Reseña: Lluvia fina, de Luis Landero (Barcelona, 2020, Tusquets)
Así comienza el libro: “Ahora ya se sabe con certeza que los relatos no son inocentes, no del todo inocentes. Quizá tampoco lo sean las conversaciones de diario, los descuidos y equívocos verbales o el hablar por hablar. Quizá ni siquiera lo que se habla en sueños es del todo inocente. Hay algo en las palabras que, ya de por sí, entraña un riesgo, una amenaza, y no es verdad que el viento se las lleve tan fácilmente como dicen. No es verdad. Puede ocurrir que ciertos ecos de los dichos, y hasta de los dichos más triviales, sigan como en letargo durante muchos años, latiendo débilmente en un rincón de la memoria, esperando una segunda oportunidad de regresar al presente para aumentar y corregir lo que no quedó del todo claro en su momento, y a menudo con una elocuencia y un alcance significativo que exceden con mucho a los que tuvieron en su origen”.
Falta conocer a los personajes de la novela, con cuya familia el lector irá intimando y que, poco a poco, se revela enredada en demasiadas historias aparentemente menudas pero profundamente arraigadas en los pliegues de una memoria que genera hondas enemistades y deja aflorar lo más perverso.
Gabriel decide convocar a sus dos hermanas mayores (Sonia y Andrea) y al resto de la familia para celebrar el cumpleaños de la madre octogenaria e intentar superar viejos rencores. Su mujer, Aurora, es el personaje más amable y ecuánime, confidente de todos, y a quien el lector recurre para encontrar un parámetro y cierta objetividad. Y su final es el que más duele.
Esta novela es la más reciente de uno de los autores más en boga en España en estos momentos. Entre un pasado austero y sufrido nos encontramos en una sociedad posmoderna que esconde sus contradicciones, frustraciones y patologías. Y donde la familia, la religión y las costumbres ya no significan lo que parecía seguro cincuenta años atrás.