Durante bastante más que medio siglo hemos cumplido concienzudamente la consigna gobernar es (des) poblar. Pudimos convertir nuestro vasto territorio en un desierto mar, donde flotan islas urbanas que en 2011 ya concentraban más del 92% de la población.

En esas ciudades crece aceleradamente el número de viviendas unipersonales, llegando en las más grandes ciudades a superar el tercio, con un crecimiento que estiman en el 50% la última década. A su vez las reglamentaciones de las ciudades reducen la superficie mínima autorizada para los departamentos de 50 a 30 m2.

La vida dentro de esas unidades es cada vez más sedentaria, atada a una pantalla que ofrece la ventana a paisajes que no me rodean, en los que se viven relaciones que no puedo tener, con niveles de consumo a los que sólo puedo acceder –por la posesión de microparcialidades simbólicas– luego de horas de trabajo desbordadas en el mismo mono ambiente (caparazón) que me contiene.

Al abrir mi correo recibo las cuentas de los servicios y las tarjetas y me siento conectado a la Matrix, cuando sólo soy un hongo.

– ¿Un qué?

– ¡Un hongo!

El principito empalidecía de cólera.

-Sé de un planeta en donde habita un Señor carmesí. Nunca ha sentido el perfume de una flor, nunca ha mirado una estrella. Tampoco ha querido a nadie. Sólo una cosa ha hecho en su vida; sumas y restas. Repite todo el día, como tú, hasta el cansancio: «Soy un hombre serio! ¡Soy un hombre serio!» Hinchándose de orgullo. ¿Sabes lo que creo? ¡Que no es un hombre, es un hongo!

El servicio de dar sentido a la vida

Ser persona es valorar y por tanto una vida humana que pretenda ser sin valores, carente de realidades que le valgan la pena, es imposible. Siempre valoramos, aunque queramos escapar de lo que valoramos.

Una canción emblemática de la década de 1980 se llamaba “Self Control”, de Laura Branigan. El video oficial (1984) es muy intenso. “Vivo entre las criaturas de la noche (I live among the creatures of the night) –canta–. Nunca me detengo a preguntarme por qué / Me ayudas a olvidar jugar mi papel / Me tomas, tomas mi autocontrol (I never stop myself to wonder why / You help me to forget to play my role / You take my self, you take my self control).

No tengo la voluntad de intentar pelear / Contra un nuevo mañana, así que supongo que lo creeré / Que mañana nunca llega (I haven’t got the will to try and fight / Against a new tomorrow, so I guess I’ll just believe it / That tomorrow never comes)”.

Pero el mañana llega en el video (la muñeca de la escena inicial aparece dañada al amanecer final), y llegó en la cultura euroamericana actual: el fin de una ilusión (1989) se ha vuelto desencanto, insatisfacción, indignación (2008), y hasta manifestaciones callejeras (2010 en Atenas, 2011 en El Cairo y Madrid, 2019 en París, Bogotá, Santiago…).

Todo intento de eludir lo que en verdad valoramos es precario y se agota en un querer vivir y no poder, una vida asfixiada. De los valores que prometen y no satisfacen se vive un tiempo a la deriva y desde entonces arrastrando los pies, en frustración y pesadumbre, al encuentro con la vida que en verdad vivo, y no en la que mi deseo cree vivir.

Elegir es renunciar

Aun en un tiempo social desencantado, los valores ejercen el servicio de dar sentido a la vida de cada uno. Como en los viajes de los cuentos, es una tarea personal llena de incertidumbres, pero ineludible para asumir nuestra humanidad y crecer en ella.

Uno organiza su vida de acuerdo a cómo valora. De acuerdo, a aquello que le vale la pena. Lo que mueve su acción son sus valores, porque le siguen siendo valiosos, aunque a veces le resulte penoso mantener el rumbo.

Muchas veces elegir es renunciar, porque hay alternativas incompatibles. Decidir es sacrificar cosas (res) que ya nos son valiosas para lograr otras que consideramos más valiosas que aquéllas.

Así, hacemos lo que queremos, pero antes queremos de acuerdo a nuestra propia escala de valores. Incluso cuando queremos porque hemos sido engañados, o cuando somos forzados en una dirección, es nuestra escala la que sigue subyacente.

Freud opina que la reducción de la vida humana a sus condiciones más precarias tiende a homogeneizar las diferencias entre los seres humanos, al procurar sus necesidades más primarias; Viktor Frankl refiere que esto podía pensarse desde los sofás de pana de Viena, pero se veía contradicho totalmente por la experiencia de quienes vivieron en los campos de concentración. Allí los hombres elegían ser santos o criminales. Aún con nuestra libertad afectada en el conocimiento o en la voluntariedad, seguimos teniendo una escala de valores que es la nuestra, con lo que creemos que podemos y/o podemos manejar. 

La acción humana tiene una estructura finalista. Cada meta se quiere para alcanzar otras metas, y de algún modo implica una progresión a lo que creemos valioso e identificamos como ampliación de nuestra área de libertad. Nos hace más fácil acceder a algunas metas a las que se aspira en sí mismas y por sí mismas, y por ello se encuentran al final de la cadena. Así se configura el sentido personal que hace al proyecto personal de vida.

