Neurociencia. El caso particular de Antonio Damasio

La filosofía, como eje sistematizador de saberes, se sigue preguntando por el hombre, vértice y centro de lo creado. Y el mismo conocimiento empírico del hombre le sigue imputando preguntas a la filosofía. Y es auspiciable que eso ocurra.
Desde hace más de 50 años las neurociencias gozan de un prestigio creciente y han hecho su ingreso a sectores hasta ahora asignados a la filosofía o la psicología. Hoy las neurociencias se ocupan de temas cómo la percepción, la inteligencia, el lenguaje, las emociones, la conciencia, el yo personal, las decisiones éticas, las opciones de género, la estética y la educación.
Muchas conclusiones serán válidas y algunas de ellas, débiles y poco convincentes. Los descubrimientos científicos neurobiológicos se presentan con una dosis de confiabilidad significativa merced a la seguridad de los métodos empíricos, y hasta prometen un horizonte de futuro que ampliaría las posibilidades humanas en cuanto no sólo a la extensión de vida sino a la misma calidad de vida. Ello, ¿perfilaría una nueva imagen del hombre? ¿Habría que esperar una nueva amplitud de dimensiones del yo personal? Las decisiones éticas, por ejemplo, ¿estarían condicionadas o subordinadas al trasfondo neurofisiológico de cada persona y su contexto?
Desde la mirada de la filosofía personalista surgen interrogantes sobre el alcance de las estas investigaciones, que a veces complementan y otras sustituyen las reflexiones típicas de la antropología, la gnoseología y la ética. En el nuevo contexto cultural, signado por el avance científico y tecnológico, la clásica cuestión de las relaciones entre filosofía y ciencias se reedita. Pero con nuevo vigor, con más bibliografía disponible, con nuevas pretensiones. Además, el terreno de discusión es nuevo. La neurobiología informa con detalle y amplitud acerca de muchos aspectos de la vida humana –sobre todo el mundo conductual y la toma de decisiones–, mientras que la filosofía no por eso pierde validez, sino que por el contrario, se vuelve más necesaria. ¿Por qué? Porque la filosofía no pierde su vocación de poner luz y orientar cualquier logro humano. Y dado que lo humano es lo más importante aquí, pues parece claro que en no pocas oportunidades deberían ambas disciplinas trabajar juntas y hacer posible el rico diálogo interdisciplinar. Nos detenemos sólo en el análisis de un autor contemporáneo, Antonio Damasio.
Portugués radicado en los Estados Unidos, es un neurobiólogo cognitivo de fama internacional. Gracias a sus experiencias clínicas, expuso sus investigaciones con un estilo humanista y con muchas reflexiones antropológicas en obras ampliamente conocidas como Descartes: Error (1994), The Feeling of What Happens (1999), Looking for Spinoza (2003) y Self Comes to Mind (2010). El objeto principal de sus estudios es la base neural de las emociones y sentimientos como presupuesto para las diversas manifestaciones de la conciencia y del sentido del yo o “sí mismo” (Self). En su libro El error de Descartes (1997) dice: “Empecé a escribir este libro para proponer que la razón puede no ser tan pura como muchos suponemos (o deseamos); que emociones y sentimientos quizás no son para nada intrusos en el bastión racional: que acaso estén enmarañados en sus redes para mal y para bien. Las estrategias racionales del ser humano, maduradas a lo largo de la evolución (y plasmadas en el individuo), no se habrían desarrollado sin los mecanismos de regulación biológica, de los que son destacada expresión las emociones y los sentimientos” (1).

Su mirada de Descartes

Nos detenemos a continuación –siquiera en breve– en el análisis de algunas hipótesis de un libro clave de Damasio: El error de Descartes.

Allí señala la insuficiencia de este filósofo que inicia la modernidad (el primero que hace traducir sus escritos del latín al francés), por haber separado la mente pensante de las emociones, que en su nivel básico tienen que ver con la corporeidad y afectan a la cognición de las cosas y del sí mismo.

