesan al Estado como institución política. Y no es por individualismo, porque el individualismo verdadero es liberal, es universal, es estatista. Y debe serlo más ahora, en esta desenfrenada lucha de egoísmos colectivos y particulares.