
Hace pocos días murió, después de luchar largamente y de manera muy valiente contra la enfermedad, Beatriz Balian de Tagtachian, socióloga y educadora que fue vicerrectora de la Universidad Católica Argentina, después de haber ocupado por años la cátedra y diversos cargos académicos. Presidió, además, la Academia Nacional de Educación.
Fue una mujer realmente excepcional por su valía intelectual, su admirable espiritualidad y su trato siempre cordial y mediador. Beatriz, más allá de su encantadora sonrisa, no tenía nada de ingenua; era aguda observadora y muy certera en sus apreciaciones. Considerada una referente de peso en la Iglesia argentina, sobre todo en temas sociales, de familia y de educación, no dejaba de advertir, a veces con dolor y en otras ocasiones con cierta indignación, muchas de las contradicciones que advertía en el ámbito religioso y político. Pero siempre apuntaba más alto, con superioridad de espíritu.
Fue autora de importantes estudios de investigación sobre diferentes temas, como pobreza y solidaridad social en la Argentina y responsabilidad social de las empresas. Asesoró a iniciativas de compromiso social como la Fundación Banco de Alimentos y la Fundación para el Desarrollo en Justicia y Paz. Integró también la Comisión Nacional de Justicia y Paz de la Conferencia Episcopal.
Incansable en sus tareas y en su familia, sabía abrirse a temáticas nuevas y conflictivas más allá de su calificada formación y su auténtica espiritualidad. O, mejor, precisamente por la hondura de su alma y de su competencia profesional sabía escuchar y comprender, discernir y entender, juzgar y actuar. Era un placer conversar con ella, siempre atenta a las circunstancias políticas, sociales y culturales. Cuánto nos faltará su cercanía…
Era siempre estupendo encontrarla en misa, recibir de sus manos la eucaristía o conversar largamente con ella, siempre tan cálida. O escuchar alguna vez sus breves y hondas reflexiones en alguna celebración de la Palabra.
Una de sus hijas, Magdalena, redactora del diario Clarín, recogió en dos libros historias noveladas de los orígenes armenios de su familia y las tradiciones de las abuelas.
La fe de Beatriz parecía inquebrantable e innegablemente suscitaba en sus interlocutores renovada esperanza y alegría. Atenta lectora y en algunas ocasiones colaboradora de CRITERIO, mantuvo durante años una afectuosa relación de amistad con Rafael Braun y otros miembros del Consejo de redacción de la revista. En muchos ámbitos, tanto en Buenos Aires como en varias provincias y en otros países, fue apreciada y muy considerada su opinión sobre temas sociológicos y eclesiales. En Roma, y en especial por la relación que supo ganar con Jorge Bergoglio desde sus años como Arzobispo porteño, fue muy tenida en cuenta. No se le escapaban las incoherencias, el fanatismo o la cerrazón de algunos clérigos y obispos, pero nada de ello dañaba su ánimo, siempre dispuesto a atender, estudiar y confrontar con elegancia.