La conciencia de Actualidad

Vivimos desde lo que somos y como somos. Entre lo que somos, está el ser circunstanciados (naturaleza) y en el cómo somos nuestras circunstancias (las culturas, con sus geografías y cronologías).

En ese sentido, reconocernos supondría también encontrarnos con el tiempo existencial (pasado-presente-futuro) de nuestro propio pueblo, y hoy, de la humanidad en la que ese pueblo existe. Es en nuestro lugar y ahora, que podemos encontrar lo que colma la medida de nuestra existencia, lo que nos hace plenos, felices, lo que nos salva.

Cuando la intuición popular dice que “ese se salvó” no se equivoca en suponer la salvación como un estado de suficiencia en el que la vida deja de ser problema, aun cuando pueda equivocarse en qué cifra esa suficiencia.

Toda vida humana está llena de dificultades, pero es posible ser feliz en medio de las dificultades       –porque con deportividad, se saltan los obstáculos y se supera haber volteado alguna valla en el camino–, pero no es posible ser feliz con problemas.

Si la felicidad es el camino, consiste en una vida fundamentalmente no problemática, es decir, cuando puedo vivir la misión de mi vida en la situación de mi vida.

La Misión

En el libro que usó mi padre para rendir la última materia de medicina (Tiburcio Molina, Síndromes clínicos) escribió: “Hoy, 6 de mayo de 1951, me he recibido de médico. ¿Qué me deparara el destino: Profesorado, Experimentación, Clínica, Cirugía? No lo sé aun a ciencia cierta.

Pero en lo que sea emplearé el mayor esfuerzo, siendo, antes de nada y sobre todo hombre y después médico, en el sentido más íntegro, exaltado y combativo”.

Mi madre y mi padre –ambos médicos– publicaron (1958) Quimioterapia antiblástica, una investigación original, en San Rafael, Mendoza, y que constituyó el primer libro fuera del inglés sobre el tema. Ella formuló la hipótesis que comprobó Cesar Milnstein, y él es considerado maestro de la oncología en el mundo.

Desde una mirada creacionista, Dios nos concede el tiempo de nuestra vida como plazo para completar nuestra misión. La misión de mi vida es el trabajo de mi vida, para seguir viviendo en plenitud lo que antes viví en la imperfección y precariedad del tiempo.

Cuando nos negamos a la misión, pretendemos no tener problemas, pero como dice El Principito –del señor carmesí– somos¡Un hongo! Que, aunque tuviéramos millones de estrellas en nada nos sirven: “nunca ha sentido el perfume de una flor, nunca ha mirado una estrella. Tampoco ha querido a nadie”. El señor carmesí es peligrosamente ciego y esa ceguera no es neutra. Eichmann alegó: “No perseguí a los judíos con avidez ni placer. Fue el Gobierno quien lo hizo. La persecución, por otra parte, solo podía decidirla un Gobierno, pero en ningún caso yo. Acuso a los gobernantes de haber abusado de mi obediencia”. La realidad no está fuera de nosotros, está en lo que somos en su mayor crudeza.

Misión y situación son el riel sobre el que se desliza nuestra vida, por eso Ortega termina su conocido Yo soy yo y mi circunstancia, diciendo “y si no la salvo a ella no me salvo yo” (Meditaciones del Quijote, 1914).

La situación

Con la palabra situación se quieren significar las circunstancias existenciales, las condiciones concretas de los seres y de los fenómenos en cuanto conocidos como un conjunto: el individuo existe en virtud de su naturaleza y de sus cualidades esenciales, pero también “se comporta” (pos éjei), bien con respecto a sí mismo, bien con respecto a los que lo rodea; las determinaciones que resultan de esta doble relación nos introducen, sin duda, un cambio radical en su naturaleza, pero lo manifiestan, lo revelan.

Las situaciones van desde los diversos períodos de la vida (por ejemplo, psicología del niño), hasta las de las condiciones sociales (del agricultor, del burgués); pero pueden clasificarse en grupos homogéneos, y, en un cierto nivel, determinar comportamientos co-esenciales de tal o cual ser, fuera de los cuales su misma definición sería ininteligible.

Debajo de este sentido moderno, no es difícil encontrar las categorías griegas, medievales que las siguieron.“La categoría “situs”, que es la base etimológica de la “situación”, es verdad que se refiere expresamente al “lugar” físico, más allá del cual la “situación” de los modernos se extiende hasta otros comportamientos psicológicos: edad, condición social, etc. Pero también lo es que la relación entre “situs” y “corpus”, observada por los medievales en el análisis de la acción humana es 1a base de todas las “situaciones”. Así, la palabra intraducible “situalis” es empleada por Santo Tomás en relación estrecha con “corporalis”, para determinar las condiciones irreductibles del obrar humano, del obrar social en particular, opuesto al obrar de un espíritu puro” (M.J.Chenu, El Evangelio en el tiempo).

