La crisis global

Existen restos de Homo sapiens reconocibles en el registro fósil de Kibish Omo, Etiopía, hace unos 200.000 años; según éstos, todos los seres humanos descenderíamos de un pequeño grupo de africanos que vivió hace 140.000 años.

Desde hace más de 100.000 años ya enterrábamos a nuestros muertos con obras de arte que denotan jerarquías, y empezamos a salir de África hace 70.000 o 60.000 años.

Nos expandimos rápidamente a lo largo de la costa de India, alcanzamos el sudeste asiático y Australia hace 50.000 años. Entre tanto, otro grupo salió hacia Medio Oriente y el sur de Asia Central. De la zona entre el Mar Caspio y el Mar Negro, algunos salieron para colonizar las latitudes del norte de Asia, y otros –entre los cuales estaban mis ancestros– a la costa del Mar Báltico en Europa, y de allí, como Suevos llegaron a Galicia.

Antes de eso, hace unos 20.000 años, cazadores asiáticos penetraron el norte de Asia Oriental durante la última glaciación –cuando el crecimiento de los hielos bajó los niveles del mar en más de 100 metros–, y por un puente que conectó Asia y América hace unos 15.000 años llegaron al Sur de América. Entre 1.000 y 3.000 años después habían hecho todo el camino hasta la Tierra del Fuego.

Civilización en Civilizaciones[1]

Hace 10.000 años nos hicimos agricultores. Si tomamos la datación de la más antigua Jericó, hace 8.000 años fundamos Ciudades; en ellas fuimos ciudadanos y en nosotros civilizaciones.

Esas Ciudades-Civilizaciones surgieron primero a orillas del río Indo, y en la medialuna fértil comprendida entre el valle del Nilo y el Tigris, para desarrollarse luego a orillas del río Amarillo en China –mientras los restantes grupos humanos permanecían en la edad de piedra–, y mucho después, en el Centro de América.

El hombre, en su larga marcha interior y de mundialización, fue fundando miles de pequeñas civilizaciones, algunas de las cuales todavía están en las sombras de la historia, sin lenguaje escrito o sin que éste haya podido ser traducido.

Siguiendo Toynbee, las civilizaciones son una totalidad que engloban sin ser englobadas por otras, son espacios, sociedades, economías y mentalidades compartidas. Corporeizan una cosmovisión (en este sentido metafórico, es su alma). En diferentes tiempos y geografías, una misma cosmovisión puede dar lugar a distintas civilizaciones (por ejemplo: cristiano-latino, cristiano-bizantina, cristiano-etíope), y una misma civilización puede dar lugar a distintos ethos (sistemas de conducta) y, con ellos, a distintas culturas.

Globalización en Mundialización

El auge de los imperios, los sorprendentes viajes oceánicos de los polinesios y el extraordinario aumento de la migración global en los últimos 500 años dejaron huellas dispersas en el ADN; cuando mi abuelo gallego, mi abuela castellana, mi abuelo calabrés y mi bisabuela eslovena llegaron al Sur de América, otros parientes siguieron al Norte de América. Así, la historia del ser humano y de cada hombre (varón y mujer) es, desde el principio, la historia de la mundialización de la humanidad, del deseo profundo de resolver la pregunta del sentido de sus vidas en la totalidad del espacio disponible.

El proceso de mundialización acompaña la existencia humana. La arqueología encuentra piedras o herramientas de unas geografías en otras y hay rastros del intercambio genético en unos y otros espacios (incluso extra especie con individuos Nerdenthal). Ese lento y constante proceso se vio afectado por la expansión euroamericana a toda tierra conocida desde el siglo XVI.

Desde 1945, luego de la segunda gran guerra civil europea, se produjo una progresiva aceleración de este proceso de mundialización. En vez de arrasar las culturas regionales, nacionales o de otro tipo –como hizo la expansión victoriana, mal llamada primera globalización–, generó un mundo de confusión y heterogeneidad de culturas, incluso de fusiones culturales. Llamamos “globalización” a ese proceso de aceleración; pudiendo distinguir diferentes etapas en las que van surgiendo los distintos impulsores de su desarrollo. De modo que, en el comienzo de una nueva etapa, el nuevo impulsor no suple, sino que se yuxtapone y potencia al surgido en la etapa anterior.

