
Se cumple en estos meses el primer centenario de la Reforma Universitaria. Ya tenía unos moderados, digamos, civilizados antecedentes en La Plata, pero estalló en 1918 en Córdoba, con tintes políticos e ideológicos muy marcados: reformistas contra conservadores, laicos contra católicos, radicales y socialistas contra el resto del mundo. El alboroto fue tan grande, y duró tantos meses, con huelgas y tomas de edificios, manifiestos verbales y contusiones reales, muy graves en algunos casos, que dos veces el presidente Irigoyen mandó reprimir a los estudiantes, aun cuando muchos eran de su propio partido. Finalmente, la Reforma impuso sus objetivos. Entre ellos, la autonomía de las altas casas de estudio, el cogobierno entre autoridades, docentes y estudiantes, y los concursos de oposición para reducir acomodos y enquistamientos. Otros objetivos fueron pensados directamente en beneficio de todas las clases sociales: la enseñanza gratuita y la extensión universitaria, derribando así la imagen de claustros cerrados y elitistas que entonces caracterizaban a las universidades.
Dos buenos ejemplos de extensión universitaria: en 1958 Boris Spivacow fundó Eudeba, editorial de la UBA, cuyas publicaciones llegaron a venderse a precio ínfimo en kioscos de revistas, y Fernando Birri creó la Escuela de Cine de la Universidad Nacional del Litoral, especializada en cine documental y didáctico. Pero no nos adelantemos tanto. Lo singular es que recién ahora se está haciendo una película sobre la Reforma. Será un documental de la Carrera de Imagen y Sonido de la UBA.
Por su parte, nuestra pequeña industria criolla dedicó al ámbito universitario dos melodramas sobre muchachos de pensiones estudiantiles que, una vez recibidos, se hacen cargo del sufrimiento ajeno (Hasta después de muerta, 1916; La ley que olvidaron, 1938), la historia de Sarmiento con su hijo Dominguito (Su mejor alumno, 1944) y la lucha de la primera mujer que se recibió de médica en Argentina (Allá en el setenta y tantos, 1945, inspirada en Cecilia Grierson y Elida Passo, que, para ser exactos, estudiaron allá en el ochenta y tantos). Luego, lateralmente el drama antiperonista Después del silencio, 1956, el notable y todavía vigente Dar la cara, 1962, donde el conflicto de “laica o libre” acompaña las decisiones éticas de un estudiante, y, bastante olvidado, Los guerrilleros, 1965, inspirado en sucesos latinoamericanos del momento. Allí, un profesor solivianta a sus discípulos, aunque les advierte contra la ilusión guevarista del “apoyo espontáneo” de la población. En otro orden, Cristóbal Colón en la Facultad de Medicina, 1962, y Gran Valor en la Facultad de Medicina, 1981, adaptaciones de Abel Santa Cruz de una vieja comedia teatral de Florencio Parravicini, ambas filmadas, precisamente, en la Facultad de Medicina de Buenos Aires.
Curiosamente, esas son todas las películas centradas en el ámbito universitario. Luego, apenas aparece cada tanto alguna referencia circunstancial, pero sólo eso (la última, una escena breve en El amor menos pensado, 2018). Ya que está, pasemos a recordar las películas nacionales referidas a la escuela secundaria, donde resaltan Juvenilia, 1943, sobre el libro de recuerdos de Miguel Cané, Escuela de campeones, 1950, Quinto año nacional, 1961, la trilogía, digna de estudio, El profesor hippie, El profesor patagónico y El profesor tirabombas, 1969, 70, 72, con Luis Sandrini; y los documentales La educación prohibida, 2012, Escuela Normal, 2013, Después de Sarmiento y De trapito a bachiller. Tres años que conmovieron al Gonza, ambos de 2013. Todos interesantes, aunque ninguno deslumbrante. En otra categoría se anotan las comedias con María Duval Cuando florezca el naranjo, 1943, y La serpiente de cascabel, 1948; las comedias con Mirtha Legrand La pequeña señora de Pérez, 1944, y La señora de Pérez se divorcia, 1945; y El ladrón canta boleros, con Mario Clavel, 1950, todas risueñas, románticas, de sana picardía, e imposibles de hacer ahora, bajo el imperio de “lo políticamente correcto”. Felices casi siempre, y llenas de emoción, aquellas dedicadas a la escuela primaria, desde La maestrita de los obreros, 1942, Almafuerte, 1949, La campana nueva, 1950, El cura Lorenzo, 1954, Shunko, 1959, sobre las memorias del maestro rural Jorge W. Abalos, hasta La deuda interna, 1988, La escuela de la señorita Olga, 1991, Ciencias naturales, 2014, y la reciente Natasha, la película, 2018. Hasta aquí una lista incompleta, apenas evocativa. Ya volveremos sobre estos y otros títulos con mayor dedicación. Acaso también agreguemos algo sobre la figura del maestro en el cine y la televisión de Latinoamérica. Valga por ahora una pequeña y tocante noticia: sobre la tumba de Rubén Aguirre, alias El Profesor Jirafales, allá en el cementerio de Puerto Vallarta, la gente sigue dejando manzanas.
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Join discussionSe olvidó que las universidades apoyaron los golpes oligárquicos cipayos de 1930 y 1955 rectores decanos y alumnos contra el pueblo