Pero no todo lo que valoramos nos hará felices, no todo se igual… ver y juzgar la fuente de nuestra energía, nuestra motivación, es buscar algún criterio para discernir qué es lo mejor.

En esto son porteros/patovas los valores basura (como las ideologías), los valores fantasmas (de la normalidad meramente extrínseca), los valores espejismos (los valores en el espejo de mi burbuja de sentido) y los valores impedientes (que acrecientan nuestra fragilidad desde las heridas pasadas) sobre los cuales hemos reflexionado en un artículo anterior.

Valorar lo que necesito

Los valores se generan en una intención, que los interioriza como motivo de la acción. En este proceso hay una relación dinámica entre necesidad y valor, se­mejante a la existente entre pregunta y respuesta, entre la sed y el agua, el hambre y el pan. No se puede hacer la vida (que es elegir entre peregrinar o vagar) sin respuestas, sin agua y sin pan.

La valencia de los valores depende de las necesidades en general, remedio y satisfacción, que, a veces, cuidan nuestra vida menesterosa y frágil.

En este último sentido, la jus­ticia salvaguarda mi dignidad de género humano de cualquier usurpación; el amor asume mi soledad y la entrega a otro en una grata donación mutua; la esperanza alienta el camino incierto; la fe muestra paisajes desconocidos para una mirada sin fe.

Para que el ejercicio de ordenar nuestros valores sea útil, debemos iniciar por el ejercicio de descubrir y ordenar las necesidades. Que el hombre sea un ser deficitario y ne­cesitado es incuestionable; nace deudor y muere deudor. Pero, también lo es que nues­tras necesidades tienen volúmenes, texturas y proximidades distintas a mi intimidad, somos nosotros mismos viviendo la situación que nos ha tocado.

En toda situación hay necesidades materiales/ materializables, de afirmación / psicosociales, altruistas / compasivas / de amor incondicional, y todas tienen su raíz en la condición de nuestra humanidad, y prioridad en la situación. De aquí se sigue que la escala de valencia de los valores de cada persona dependa de la superficialidad u hondura del sentido/misión que ha dado a su vida y de cómo lo vive en la situación que le está tocando.

Para Edith Stein, “cada sentido comprendido exige una actitud correspondiente y tiene a su vez la fuerza que mueve a actuar en conformidad. Nosotros llamamos motivación a ese ponerse en movimiento el alma, en el que algo colmado de sentido y fuerza nos lleva a una conducta a su vez llena de sentido y fuerza. De esta manera se hace de nuevo patente hasta qué punto en la vida espiritual están unidos el sentido y el vigor”.

Sólo la errónea imagen de nosotros mismos, como si la vida fuera hibernar a temperatura ambiente tras una pantalla, nos hace pensar que la vida no es un problema. Porque todos nos damos una misión, un sentido, y todos debemos realizar la vida en nuestra situación, que se nos resiste: a comer ese día, a desarrollar un oficio, a lograr una mejor situación para nuestros hijos, o a evitar que el mundo colapse. 

Valores y proyecto de vida

Hay dos películas casi documentales, La caída y Trece días, que vale la pena relacionar. La primera inicia presentando a Hitler como un ser humano capaz de gestos de humanidad, aunque es el hombre que se ha propuesto –todo él–, cognitiva, emocional y corporalmente, destruir millones de vidas humanas; la segunda muestra a Kennedy cuando se propuso salvar millones de vidas humanas en la crisis de los misiles nucleares posicionados en Cuba, por la Unión Soviética, en 1962.

Los sentidos no siempre son buenos, siquiera lógicamente congruentes, pero al asumirse en nuestro ser personal adquieren organicidad, moviendo a actuar en conformidad. El sentido pasa así a valer como un motivo interiorizado, fuente energética de la acción del hombre (mujer o varón) concreto. Siempre hay un sentido que articula la misión en la vida. Muchas veces es sólo la iluminación de un ejemplo o una intuición, pero una vez que se elige como proyecto de vida tiñe las percepciones, emociones y cogniciones, buscando congruencia.

Así se transforma en el fin último y de sus principios emanan los criterios situacionales para tomar decisiones, aunque no conduzca a un desarrollo plenamente humano.

Finalmente, la construcción de un proyecto personal de vida que lleve a un desarrollo plenamente humano requiere de un juicio sobre la valencia de lo que valoramos.

Porque en casi cualquier situación se puede elegir vivir en extensión, donde todo germina en la superficie, condenado a marchitarse/consumirse, al primer rayo del sol; o se puede elegir vivir también en la in­tensidad, en contacto con lo valioso de la vida y de cada vida, atendien­do a sus necesidades más hondas y radicales que, estando a flor de alma, muchas veces no responden a éxitos, gustos o disgustos.

Son las raíces de la vida las que progresan a la fecundidad y posibilitan el germinar, el crecimiento, las flores y los frutos.

Roberto Estévez es Profesor titular ordinario de filosofía política en la Facultad de Ciencias Sociales de la UCA y Director de la Asociación Civil Santo Domingo de Guzmán, Tandil

No hay comentarios.

¿ QUIERE DEJAR UN COMENTARIO ?