Una antigua maldición china dice “te deseo que vivas una etapa interesante de la historia”. Pocas veces esta sentencia podría usarse con tanto acierto como en el momento actual. El virus Covid-19 parece haber nacido en una región de China y desde allí haberse extendido de manera rápida al mundo, causando tanto temor como muerte. Tal como pareciera ser característica también de otros virus, se desarrolla con mayor daño en una época del año y en un determinado grupo de personas. Así como la llamada gripe española atacó en los inviernos del final de la segunda década del siglo XX a varones jóvenes y la poliomielitis arremetió principalmente contra niños durante los veranos de mediados de siglo, este virus parece más agresivo durante los inviernos, con alto riesgo de muerte para los mayores de 70 años y adultos en general que presenten otras afecciones, por ejemplo, diabetes.
El Covid-19 encontró al mundo sin mayores conflictos globales y con múltiples conexiones comerciales y turísticas entre distintas regiones. Entre los destinos se destaca China, convertido recientemente en referente mundial de producción a escala y de consumo. También el virus nos encontró en un momento de liderazgos débiles. En Europa, excepto el caso de los países nórdicos –a los cuales nos referiremos más adelante– y el de Alemania, los sistemas políticos no parecen haberlo enfrentado acertadamente, reflejo en cierta medida de sus conducciones. En Francia se consumió en el último tiempo una gran cuota de energía contra la protesta de los denominados chalecos amarillos, en la cual fueron confluyendo y sumándose demandas de distinta naturaleza hasta alcanzar niveles que superaron cualquier escenario contemplado por el gobierno. Italia concluyó el año 2019 en medio de uno de sus recurrentes conflictos para formar gobierno y comenzó el 2020 con intenciones de debatir una potencial salida de la Unión Europea. En España la situación política no se presentaba mejor, con dos elecciones generales durante el año pasado y larguísimas negociaciones para finalmente formar gobierno, con costos y desgastes asociados. Gran Bretaña, por su parte, confió a tres primeros ministros del partido conservador llevar adelante una salida de la UE con poco convencimiento social y político. Finalmente, para alcanzar acuerdos que hicieran viable la salida, no sin interminables postergaciones, se tuvo que recurrir a un político cuya personalidad generaba críticas dentro y fuera de su partido.
Las debilidades señaladas en Francia, Italia y España propiciaron un escenario con las mayores tasas de contagio y mortalidad de la Europa continental. Hay que acotar que los pueblos latinos tenemos una tendencia al contacto físico y cercano entre personas que no favorece la prevención. De todas formas, a gobiernos sin una conducción firme, sustentada en la ejemplaridad y la representatividad, les resulta prácticamente imposible administrar satisfactoriamente una crisis de esta gravedad. Contando con datos concretos y duros de China sobre el nivel de contagio –posiblemente información poco transparente– continuaron en Europa los espectáculos deportivos y las concentraciones masivas. La liga de campeones de fútbol fue un vehículo de altísimo impacto en la propagación del virus entre países, así como la multitudinaria marcha del día de la mujer el 8 de marzo en España, cuando ya se encontraba en el comienzo de la lucha contra la pandemia. Las crónicas periodísticas destacan también que en nuestra región se organizaron marchas importantes ese día en Brasil, México, Perú y Chile –puede que en estos meses hayamos visto parte de su impacto–, con especial afluencia de participantes en los dos últimos. En la Argentina, en una medida que hay que destacar, la marcha fue suspendida.
Al momento de escribir estas líneas, Gran Bretaña se presenta como el tercer país en cantidad de muertos por el virus. Su Primer Ministro debió transitar la terapia intensiva con ayuda de un respirador artificial –los dos enfermeros que lo cuidaban las 24 horas y a quienes agradeció especialmente al regresar a su hogar, no son nacidos en las islas; quién sabe si podrían haber salvado vidas de haberse implementado el Brexit años atrás– para descubrir que el virus es mucho más que un simple resfriado. Su comprensión del tema llegó tarde y tendrá que lidiar a futuro con varias de las más de 40.000 muertes, muchas de las cuales podrían haberse evitado de haber propiciado mínimas medidas de prevención.