En el período entre las dos grandes guerras europeas, se limitó la organización del estado-nación westfaliano, lo cual evolucionó en un nuevo tipo de alianzas durante la guerra, luego en la creación de un sistema internacional, seguido del impulso a la creación de unidades políticas supranacionales –supervisoras del cumplimiento de normas rectoras de comportamiento económico-político en el ámbito transnacional bajo el imperio de un conjunto mínimo de valores comunes–, y en el surgimiento de pactos que de derecho (Corte Penal Internacional) o de hecho (Tratado Antártico).

En la década de los sesenta, la transmisión universal e instantánea de la información fue un nuevo impulsor: desarrolló un mercado global de la información, señalado desde el bloque soviético por la asimetría en la comunicación –en la ONU, Muchas voces en un mundo único–, y por el Departamento de Estado norteamericano como tecnologías de la libertad.

En la década de los setenta se organizaron grandes empresas en estructuras de redes comerciales mundiales, a las que se señalaba por ignorar cada vez más las fronteras nacionales.[2] El proceso continuó y de la diversificación de mercados se pasó a la diversificación de centros de producción, en razón de los costos relativos del trabajo, los recursos naturales disponibles y la facilidad del acceso a los mercados, realizando economías de escala, abanico de productos y planeamiento financiero en operaciones globales.

Paralelamente, en esos años se comenzaron a quebrar los paradigmas del desarrollo económico industrialistas y se tomó conciencia de que ciertos problemas fundamentales de nuestro tiempo son esencialmente transnacionales: la urbanización (desde el 2007 hay más habitantes urbanos que rurales en el mundo), la protección del medio ambiente, el tráfico de drogas y de armas y el riesgo de marginación de países, incluso de regiones enteras. Desde entonces, el mayor problema no es explicar por qué algunos países se desarrollan, sino por qué algunos otros no lo hacen.

En las décadas de los ochenta y noventa se avanzó en la reducción de los controles de cambio, el libre e instantáneo flujo de capitales, la interconexión de las operaciones bursátiles y la expansión de los paraísos fiscales. Las mafias de la venta de armas así como el tráfico de drogas y de personas adquirieron carácter global, al igual que la corrupción de los políticos.

Con los cuatro anteriores impulsores en expansión, la naturaleza global del mundo digital erosiona cada vez más los antiguos límites nacionales, impactando en su funcionamiento y generando desequilibrios sociales de gran alcance.

Estamos en una historia única y pluricultural, donde la desaparición de las barreras geográficas para los capitales y los productos –pero no para las personas– provoca la reorganización del conocimiento y de la riqueza. Los ciudadanos quedan prisioneros de países cuyos gobiernos no hacen los cambios fundamentales para el desarrollo en las nuevas realidades, y observan impávidos cómo sus ciudadanos son expulsados de la sociedad.

La reanudación de la historia

Francis Fukuyama afirmó que, con el triunfo de la Organización del Atlántico Norte sobre el bloque soviético, la historia había terminado. Un solo sistema, la democracia capitalista, se expendería por el mundo. Se trató de una afirmación muy propia de la búsqueda Moderna de una nueva fecha para un comienzo radical. Atento a que la lucha ideológica había caracterizado la última etapa de la Modernidad, supuso que la guerra fría era la historia.

Ralf Dahrendorf[3], conjeturó exactamente lo contrario: que el fin de la guerra fría había permitido la reanudación de la historia. La guerra fría, al dividir el mundo en dos bandos ideológicos, reprimió los conflictos reales por medio de una segunda realidad –visión sobrepuesta a la realidad real–, de modo que congeló la historia, impidiendo que los múltiples volcanes de las fuerzas profundas de la política –no ideológicos– entraran en erupción.

Todo, absolutamente todo, se postergó hasta después de la gran batalla. Ese todo volvió con la fuerza incrementada de la espera, en el tumultuoso retorno de las fuerzas profundas, luego que estallan la Unión Soviética y Yugoslavia, la guerra de los Balcanes, la partición de Checoslovaquia, las tensiones en los estados bi-culturales como Bélgica y Canadá, la lucha de armenios y azeríes, la independencia fallidamente de Cataluña.

Los que chocan en nombre de la nación, apelan a una comunidad de país, étnica local o lingüística, cultural y religiosa. Se ve en los grupos violentos que pretenden representar a pueblos originarios de América Latina, y los que se llaman pueblos originarios de Europa, que se arman contra los latinoamericanos y los sirios, acrecentando las tensiones anti inmigratorias.

