No resulta extraño que desde la grave crisis socioambiental que enfrentamos, se produzcan relecturas de mitos clásicos que reflejan arquetipos existenciales confrontados a su particular problemática histórica. En el ámbito de la filosofía ambiental y también del ambientalismo, con frecuencia se identifica a Prometeo o a Fausto con aquellas tipologías humanas cuyo accionar debería desalentarse, y en lo posible erradicarse.
Para algunos, el titán Prometeo de las teogonías griegas que se animó a robar el fuego a Zeus para entregarlo a los humanos, encarna una tendencia negativa que puso en manos de los mortales un potencial alterador y destructor del orden natural, el cual, para colmo, seguiría siendo utilizado en favor de unos pocos miembros de la especie.
Por su parte, el mito moderno del Dr. Fausto surgido en el siglo XVI presenta al sabio erudito medieval como típico arquetipo del antropocentrismo moderno: no acata dogmas, se presenta ávido de conocimientos y ansioso por el deseo de gozar y dominar. A Fausto lo acompaña Mefistófeles, personificación del Demonio, para quien todos los medios de acción y poder resultan lícitos. El afán por descubrir los secretos de la vida y la muerte y el anhelo de compartir con Dios los poderes de la creación, configuraron en el complejo personaje aquellos sueños sobrehumanos llamados genéricamente sueños fáusticos.
Sin embargo, el filósofo polaco Henryk Skolimowski (1930-2018) representaría una excepción al sostener una interpretación de la figura de Prometeo, especialmente del fuego prometeico, claramente positiva y esperanzadora. Reconocido como uno de los precursores de la ecofilosofía en los inicio de los años ‘70 del pasado siglo (de hecho él se atribuye la creación del neologismo) su pensamiento revela diversas inquietudes, desde una crítica al paradigma tecno-científico de pos-guerra hacia las exigencias de desarrollos de una ecoespiritualidad cósmica.
En “El nuevo fuego prometeico” (Mutantia 7, 70-77, 1981a) (1) visualiza a Prometeo como ilustrando el preciso momento de humanización de nuestra especie. En efecto, sin Prometeo no hubiésemos tenido el fuego robado a los dioses, y no hubiésemos logrado muchos otros atributos permanentes que nos hacen humanos. El mito refiere cómo se comete hybris contra los dioses olímpicos. Tal acto de arrogancia desencadenó la ira de Zeus, quien ordenó un castigo eterno: el héroe encadenado a un peñasco y el águila devorándole las vísceras (2).
En varios pasajes clave del drama clásico de Esquilo, el titán se dirige al Coro para explicitar, desde su dolor, los beneficios que recibieron los humanos con sus dones. Así nos recuerda:
“En el principio ellos veían sin ver, escuchaban sin oír, y semejantes a las imágenes de los sueños, vivían su larga existencia en el desorden y la confusión. Nada sabían de las viviendas construidas con ladrillos endurecidos al sol; no sabían labrar la madera, y vivían bajo tierra, como las ágiles hormigas, en lo más escondido de cavernas donde no penetraba la luz. No había para ellos señal segura ni del invierno, ni de la florida primavera, ni del fértil verano; todo lo hacían por instinto hasta el día en que los instruí en la difícil ciencia de las salidas y los ocasos de los astros. Siguió después la de los números…” (Esquilo, 1979: 14-15)
En efecto, Prometeo le dio al hombre la matemática pero también la astrología, para comprender su destino; junto al arte de domesticar animales, le dio la escritura para trascenderse a sí mismos; junto a las técnicas de navegación, le dio la medicina para aplacar sus dolencias, y también los secretos de la adivinación para descubrir el sentido de su vida…
“Y hasta los tesoros que la Tierra ocultaba a los humanos, el bronce, el hierro y la plata, ¿quién sino yo se los descubrió? (…) En una palabra y resumiéndolo todo: todas las artes de que gozan los mortales son obra de Prometeo”. (Esquilo, 1979: 15-16)
Para el filósofo polaco, Prometeo representa, en su faz trágica y rebelde, el mito eterno de la imaginación encendida que continuamente trasciende sus propios límites. Al asociar fuego con luz y espíritu, propone revalorizar el sentido positivo de esa herencia del fuego prometeico como antorcha del fuego espiritual.