En nuestro continente la situación no es muy distinta. Con el desgaste de tres años en el gobierno, sin buscar respaldo en un equipo de técnicos –que no faltan en su país, hogar de premios Nobel– y ante la inminencia de nuevas elecciones, la respuesta del Presidente de los Estados Unidos fue acaso la peor a nivel mundial. Mostró crudamente las consecuencias de los modelos personalistas que buscan sustentarse en relaciones caudillo-población de manera directa, sin contrapesos ni apoyo serio de especialistas. Se convirtió así en el único país del hemisferio norte que sigue sufriendo picos de contagios y muertes en verano. El Presidente mexicano, ubicado en el extremo opuesto en términos de pensamiento económico, comparte en cambio el gusto por la relación directa con “su pueblo”, lo que lo impulsó a propiciar mítines políticos abrazándose con sus seguidores, e instándolos a continuar con su vida habitual. El Presidente brasileño siguió sus pasos, y también sus resultados, saturando tanto los hospitales como lamentablemente las morgues.
En la Argentina en cambio se tomaron medidas drásticas de aislamiento de manera inmediata, quizás con una anticipación mayor a la necesaria, lo cual confinó a la gran mayoría de los argentinos en sus casas a la espera de no se propague el tan temido virus. La situación de espera pasiva nos llevó a poder experimentar en carne propia lo que padeció el teniente Giovanni Drogo, protagonista de la genial novela El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati: el joven teniente se mantiene alerta ante el posible ataque de un feroz enemigo que asoló otras tierras pero que nunca aparece para presentar combate frente a frente. Con los años la espera se convierte en hastío, impotencia y frustración por la imposibilidad de entrar en acción y derrotar a un enemigo que nunca llega, pero al cual se reconoce por su crueldad en los lugares donde libra batalla. Ningún extremo, tanto en exceso como en defecto, es bueno, aportaría un aristotélico.
Sobre la confianza
Lo cierto es que la pandemia presentó a la vez un desafío a la confianza. Primero entre las naciones, refugiándose cada una dentro de sus fronteras, luego también dentro de cada país en la evaluación que hizo la población respecto de las medidas tomadas por los distintos gobiernos.
Si intentamos comprender los elementos que componen el concepto de confianza podríamos destacar, en un principio, tres. El primero es la capacidad y el conocimiento técnico para enfrentar la situación el problema. Si bien el grado de mortalidad final no parece tan alto –del orden del 5%–, los casos de contagio son tan elevados y la propagación tan rápida que la saturación de los hospitales es el verdadero problema, y que generó situaciones desesperantes, especialmente en Europa. Ningún país estuvo preparado estructuralmente para tamaña crisis, lo cual es comprensible dado que ningún sistema sanitario se dimensiona para pandemias de este nivel, que pueden darse cada cien años. Teniendo capacidades físicas limitadas, la pregunta que cabe tiene que ver con las capacidades técnicas en la evaluación de la dimensión de la crisis y las políticas a implementar. Si bien algunos países se destacaron al tomar medidas que minimizaran las posibilidades de contagio, en general no hubo un buen entendimiento de la envergadura del problema. Esto se dio en los cuatro países europeos mencionados, pero no sólo en ellos. Basta mencionar el caso de Japón, país preparado, serio y acostumbrado al distanciamiento social pero que mantuvo la decisión de realizar las Olimpíadas hasta bien entrada la pandemia en Europa.
La segunda componente de la confianza tiene relación con la primera y es la capacidad de realización de las acciones para alcanzar la solución a los problemas. No alcanza con saber cómo construir una solución, hay que implementarla en tiempo y forma. Por ejemplo, el desesperado esfuerzo del gobernador del estado de Nueva York para adquirir al costo que fuera respiradores artificiales, o la construcción de hospitales de campaña de alta complejidad en menos de dos semanas en China.