La necesidad humana de arraigo comenzó a expresarse por razones distintas de la Modernidad. En la Modernidad eran la nación, la patria, y en un tercer lugar el país como parte de la nación (si Argentina entra en guerra, Corrientes la va a ayudar). En la Actualidad, el país (paisaje de cercanía y su gente), la lengua y la religión (no sólo los islámicos en Europa, sino también los latinos en los ocho estados del sur de los Estados Unidos)[4].

En la marcha del proceso de la globalización pueden discernirse tres subprocesos concomitantes:

  • la necesidad del re-conocimiento de las identidades próximas, a veces locales y a veces de las restantes civilizaciones en proceso de reinvención de su identidad, en los barrios transversales de la Aldea Global, no sólo en sus territorios originarios;
  • la fuerte presencia (contaminación) de la civilización euroamericana en las restantes civilizaciones (antes que el Big Mac y la Coca-Cola, el marxismo –idea posvictoriana europea– fue el vehículo de Modernización de Rusia, China y Vietnam); y
  • la crisis euroamericana de las creencias (no delimitada a su espacio, sino en la Aldea Global) por la crisis de la Modernidad y el autodesarraigo europeo.

Los otros

La guerra fría no congeló solamente las presiones nacionalistas que latían en Europa. También congeló la idea capitalista. Cuando una idea se convierte en bandera en medio de la guerra, nadie la cuestiona, siquiera la analiza. Simplemente se lucha por ella. Es solamente cuando la victoria crea una sensación de alivio y de seguridad cuando el debate recomienza[5].

Los factores de producción clásicos (tierra, capital y trabajo) se han transformado hoy en saber/conocimiento, capital y consumo. Para esta economía, por canales de nueva naturaleza, imprevistos por las leyes, la mayor parte de los Estados no se encuentran preparados.

Algunas empresas han adquirido un poder que supera el de la mayoría de los Estados nacionales y se han gestado organizaciones transnacionales del tercer sector (sin fines de lucro) que escapan a cualquier control democrático, más que algunas empresas.

El desarrollo mismo del concepto de tercer sector, excluyendo al Estado y a las empresas de la sociedad civil, y las razones por las cuales el poder de las empresas es temido y el de las ONG ignorado, constituyen un tema político de primer orden. Las ONG globales no están sometidas a control democrático, algunas son controladas financieramente por empresas y otras son propietarias de empresas globales; muchas manejan presupuestos superiores a los Estados pequeños. Finalmente están las que intervienen desde el sello de comisiones o programas de organismos multilaterales, buscando dar aspecto de legitimidad global a sus causas, promoviendo posicionamientos, e incluso políticas estatales, sobre temas que no son resultado del consenso de la Asamblea General de las Naciones Unidas.

Siempre será más fácil demonizar a las empresas internacionales que a los gobiernos o a las ONG, porque sólo las primeras están obligadas a escuchar, y cuanto más grandes son, mayores son las auditorías permanentes que se ejercen a través del valor de sus acciones en el mercado global. Sus directivos rinden cuentas trimestralmente ante los accionistas o quienes los representan. Su periodicidad de mandatos puede ser interrumpida por una acción directa del Consejo o una Asamblea Extraordinaria. En los gobiernos, en cambio, es más fácil escudarse en los mecanismos constitucionales para no escuchar, crear una crisis diplomática –o incluso una guerra– para mover emocionalmente a la opinión con la excusa del residuo modernista del interés nacional.

Conclusiones

En el mundo globalizado hay actores de naturaleza heterogénea: Estados (mayúsculos), organismos multilaterales, organismos de origen multilateral con autonomía, medios de comunicación sociales transnacionales, empresas transnacionales, ONGs transnacionales, mafias de la droga, el tráfico de armas y personas, otros Estados (minúsculos) paisajes y ciudades.

Los actores tienen un poder no homogéneo, no hay una autoridad superior que los controle, y existe un debilitamiento de la responsabilidad personal (accionistas diluidos, operadores automáticos, propiedades no tradicionales, y expulsados invisibles, con barrios transversales, un resurgimiento de los vínculos locales y la reinvención de las identidades culturales.

La civilización Actual es así una pregunta abierta para el hombre. Un mundo cuyos desafíos hacen de él una nueva oportunidad para las síntesis civilizatorias creacionistas.

Porque el Reino de Dios mantiene su vitalidad en todo tiempo, desde siempre y para siempre.