La bondad es inherente, los valores no. Se valora desde una situación. Los valores se abstraen de los motivos que ha tenido, tiene, podría tener, o desearíamos que tenga una acción, se viven como motivación de la acción real dentro de un sentido general de la existencia, que “comprendido exige una actitud correspondiente y tiene a su vez la fuerza que mueve a actuar en conformidad” (E. Stein). A esa conformidad actuada la llamamos vivir con rectitud de conciencia.

La misión en la vida crece situada, y cuando no es posible vivir con integridad (rectitud en la misión), la vida se vuelve problema.

La situación es la oportunidad del ahora, la presencia de Dios en el tiempo, el instante que se acerca a la eternidad, y por lo tanto la oportunidad para la construcción desde la precariedad y la fragilidad del tiempo, del Reino de Dios en la eternidad. Como el Reino es ante todo obra de la Gracia, se construye aun sin conciencia de ello, pero la Gracia también construye con manos conscientes de ello.

Conciencia de situación

Desde el comienzo de la construcción europea del espacio sobre el Océano Atlántico, nuestro país ha sido denominado fin del mundo (terra incognita, australis incognita, finis terrae), y como tal fue tratado durante el iluminismo y el positivismo; la escasa visión de los sectores dirigentes, nos fue colocando cada vez más en la periferia del mundo.

Tal ubicación, con crecientes desventajas en los intercambios materiales, permitió a nuestra cultura –junto con otras latinoamericanas–, la preservación popular de ciertas valoraciones: la primacía del ser sobre el parecer, de la interioridad sobre la exterioridad, de la vida sobre lo útil y de los fines sobre los medios.

Esas valoraciones abstraídas de la acción humana desde la Mesopotamia, Egipto, Israel, Grecia, y Roma, se habían expandido en actitudes del cristianismo en Europa y el norte de África (también del islam).

En el siglo XVI, el cristianismo estallará en un espectro que va desde ser el motor del Renacimiento (Roma), hasta su rechazo más decidido (puritanismo). Los pueblos se van a reorganizar como iglesia-nación, desde el regalismo romano hasta la iglesia nacional protestante. Por su parte, Isabel I de Inglaterra resuelve las divisiones interiores del Reino reuniendo la teología católica, con la moral puritana.

Esa pequeña iglesia-nación (Anglicana) se transformó en no demasiado tiempo en el imperio de mayor extensión hasta la fecha, comprendiendo –solo bajo su poder directo– aproximadamente una cuarta parte de la población mundial y una quinta parte de las tierras emergidas, sin contar su poder indirecto (el conocido brindis del príncipe de Gales por la Argentina, la joya más preciada de la corona británica) a través de las finanzas, el comercio, la tecnología, el modelo educativo y el idioma inglés y las alianzas dinásticas.

Este impresionante movimiento durante los siglos XVI y XVII no será solo vehículo del proyecto emancipador de la Ilustración, sino que será modelo estatal-industrial-comercial a fines del siglo XVIII. Sus supuestos morales-educativos-cientificistas (desde la física a la historia) se expandirán en la que con justicia pasará al recuerdo como Europa victoriana del siglo XIX, desbordando sus valoraciones como sentir común de euroamérica y definiendo qué era el mundo civilizado (ver los manuales de señoritas que llegaron por el ferrocarril a Santiago del Estero).

Un siglo después, se desarrolla la confrontación con esa cultura en casi todos los frentes, desde la denuncia del cristianismo como ideología de justificación de toda forma de instrumentalización del prójimo (Nietzche), la religión como el opio de los pueblos (Marx), y la represión del deseo (Freud) hasta la pintura de Pissarro, Degas, Monet y los restantes rechazados (Salon des Refusés), la escultura de Rodin y Camile Claudel (muy particularmente con La Ola), la música de Claude Debussy y la literatura de los hermanos Goncourt.

La Modernidad había entrado en decadencia en Europa y seguiría decayendo en América y en el mundo. Se abre un siglo de claro interregno (así llamaban en la Roma antigua al tiempo en que las normas caen en desuso a la espera de un nuevo monarca) que irá finalizando en Guernica, Coventry, Dresde, Auschwitz, Hiroshima, el Goulag, el Tíbet, Vietnam, la violencia política en América Latina, las migraciones forzadas, las hambrunas y los genocidios más masivos que conozca la historia.

Lo que se va

A posteriori, hay prueba suficiente para no creer en la promesa de la Edad Moderna, con su valoración de la inteligencia excluyente, su triunfo de la razón, que lograría la encamación del Ángel. La sombra que acompaña al hombre seguía allí, se le habían desmontado todos los límites, a la par que se le entregaba un poder destructivo de la vida humana nunca antes disponible.