Expone allí su hipótesis del “marcador somático”, según la cual ciertas sensaciones emotivas son señales somáticas que influyen en la toma de decisiones y razonamientos. “Los marcadores somáticos son un caso especial de sentimientos generados a partir de emociones secundarias. Estas emociones y sentimientos se han conectado, mediante el aprendizaje, a futuros resultados, previsibles en ciertos escenarios. Cuando un marcador somático negativo se yuxtapone a un resultado futuro posible, la combinación funciona como un campanazo de alarma. A la inversa, cuando la yuxtaposición se refiere a un marcador somático positivo, la señal se transforma en elemento incentivador. Esa es la esencia de la hipótesis del marcador somático”. (2)
Desde aquí Damasio profundizó en el papel positivo de las emociones en el conocimiento incluso racional. Hizo ver la importancia del conocimiento de los objetos sensibles ambientales para la captación del propio cuerpo y el rol de tal captación en la formación de la conciencia. Profundizó en la importancia de la corteza anterior del giro cingulado en la producción de emociones y sentimientos, que pueden ser conscientes o inconscientes.
Propuso un cuadro sugestivo de diversos tipos de emociones: primarias (como la alegría, la tristeza, la rabia), secundarias (como el orgullo o los celos) y de fondo (bienestar, tensión, calma), así como las motivaciones o impulsos básicos (placer y dolor). Investigó sobre su base biológica y su función, por ejemplo, de tipo homeostática.
En suma: “Este es el error de Descartes: la separación abismal entre cuerpo y mente, entre la sustancia medible, dimensionada, mecánicamente operada e infinitamente divisible del cuerpo, por una parte, y la sustancia sin dimensiones, no mecánica e indivisible de la mente; la sugerencia de que el razonamiento, juicio moral y sufrimiento derivado de dolor físico o de alteración emocional pueden existir separados del cuerpo”. (3)
En La sensación de lo que ocurre, Damasio ve a las emociones como la base neurofisiológica de la conciencia. Propone la distinción entre una conciencia nuclear o sentimiento consciente de base de que se tiene un cuerpo con relación a objetos significativos del ambiente, y una conciencia autobiográfica o extendida que añade la proyección del sujeto en el tiempo, con un pasado y un futuro, junto con la expresión lingüística. Por debajo de la conciencia estaría el llamado proto-yo, pre-consciente, constituido por una estructuración dinámica de mapas neurales interactivos – comprendiendo circuitos y redes neuronales– que dan lugar a sensaciones primordiales del propio cuerpo. En los estadios sucesivos conscientes siguen siendo importantes las interacciones y confrontaciones entre los diversos mapeos neurales que el cerebro opera sobre los estados corpóreos y la percepción de los objetos del medio ambiente.

Damasio se concentra en los aspectos estrictamente neurales de las emociones y la conciencia. Las emociones son vistas como un conjunto característico de respuestas neurobioquímicas. Los sentimientos son una percepción o “idea” de los estados del cuerpo, estados –advertidos gracias a los mapeos neurales– que en su base son los sentimientos de bienestar o sufrimiento, en un contexto de búsqueda vital de un equilibrio homeostático.
En sus dos últimas obras, este autor sobrepasa el ámbito de la estricta investigación empírica y presenta una auténtica antropología, con tonos algo esfumados pero asumiendo, en definitiva, un planteamiento materialista, marcado por cierta adhesión a la filosofía de Spinoza a causa de su visión de la mente y el cuerpo como dos modalidades de una única substancia.
Los eventos mentales y neurales serían equivalentes. En la especie humana, igual que en los animales superiores, pero de un modo más alto, se da como un “conato” en función de la supervivencia y el bienestar. Ese conato está centrado en el dinamismo de los sentimientos, un dinamismo orientado a la homeostasis, la cual hace nacer las diversas configuraciones sociales, como el derecho, la ética y las distintas formas de la religiosidad. La conducta ética, presente ya en sus bases en los animales superiores, nace de cierta regulación biológica y es como un dispositivo homeostático destinado a potenciar el bienestar vital humano. La “mente” emerge desde procesos cerebrales. Corresponde a la conciencia, que en último término sería la conciencia de sí que tiene el cuerpo humano.
Damasio piensa que estamos en el mundo desoladamente solos y que nada hay detrás de la muerte. Sin embargo, mira con simpatía a las religiones que estimulan los sentimientos positivos y ve en las experiencias espirituales humanas un elemento enriquecedor que se concentraría en sentimientos de armonía, belleza, paz, comunicación. Es una espiritualidad absolutamente volcada al cuerpo. Al bien del cuerpo.

Conclusión

Las investigaciones de este estudioso sobre las relaciones entre la conciencia, el cuerpo, las emociones y los sentimientos, pese a algunas imprecisiones y a veces confusiones, presentan algunos aspectos positivos que es necesario advertir.
En primer término, sirven para corregir la visión racionalista del hombre. La persona no es sólo “racionalidad” o “intelectualidad”. Es un todo, espiritual, psíquico, corpórero, emocional, social. Esta memoria, por ende, es incorporable a una antropología personalista, de suyo ontológica y trascendente.
Pero, me animo a decir, aquí está el error de Damasio: el destacado neurocientífico no llega aún a esa visión integral, completa, a causa de su enfoque predominantemente neurobiológico (materialista) de la persona humana. Por eso incluso niega la inmortalidad del alma.
En esta línea, no faltan contemporáneos que incluso defienden la postura de dejar de definir al hombre por su racionalidad y proponen la sustituyan por lo emotivo. “No somos seres racionales; somos seres emotivos que razonan”, se suele decir. Una vez más, la parte en lugar del Todo, el fragmento usurpando un lugar de preeminencia que no es suyo.