Roberto Estévez es Profesor titular ordinario de Filosofía política (FCS-UCA) y presidente Asociación Civil Santo Domingo de Guzmán, de Tandil


[1] La palabra civilización (en singular) proviene de la designación romana de la ciudad y del ciudadano. Los pensadores franceses del siglo XVIII reelaboraron el concepto como opuesto a barbarie, y de ellos llegará a las nacientes republicas americanas del siglo XIX. Por su parte, Bárbaros viene de la denominación griega a los extranjeros que balbuceaban porque no hablaban su lengua, y de allí llegó a Roma para designar a los pueblos de las marcas, cuyo hablar les sonaba como bar, bar, bar. La palabra civilizaciones (en plural) se usa desde la ciencia de la historia de fines del siglo XVII y comienzos del siglo XIX. Fernand Braudel, en su libro Las Civilizaciones Actuales. Estudio de historia económica y social (1966), realiza una distinción de civilizaciones que perviven: el Islam y el mundo musulmán, el continente negro, extremo oriente, y las civilizaciones europeas. En estas últimas distingue las del propio continente europeo, las del mundo americano, y las que llama la otra Europa, que formarían Moscovia -Estado predecesor del Zarato Ruso y el Imperio Ruso-, Rusia y la URSS.

[2]Una nueva cultura impactó sobre las llamadas culturas nacionales y (siguiendo una analogía con la física) «se difractó» en sus elementos componentes, siendo el tecnológico el más trivial y por ello el de más fácil penetración, la siguieron las modas, que constituyen verdaderos modos de ser y generan modos de sentir y valorar.

[3] Reflexiones sobre la revolución en Europa. Carta pensada para un caballero de Varsovia (1991), que evoca el título del libro del tradicionalista Edmund Burke Reflexiones sobre la revolución en Francia. Carta enviada a un caballero de París, publicado en 1790.

[4] “El final del imperio soviético y de la guerra fría promovió la proliferación y rejuvenecimiento de lenguas que habían sido suprimidas u olvidadas. La mayoría de las antiguas repúblicas soviéticas han realizado grandes esfuerzos para reavivar sus lenguas tradicionales. El estonio, letonio, lituano, ucraniano, georgiano y armenio son ahora las lenguas nacionales de Estados independientes. Entre las repúblicas musulmanas ha tenido lugar una afirmación lingüística parecida, y Azerbaiyán, Kirguizistán, Turkmenistán y Uzbekistán han pasado de la escritura cirílica de sus antiguos señores rusos a la escritura occidental de sus parientes turcos, mientras que Tadzjikistán, donde se habla persa, ha adoptado la escritura árabe. Los serbios, por otra parte, ahora llaman a su lengua «serbio», en lugar de «serbocroata», y han pasado de la escritura occidental de sus enemigos católicos a la escritura cirílica de sus parientes rusos. De forma paralela, los croatas llaman ahora a su lengua «croata», y están intentando purgarla de palabras turcas y de otros barbarismos, mientras que esos mismos «préstamos turcos y árabes, sedimento lingüístico dejado por los 450 años de presencia del imperio otomano en los Balcanes, han vuelto a ponerse de moda» en Bosnia. El lenguaje se reorganiza y reconstruye de acuerdo con las identidades y contornos de las civilizaciones” (Huntington Sanuel P, El choque de las civilizaciones, Paidos, 1997, p.74)

[5] Creo que podemos descubrir ya con cierto grado de probabilidad qué nuevas preguntas surgirán y dónde residirán los nuevos grandes problemas; en muchas áreas podemos también describir lo que no funcionará. Las «respuestas” a la mayoría de las preguntas siguen estando escondidas en gran parte en el seno del futuro; lo único de lo que podemos estar seguros es de que el mundo que surja del presente reordenamiento de valores, creencias, estructuras sociales y económicas, sistemas e ideas políticas, será diferente de cualquier cosa que nadie imagina hoy. No obstante, en algunas áreas -especialmente en la sociedad y su estructura- ya se han producido cambios esenciales; es prácticamente seguro que la nueva sociedad será a la vez no-socialista y poscapitalista, y es también seguro que su recurso primario será el saber. Esto significa también que tendrá que ser una sociedad de organizaciones. No es menos seguro, además, que en política ya hemos pasado de los cuatrocientos años del Estado-nación soberano a un pluralismo en el cual aquél será una parte en lugar de la única unidad de integración política; será uno de los componentes, aunque todavía un componente clave en lo que yo llamo «organización política poscapitalista», un sistema en el que competirán y coexistirán las estructuras trasnacionales y regionales del Estado-nación, además de las locales e inclusive tribales (Peter Drücker, La sociedad poscapitalista (1992), Ed. Sudamericana, Bs. As., 1999, p. 12)

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