Contra la tendencia fáustica
Librándole el fuego al hombre, Prometeo liberó nuestro destino. Pero desgraciadamente, según Skolimowski, la civilización tecnológica pervirtió la naturaleza de este fuego y lo revirtió cada vez más en fuego de destrucción y suciedad.
“(…) la imagen de Prometeo fue empañada durante las décadas y siglos pasados. El cíclope del progreso material brutalizó la sagrada herencia del fuego espiritual. Cuando vemos los humos inmundos, sulfurosos, que huelen a muerte, podemos estar seguros que no son producto del fuego prometeico, sino el desecho de las destructivas fábricas satánicas”. (Skolimowski, 1981a: 76)
En el contexto de la obra skolimowskeana, la brutalidad de un materialismo sin escrúpulos está asociada a lo satánico o fáustico. Para nuestro autor, Occidente tecno-industrial y bélico nos remite a la figura de Fausto.
A partir del eje central de la obra The Tragical History of Doctor Faustus (1588), del dramaturgo inglés Christopher Marlowe, el poeta romántico alemán Johann Wolfgang Goethe elaboró en el siglo XIX distintas propuestas de su drama Dr. Faustus. En la primera de 1808, lo presenta desafiando tanto a Dios como al Diablo. Al traducir el Evangelio según San Juan al idioma alemán, el erudito profesor reinterpreta la frase “En el Principio era el Logos” por otra más afín al ideario moderno: “En el Principio era la Acción”. Así, la intervención activa, la lucha, el esfuerzo, adquieren supremacía sobre otras formas de existencia y a través de ellas el hombre podrá consolarse de la nostalgia de lo Absoluto. Muere condenado al infierno como en las versiones tradicionales.
Pero en la redacción definitiva, publicada póstumamente en 1832 (3), la imagen de Fausto se perfila significativamente transformada. Después de haberlo probado todo, magia negra, placeres, poder, sobre el final de sus días Fausto se enfrenta a Mefistófeles. Parece haber comprendido lo que realmente es importante para el hombre y a partir de entonces desprecia sus servicios. El valor del ser humano, enfatiza Fausto, no se aumenta con riquezas ficticias como honores y oro, sino con verdaderas riquezas, como la conquista de la naturaleza.
Así, le presenta al Diablo proyectos de grandes obras: construir granjas, recuperar terrenos bajos protegiéndolos del mar con diques, disecar zonas inundadas, aumentar el dominio sobre los recursos para dar sustento a millones de proletarios. Lejos de los afanes egoístas de otrora, Fausto se embarca en acciones desinteresadas, promotoras de riqueza general que pueda ser compartida. El espectáculo natural de las mareas, que antes le inspirara terror o emoción religiosa, ahora le produce indignación, al ver tanta fuerza y energía desperdiciada en vano. Se le había legado un feudo pobre, pantanoso, sumergido; ahora se propone transformarlo en una colonia próspera.
Influido por los ideales del socialismo utópico (4), Goethe transfirió a su personaje un nuevo criterio de validación para las aplicaciones del saber y dominio humanos. La perspectiva no es ya religiosa sino secularizada, laica, racionalista. Legitima la actividad social en tanto esté orientada a mejorar la condición humana en su conjunto. El escritor alemán llegó a tener sobre su escritorio una réplica de la primera locomotora a vapor inglesa, símbolo de su adhesión al espíritu de la Ilustración y de la Revolución Industrial. La confianza técnica transforma los sueños fáusticos. La tecnificación, como la Pascua, traería la deseada liberación de ataduras y limitaciones.
Si en el siglo XVI el Dr. Fausto de Marlowe sucumbió a los poderes del infierno, en el siglo XIX Dr. Fausto es redimido de sus pecados, y no sólo por el amor de Margarita, eterno femenino que lo rescata desde el cielo, sino por haber llegado a comprender el valor inestimable del progreso industrial humano.
Como ya dijéramos, en el ámbito del ambientalismo y de la filosofía ambiental, ni Prometeo ni Fausto suenan como modelos apropiados a los desafíos socioambientales que enfrentamos; sobre ambas figuras pesa una profunda sospecha. Pero desde su perspectiva ecofilosófica y ecoespiritual, Skolimowski nos orienta hacia un Nuevo Hombre Prometeico, alejándonos del modelo fáustico.