El autor es sacerdote, Doctor en Teología, Filosofía e Historia y Vicerrector de la Universidad Católica de Cuyo.

NOTAS
1. Damasio, A., El Error de Descartes, ed. Andrés Bello, Santiago de Chile, 1997, pág. 12.
2. Damasio, A., Idem, pág. 200.
3. Damasio, A., Idem., págs. 277-278.

2 Readers Commented

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  1. Lic. M. Carolina Pavía on 4 noviembre, 2018

    Impecable! El nivel de análisis y discernimiento que están buscando hace varios años en Damasio. Muchas gracias! Quisiera seguir en contactoconel autor, por favor.
    Y suscribirmealos newsletters de la Revista Criterio, inclusive.
    Gracias

  2. Ricardo Daniel Ferrero on 20 abril, 2019

    Un cuestionamiento a la formación y ejercicio humano de los conocimientos experimentales hipotéticos: nuestras universidades son mecanas en su visión y ejercicio académico?. El hombre que con prioridad a dimensionar en su mismas capacidades, los actos espléndidos de aristotélica racionalidad para nuestra sensatéz recién nacida, como lo es la de un niño o un adolescente, o los actos de racionalidad contemplativa y orante ante la naturaleza de los seres, sus actos y nuestra capacidad de concebir con la altura metafísica y definir, dimensiona como digo, su sí mismo, está en la única condición adecuada en que el hombre puede evitar perder las relaciones de principio de ser y de su entender?, es esta condición el mejor estado de plenitud y de hecho, de plena universalidad gnoseológica para asumir un ámbito de la misma, en su sensibilidad e inteligibilidad como un solo acto en cuanto unidad que implica un proceso pero unificado?, o significa que el hombre que comienza por el conocimiento espiritual con su capacidad específica de ejercicio en la universalidad de la racionalidad es lo que le cercena la capacidad de ajustarse a un mero conocimiento particular o lo desfasa del sentido temporal de la cordura humana?. Me permito preguntarme como última instancia: es que el hombre está más sujeto a ser coercionado y maleado en su identidad, por el conocimiento simple de la metafísica y realista de la gnoseología, que por un conocimiento singular como lo es el de la propia vivencia y experiencia de su crecer o que por un conocimiento particular de una ciencia experimental?. La prioridad del y en el hombre, en su unidad de ser humano, es su espíritu, y precisamente por la potencialidad natural para ejercer el objeto propio de la inteligencia en su mejor esfuerzo ab y ex-tractivo, cual es la concepción del SER Y SUS PRINCIPIOS Y SUS NECESARIAS RELACIONES APLICABLES PARA DESCUBRIR EL ORDEN DE AQUELLOS PRINCIPIOS Y RELACIONES, EN LA CONCRESIÓN REAL DE LOS SERES SENSIBLES, CONCRETOS Y SINGULARES. Bien, por todo lo cual interrogado: la universidad acaso se halla evitando la naturaleza del hombre y su necesidad espiritual e intelectual de obtener, descubriendo el sentido de ser prioritario del conocimiento particular, por propia realidad ejercitante de los buscantes, buscantes como asombrados alumnos y discípulos? Y en tal situación, cabe una investigación para que ella sea un cuestionamiento que evidenciará lo que se omite y es necesario cuestionar, quién, cuándo y por qué se determinó que así sea y es: que la universidad evita ejercerse con lo que es su esencia de ser y por consiguiente, como una bella adolescente que reúne todo sentido de atracción pero evidencia con sonrojo, que no sabe quién es pero sabe que es una multitud de aspectos que intentan apropiarse de su esencia pero falla la intención porque falta la realidad de la unidad de ser. Tal es la vida de un profesional que pretende en una parte constitutiva del ser humano, pujar por determinar desde las premisas materiales unas conclusiones soberbiamente parciales y agotadoras de «un todo» que es generosamente parte e indicador de lo que no se halla en ella… a menos que la naturaleza metafísica, negligentemente ejercida, por Damaso, se halle de modo soterrado, concibiendo la maravilla del cuerpo humano como lo que el hombre grotescamente pero con gozosa admiración, ha hecho con el aporte de numerosas ciencias, en la electrónica y en la informática. Este es mi simultáneo mentar con el periodista del artículo: salud!! y oración. Ricardo D Ferrero

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