El espíritu científico puro que despreciaba la evidencia, la intuición, la opinión, los sentimientos y hasta los sentidos, como pueblerinos, había abierto el camino a la inversión de la voluntad sobre la inteligencia. La voluntad se termina por considerar espontánea, independiente de la inteligencia, y funcionará como una fuerza arbitraria (Leonardo Polo, Antropología).

La voluntad se hace hegemónica y la inteligencia queda pasiva: la inteligencia refleja como un espejo el mundo, pero no es lo activo en el hombre. Así, lo pensado como reflejo del mundo es la posibilidad arbitraria del mundo, no su realidad.

La voluntad puesta como lo primero en el hombre quiere ser productiva más allá del sujeto, sin importar que la evidencia de lo humano lo pudiera mostrar como un proyecto vano. El voluntarismo confundió el querer con el ser, y disolvió al ser humano concreto en el querer ser de las ideologías. Estas fueron decisiones en un vacío de creacionismo procurado.

Los chispazos gnósticos de la autosalvación y el transhumanismo, existieron en el desarrollo de la civilización nacida entre el Tigris y el Eufrates durante los cambios epocales, sin embargo, sólo se convirtieron en fenómenos de masa en los albores de esa modernidad.

Allí aparecen los símbolos equivalentes de El profeta y El Dux (Fhürer, Conductor), que inauguraran la tercera y definitiva edad de la plenitud intrahistórica, de la mano de una categoría de hombres nuevos, una raza espiritual, minoría llamada a gobernar excluyentemente sobre el resto de la humanidad, y a alcanzar la paz definitiva, o, el más modesto del milenio de paz.

Con esos mismos símbolos, millones de personas perecieron en el altar de las segundas realidades –irrealizables– de los estados totalitarios, fascistas, nazis, stalinistas, del siglo XX, cuya impronta voluntarista de religión política pervive en las segundas realidades de las más modestas sectas políticas de los populismos actuales.

Somos libres para decidir qué queremos, pero como individuos y como culturas, no somos libres para hacer bueno lo que elijamos. Hoy se percibe con claridad en las dos elecciones alemanas de 1932 y el desgraciado desenlace de 1933, pero no todavía en el nazismo de Heidegger, el estalinismo de Sartre, o la pederastia de Michael Foucault y su apoyo a la revolución del Ayatola Khomeini.

Llegando

Por eso, el fin de el interregno se vive como una Era de la Adultez, camino a una sociedad más perfecta, más plena, visión potenciada con la caída del muro de Berlín y la fascinación del año 2000, como el fin de la historia. A pesar del fracaso de esta ilusión, estamos luego del “año 0”.

Todo el planeta, de algún modo, está involucrado en la actual crisis –de raíces y sentido– de la civilización euro americana; la cual, aun en su crisis, sigue avanzando en dirección a una sola historia común a la gran mayoría de los hombres.

La relativización de las barreras geográficas sigue provocando una reorganización asimétrica de la riqueza, el conocimiento y la población; los dos primeros gozan de libre circulación y la tercera está cada vez más confinada, merced al crecimiento de un poder estatal sin precedentes en la historia.

Es un nuevo “Burgo”, ahora planetario, con barrios transversales de hiper conocimiento, ignorancia, desperdicio obsceno, pobreza y barbarización.

Un nuevo Ethos Burgués –valorante de la tecnología como potencia infinita–, potencia recursos y crea fuerzas productivas descontroladas, que siguen rompiendo la relación del hombre con los ritmos de la naturaleza, en una civilización tecnológica impulsada por déspotas urbanos, indigente de humanidad en las estructuras sociales de pertenencia.

Con el consumo como acceso a la salvación, se despliega una ola de deseos que suplen las necesidades, y por tanto de insatisfacción crónica, soledad profunda –con la casi desaparición de la intimidad y de los vínculos familiares–, vínculos sin proximidad, en un ambiente urbano y natural degrado. No existen en el imaginario global modelos de desarrollo generalizables sin acabar con el planeta.

Siguiendo

Ahora tenemos que resolver cómo ser felices.

La civilización Actual es así una pregunta abierta para el hombre, a la cual las tres grandes tradiciones creacionistas siguen en condiciones de responder.

Este mundo no es –en primer término– mejor o peor que otros mundos, sino distinto. Sus desafíos hacen de él otra oportunidad para nuevas síntesis civilizatorias creacionistas.

Porque el Reino de Dios mantiene su vitalidad en todo tiempo, desde siempre y para siempre.

Roberto Estévez es Profesor titular ordinario de filosofía política FCS (UCA) y presidente Asociación Civil Santo Domingo de Guzmán, en Tandil

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