Nuevo humanismo prometeico
Ahora bien, para Skolimowski parece claro que la humanidad se ha vuelto a encadenar. La búsqueda del progreso no sería una aberración de la condición humana, sino una expresión de la misma. Pero cuando el ideal de progreso es trivializado, empobrecido, deviene en progreso destructivo. La implacable y desaprensiva búsqueda del crecimiento material contemporáneo fue imponiendo el imperativo instrumental y tecnológico, asociado al imperativo moral aún dominante de las sociedades industrializadas.
Y si Prometeo fue vuelto a encadenar, de esto no es culpable el contenido del mito, sino la estrechez de miras del cíclope del progreso material. El embate prometeico en el contexto de un mundo mecanizado, gobernado por valores instrumentales, es una forma de progreso distinta, reducido casi completamente a la mera materialidad y lejos del vector de la trascendencia.
En Ecophilosophy. Designing new tactics for living (1981b), nuestro filósofo suele referirse a un proceso dialéctico de liberación de la condición humana, el cual suele ser penoso y lleno de trampas. Como en toda época histórica, cada paso evolucionario humano representa decisiones existenciales de profunda implicancia moral. Y para ser un agente moral hay que ser capaz de trascender las limitaciones físicas y biológicas determinantes; sostener un universo moral implica estar en condiciones de producir actos de trascendencia.
Para Skolimowski, un progreso auténtico y humanista marcaría un camino de perpetua trascendencia. El nuevo fuego prometeico es el fuego de la imaginación, la capacidad de visión de volar más allá. Y además un desafío para la humanidad de volverlo a encender comprendiendo y asumiendo el gran alcance de nuestro coraje y compromiso.
Así el ciclo se cierra: después de los intentos abortivos de la imaginación fáustica que produjo tantas desgracias, vino el tímido retiro dentro de nuestros pequeños yoes –que no es remedio contra la atomización, la soledad, la angustia existencial– y así vuelve el poder sustentador de Prometeo, quien quiere elevarnos a la condición de dioses (pero siempre conscientes del hybris), a la condición de luz, pues la luz es la primera condición del fuego. (Skolimowski, 1981a: 77)
Entonces, deberá mirarse la historia humana como un proceso evolucionario mucho más amplio que aquel centrado sólo en la modalidad tecnocrática. Supone no crear la cultura post-industrial ajustándonos al ethos de la cultura industrial, ni efectuar modificaciones insignificantes en esa cultura. Más bien, habremos de trascenderla por completo, creando una nueva base de valores y, si fuera necesario, creando mitos alternativos.
En el contexto de una crisis socioambiental en expansión, el autor elabora desde su ecofilosofía un marco crítico de las distorsiones científico-tecnológicas de la época, planteando la necesidad de un giro, desde el antropocentrismo arrogante aún hegemónico, hacia el humanismo ecológico y ecoespiritual. Se basará en nuestra reverencia por la vida, que, en última instancia, es la reverencia o el respeto hacia nosotros mismos.
Hacia una ecoespiritualidad
Desde “Imaginación secular y el nihilismo de la cultura occidental” (Mutantia 6, 7-11, 1981c) (5) se sostiene que las culturas pueden ser terapéuticas; las culturas salvadoras surgen de quienes emanan energía espiritual. El hombre vive por la intensidad o fuerza de conciencia que genera, en cuanto hombre, como una criatura evolutiva, como un animal que va adquiriendo conciencia. A través de la conciencia llegamos a ser hombres; mediante la conciencia nosotros vivimos; y, según el autor, hacia un mayor grado de conciencia nos encaminamos y aspiramos.
Al crear nuevas formas de conciencia entraremos de nuevo en conexión con otras formas de vida. Entonces, sólo nos encaminaremos de nuevo si nos rearmamos, para ello, de una nueva forma de imaginación más allá de la mera imaginación secular.
Aunque con un exceso de simplificación (y generalización, diríamos nosotros) considera al estoicismo como una postura de resignación sin salida; el hedonismo prevaleciente le parece una huida hacia el santuario existencial de nuestros sentidos, e inmediatista; finalmente, el narcisismo autorreferente y vacío (como reflejo del mito clásico de Narciso) sería claramente un indicador de la decadente cultura individualista moderna.
