Preguntas sin respuestas

Comentario del film Dulces sueños (Fai bei sogni), dirigida por Marco Bellocchio (Italia, 2016).

Al comienzo hay un baile, y otro casi al final. En ambos el personaje central es festejado como un niño. Solo en uno es realmente un niño. En el otro, es un hombre que arrastra la orfandad de un niño. No será fácil cerrar las antiguas heridas. Pero ya se lo había dicho un viejo maestro: “Es importante reaccionar frente al dolor, no ser su víctima (…). En esta vida te haces hombre ‘a pesar de’. A pesar de las peores desgracias, a pesar de las injusticias sufridas, a pesar de que tu madre haya muerto”.
Claro, en algunos casos hacerse hombre lleva su tiempo. Esta es la historia de un pequeño malcriado enamorado de su madre, muerta cuando él apenas tenía nueve años. “Infarto fulminante”, le mintieron. Abandono, negación, ausencia sentirá él toda la vida. Y miedo de amar. Incluso miedo de sentir. “Casi toda mi vida he tenido miedo de amar. Y aún más: no tanto miedo a ser rechazado, sino a ser aceptado y luego escupido”. Esta frase no está en la película, sino en la novela confesional que le da origen, Fai bei sogni, de Massimo Gramellini, subdirector del diario La Stampa (hay edición española, Me deseó felices sueños). Marco Bellocchio la adaptó con buen sentido cinematográfico, reelaborando hermosamente algunos diálogos y pensamientos, obviando la retórica de otros, e insertando asociaciones de montaje como la del baile, o unos saltos (ornamentales o “definitivos”, como el de su Salto nel vuoto, que aquí estuvo prohibida).
En Dulces sueños están sus temas habituales: los padres, en especial la madre; los tiempos donde se consideraba mejor engañar a los niños, la disolución de la familia, el diálogo con la religión, la angustia existencial, los momentos claves de su país, las figuras de claro simbolismo (¡ese final tan poético, freudiano y verdadero!). Y está el mundo de alguien como Gramellini, con nombre cambiado y circunstancias parecidas. Algunas son propias de los turineses, pero también nos convocan: las canciones de Domenico Modugno y Raffaella Carrá (“Resta cu me”, “Ma che musica, maestro”), una miniserie de miedo (Belfegor ó El fantasma del Louvre), un policial televisivo (Avanti il prossimo, título llamativo considerando que alguien se tira al vacío), el triunfo del Torino en 1975, el homenaje siempre mantenido a los jugadores muertos en 1949 en un accidente de aviación, la cobertura de la guerra en Sarajevo (apenas tres breves episodios de creciente inquietud), a cuyo regreso empezarán los ataques de pánico. También, el Correo de Lectores del diario de pueblo chico y corazón grande.
Emociona la parte en que el joven redactor vuelca en esa columna sus sentimientos sobre la madre y los lectores los reciben conmovidos. Conmueven también varias otras partes, en especial la de un fotógrafo de guerra que, sin mediar palabras, “acomoda” a un niño autista junto a una mujer muerta, que acaso era su madre. Nuestro personaje lo mira todo, pero registra eso especialmente.
Y el elenco, encabezado por Valerio Mastandrea, el niño Nicoló Cabras, impresionante, y el muchachito Dario Dal, con especial participación de la franco-argentina Bérénice Bejo (la médica que tranquiliza y acompaña al afligido), Giulio Brogi (el periodista que tira la toalla), Fabrizio Gifuni (el financista, alusión al empresario Raúl Gardini, de dramático final en tiempos del Mani Pulite), y sobre todo el veterano Roberto Herlitzka (el cura sabio), los tres con diálogos notables.
Al respecto, cabe transcribir tres momentos donde participan otros tres sacerdotes muy distintos entre sí. Primero, la escena donde un cura joven, fornido (en la novela los niños lo llaman Baloo, como el oso de El libro de la selva), debe explicarle al niño lo inexplicable. Y lo hace con estas palabras: “Ahora tu mamá es tu ángel de la guarda. Hacía tiempo que pedía a Dios el permiso de volar allá arriba y protegerte mejor. Y Dios se lo concedió. La llamó para que vaya con Él”. El niño duda, ¿cómo se iba a ir sin avisarle? ¿Y por qué no puede ir ahora mismo con ella? El cura lo invita a rezar el Ave María, pero el niño recita otro texto: “Mamma carissima, per caritá/ non mi lasciare, abbia pietá./ Sempre la luce splenda su te, / tutta la vita accanto a me”.
Otro cura, viejo, seco, despide los restos: “Sé misericordioso, Padre, con esta difunta. No la condenes por lo que ha hecho en la vida terrenal”. Más adelante recién comprenderemos del todo esa frase.
Pero lo mejor está a cargo de un cura aún más viejo, que también ejerce de profesor de secundaria, con un criterio curiosamente amplio respecto a las teorías evolucionistas y a veces también con extraña sinceridad, al gusto de Bellocchio (“Entonces, ¿qué podía haber? Estaba Dios antes que todo, sólo Dios, nada más. Es el creador del Universo. Y si no existiera, existiría igualmente. Tiene que existir, para dar un sentido a nuestra vida. Es la única esperanza, la única luz”). Este hombre le aconseja al chico: “La única manera de obtener una respuesta es seguir haciendo preguntas. No dejes nunca de preguntar. Massimo, tú que haces tantas preguntas, ¿rezas? Defiende tu fe”. Pero vigila los gestos exagerados del huérfano, cuando éste sobreactúa su religiosidad por el afán de acercarse al Paraíso donde imagina a la madre, al tiempo que niega su muerte.
-Tú quisieras volver a abrazar a tu madre, lo sé. Y te comprendo. ¿Pero por qué contarle a tus compañeros que tu madre está viva?
-¡Claro que está viva! La vida es eterna, porque el alma es inmortal. Me lo enseñó usted.
-No creas que puedes confundirme. A tus compañeros no les hablas del Cielo. Les hablas de este mundo. Ven, siéntate. Tu mentira es inofensiva para quien la escucha, pero no lo es para ti. Tu madre está muerta. Desde ese punto tienes que volver a empezar. Llórala, si quieres, de la mañana a la noche, pero lo importante es reaccionar ante el dolor, no ser su víctima.
-Si ella estuviera todavía aquí…
-Si…Ese “si” es el sello de los fracasados. En esta vida te vuelves hombre “a pesar de”. A pesar de las peores desgracias, a pesar de las injusticias sufridas, a pesar de que tu madre haya muerto. Ánimo, ten ánimo.
Quien interpreta este personaje, el actor Roberto Herlitzka, cumplirá 80 años a comienzos de octubre. Flaco, huesudo, de mirada penetrante, es un grande del teatro italiano. Verlo en cine es un placer que pocas veces disfrutamos. Lo mismo que ver una película tan buena como ésta.

No hay comentarios.

¿ QUIERE DEJAR UN COMENTARIO ?