
Con un premio de la Academia en el estante por Ida, la reciente Palma al Mejor Director en Cannes, y una no muy improbable nueva nominación al Oscar por su reciente película, Cold War, Pawel Pawlikowski es toda una celebridad del cine de arte y ensayo europeo.
Polaco de origen, Pawel Pawlikowski se formó en Inglaterra e hizo allí buena parte de su filmografía inicial, como Last resort o Mi summer of love. Incluso hoy no la tiene fácil en Polonia, donde Ida fue objeto de una campaña de la televisora estatal que desató la ira de la asociación de cineastas polacos, quienes dijeron que “la TVP está volviendo a los métodos practicados en la era comunista y esto despierta nuestra repugnancia”. Pawlikowski, en el marco de la última edición del Festival de San Sebastián, dice: “En la televisión estatal presentaron un debate de dos personas de extrema derecha sobre si la película era antipolaca o no. La gente sabe cómo interpretarla. Para las próximas elecciones veremos si son muy agresivos con Cold War o no, que también representará a Polonia ante los Oscar. Ahora son amables conmigo pero prefiero estar lejos”, dice, y señala que nadie le ha prohibido hacer películas y sólo su posición como artista se encuentra bajo presión.
La parte olvidada del primer Pawlikowki es la que construía un discurso poético en dos márgenes bien definidos: el campo documental, donde existía una mirada hacia nombres relevantes de la política o la cultura, y del otro lado, ficciones con personajes anónimos y casi marginales en los rincones escondidos de Inglaterra. “Definitivamente me gustan las historias donde se reflejen las relaciones, no sólo la Historia con mayúscula. La historia de Polonia es también la mía y la de mis padres, que están siempre sobrevolando mis ideas, pero no quiero hacer una película de esa manera porque los personajes se vuelven la ilustración de algo. También la historia en términos de exilio, porque no eliges tu carácter en el exilio. El cine británico es maravilloso porque es más sociológico, es otra cosa”, dice, y afirma que Cold War es parte de un universo tan personal como el de sus padres, en el que se inspiró. El realizador no puede omitir su vinculación con Enzensberger, el gran defensor del documental, quien le dijo que sus películas eran exploraciones de lo que se hubiese convertido en caso de haber seguido viviendo detrás de la cortina de hierro. Allí están para aseverarlo From Moscow to Pietushki, con un Yerefeyev arrastrado al alcoholismo luego del fracaso de la era Kurschev, o el contraste entre el proletariado ruso y la pequeña burguesía intelectual alemana en Dostoievsky’s tales, con el último descendiente del gran Fiodor, que es un taciturno chofer de tranvías en San Petersburgo. “En el biopic se pasa mucho tiempo explicando la relación causa-efecto, introduciendo elementos artificiales. No hay un motivo único para hacer las cosas y cada una tiene muchísimas consecuencias. Lo que quiero es mostrar los elementos o las elipsis de la historia. Una película es un experimento, y por eso llego a algunas audiencias y a otras no, porque ciertas personas necesitan explicaciones y saber qué hizo o que pensaba exactamente un personaje”, añade.
Un docu-ficción olvidado, Twockers, significará el primer paso hacia la ficción hace veinte años, pero será con Last resort donde la historia de Europa del Este se mezclará con la realidad británica a través de una joven rusa que viaja a Inglaterra junto a su hijo para reencontrarse con su novio. Un error los obligará a vivir en un oscuro refugio para inmigrantes; y otra vez los márgenes de la historia entremezclándose con el universo de ficción. Al ser consultado sobre similitudes y diferencias con el cine de Andrzej Wajda –indudablemente el gran narrador de la historia polaca–, Pawlikowksi señala: “Wajda me está enseñando historia, pero yo intento no hacer eso. Incluso en Cenizas y diamantes, que me encanta, sé lo que está intentando explicar. En Ida no quiero destacar lo que pasó sino enfrentarme a problemas existenciales donde los mecanismos de las historias de amor son muy complicados. En Cold War hay diferencias de temperamento y de cultura, pero la Historia afecta la relación: la música los une pero la política los separa, y también provenir de diferentes ambientes y no tener el mismo background social”.
Previo a Cold War, la película más famosa que hablaba sobre el amor pertenece a su etapa inglesa: My summer of love. Allí, en plenos ‘80, Mona viaja en su moto y conoce a Tamsin, y la amistad da paso a un volcánico amor. “En un tiempo en el cual no había tantas distracciones la gente tenía que enfrentarse a los demás”, dice Pawlikowski. Y afirma que en la construcción dramática “el hecho de que esperemos algo absoluto del amor viene de nuestra historia, nuestros valores, de la literatura del siglo XIX. Esperamos que el amor sea absoluto y es un problema dramático interesante porque todo es relativo, pasa por diferentes fases y contextos, con gente distinta. El tiempo corrompe las cosas, por lo que el amor absoluto es de dominio de lo divino”. Sorprende saber que Cold War es un film nacido de inmediato al fin de rodaje de My summer of love: “Tengo la noción de esta pareja que está cambiando, separándose, juntándose, escapándose, volviéndose a juntar. Desde 2006 escribí muchísimas versiones, pero eran caóticas y se parecían un poco a la historia de mis padres. Poco a poco escribí otra versión con una posición más distante y sentí que estaba preparado. Después de Ida me di cuenta de que puedo contar una historia complicada de manera elíptica, quitar cosas del guión y que igualmente funcione y el público pueda entenderlo”. Antes de la despedida, otra confesión ubicará a su nuevo y fabuloso film en los límites de la ficción y la realidad: “Mi padre era médico y ella bailarina, pero se conocieron a través del ensamble folclórico, se sedujeron, y la música es una manera estructural que los une”. Por lo visto, los caminos del cine de Pawlikowski siguen uniendo la existencia anónima de personajes marginales en la gran Historia política del siglo XX. Al igual que en sus primeros trabajos, donde los protagonistas eran prohombres –como en su documental sobre Vaclav Havel–, pero con la diferencia de que en esos seres anónimos descansan las distintivas emociones de quienes sobreviven por igual a la marginalidad o el exilio.
El autor es crítico cinematográfico, docente universitario y periodista cultural.