Para Skolimowski, ninguna de esas posturas –propias de una imaginación secular– representa una ética de la esperanza, como necesaria ética de la vida. La violencia individual, el terrorismo, los desajustes sociales, la destrucción de los ecosistemas o de otras formas de vida son algunas de sus manifestaciones frecuentes. Así, argumenta:
“En última instancia, nuestro problema no es económico, ni siquiera cultural; es un problema metafísico, religioso o escatológico: por poner fines limitados a la existencia humana, por estrechar las perspectivas de la vida humana, hemos empequeñecido el fin y pervertido el significado de la existencia humana. Tenemos que elegir entre una religión centrada en los bienes feroces y limitados que se llaman Technos y Economos que limitan nuestra vida a sus ámbitos físicos, niegan nuestros valores trascendentes y hacen del rendimiento económico el valor supremo, o por otro lado, una religión basada en la compasión y visiones trascendentes del destino del hombre, en cuanto que los horizontes humanos se hallan en continua expansión hasta abrazar el cosmos”. (Skolimowski, 1981c: 11)
Vista desde su esplendor evolutivo bajo la luz del fuego sagrado prometeico, la vida humana es una antorcha que se enciende a sí misma. Pero necesita ahora integrar el componente ecosistémico: somos uno con el hábitat ecológico, en tanto éste representa las formas de vida de las que somos parte. Puesto que compartimos con otras formas de vida el instinto de auto-conservación, y puesto que tenemos la responsabilidad de cuidar y mejorar toda la evolución de la que somos parte, nuestro camino alternativo debe ser el de los seres trascendentes.
Acorde con esta perspectiva, Skolimowski plantea la necesidad de una “Espiritualidad ecológica” (Mutantia 21, 1999, 2-3), como una articulación de la condición esencial del hombre en una época determinada.
“En este momento testimoniamos el surgimiento de la Perspectiva Ecológica del mundo; bajo ella el mundo es visto como santuario, es volverlo sagrado y digno de reverencia. La comprensión profunda de la ecología significa reverencia en acción, la profunda identificación con la belleza de la vida pulsando en el universo, hasta volvernos parte de él”. (Skolimowski, 1999:3)
Destaca a su vez cómo la decadencia contemporánea de las formas religiosas de espiritualidad no nos exime de la responsabilidad de sanar la Tierra y de realizar nuestro potencial espiritual.
Para el autor, todas las formas evolutivas no han sido sino transformaciones de luz. El mensaje sería volver a encender el fuego prometeico desde una creatividad ecoprudencial. Antes que un sueño utópico se trataría de una necesidad perentoria, en tanto queramos romper la asedia y desintegración de nuestra cultural. Pero la dialéctica de la liberación humana será siempre penosa. Más adelante, Prometeo puede ser vuelto a encadenar otra vez…
Alicia Irene Bugallo es Doctora en Filosofía. Docente-Investigadora en Filosofía Ambiental
NOTAS
1. Corresponde a una traducción de “The New Promethean Fire”, Alternative Futures, Vol. 2 Nº1 pp. 97-101, USA.
2. Si bien Skolimowski no explicita claramente si toma en cuenta la representación del titán desde la Teogonía del poeta Hesíodo o desde la trilogía del dramaturgo Esquilo, parece basarse en el clásico Prometeo encadenado de éste último. Ver Esquilo, Prometeo Encadenado. En Esquilo Tragedias. Barcelona: Iberia, 2-32, 1979.
3. Seguimos la versión en Goethe, Johann Wolfgang, Fausto, 1970, Colección Obras Maestras Fondo Nacional de las Artes, Buenos Aires, Editorial Sudamericana.
4. Promovido sobre todo por Henri Saint-Simon (1760-1825), para quien la industria (entendida como toda actividad productiva) debía ser el centro de los esfuerzos de la sociedad, para aportar a las necesidades de todos.
5. De Filosofía Oggi, 1980, 3, Nº 4 pp. 587-592. ‘Secular imagination and the nihilism of western culture’, Studio Editoriale di Cultura, 1977-2012.