En nuestro país contamos con la ventaja de haber podido tomar nota de todo lo que ocurría en el hemisferio norte, donde comenzó la pandemia, tanto sus efectos como las potenciales acciones a tomar. Las primeras decisiones de aislamiento contaron con un gran apoyo de la población, que vio de manera positiva el consenso de las principales figuras políticas del gobierno y de la oposición, juntas en la misma mesa. También pareció acertado que se destinara a un segundo plano al Ministro de la cartera de Salud, asociado más a lo político partidario, y en su lugar tomaran la rienda de la comunicación técnicos del gobierno nacional y de la Ciudad de Buenos Aires, que mostraron solidez y transmitieron confianza en sus mensajes. Pero el aislamiento per se, sin otra solución a la cuestión de fondo, se queda corto como única solución técnica. Presenta similitudes varias con experiencias fallidas –en otros campos, pero que cobran presencia al evaluar la confianza en las soluciones técnicas– de nuestra historia. Mantener de manera forzada modelos que confinan de alguna manera libertades sin un plan de vuelta a la normalidad bien administrada nos ha llevado en el pasado a experiencias realmente traumáticas. Era un bienestar ficticio la última etapa de la convertibilidad, así como la última de las Lebac, por citar dos casos, y cuando la realidad derrumbó las bases tan endebles sobre las que se sustentaban en sus últimos forzados estertores, la crisis fue inevitable. Así de ilusorio es pensar que una economía puede subsistir en el largo plazo con la gran mayoría de su población encerrada en sus casas sin producir. Nuevamente el justo camino medio no parece pasar por aquí.
La tercera componente de la confianza a analizar no tiene que ver con capacidades técnicas ni de ejecución, sino con la percepción que se tiene respecto del interés propio de quien toma las decisiones o las propone. No es casual que en los Estados Unidos, Brasil, Gran Bretaña y México el virus haya causado los efectos más cruentos. Tienen al frente de sus gobiernos a personas que si bien pueden diferir en su entendimiento del mundo, especialmente en lo económico, no se diferencian mayormente en su visión política e institucional. El populismo no entiende de derechas ni de izquierdas, ni le interesa. La construcción de poder sobre la persona del líder, en relación directa con el pueblo y evitando los molestos controles de otros poderes, permite una mayor agilidad en la toma de decisiones pero a la vez deja al descubierto el enorme riesgo de que la construcción personalista sea el paradigma de gobierno.
En la Argentina no podemos hablar de una propuesta populista por parte del Presidente en relación al virus. No se buscó minimizar el efecto de la pandemia prometiendo ingenuamente que con la sola presencia activa en mítines y reuniones del líder se iban a controlar sus efectos. Lo que se puede vislumbrar son algunas señales de una agenda personal, quizás no del Presidente, pero sí de una parte del gobierno.
Llevamos casi cuatro meses de cuarentena al momento de escribir estas líneas y la confianza inicial comenzó un proceso de deterioro natural. Por un lado, debido al cansancio del encierro, férreo y general, sin siquiera poder salir a caminar en muchos casos. Por otro lado se tiene la percepción de que mientras la inmensa mayoría está prácticamente inactiva, algunos se mantienen activos y hacen que sucedan cosas, no necesariamente orientadas al bien de toda la población.
El primer indicio de sectores del gobierno con intenciones de construir una agenda propia fue la liberación de presos comunes, medida que se contuvo en parte por los cacerolazos y también ante la evidencia de que no se desarrollaron focos de contagio en unidades carcelarias. ¿Tenía este primer movimiento una segunda intención oculta, por ejemplo, la de propiciar un marco que facilitara explicar la liberación de presos que estuvieran detenidos por otros delitos? Más allá de si estuvo en los planes desde un principio o no, en una segunda etapa se concretó la liberación de varios personajes cuyos apellidos pasarán a la triste historia de la corrupción nacional: Boudou, De Vido, acaso también Báez.
Se anunció luego la posible nacionalización, confiscación o como quiera llamarse de Vicentin, empresa que sufrió como muchísimas otras la devaluación de fines del año pasado al haberse endeudado en dólares para sostener su crecimiento e inversiones. Si aun encontrándose en un proceso de reestructuración de deuda con sus acreedores, quien detenta el gobierno nacional interfiere en ese proceso y anuncia una posible nacionalización de la empresa, envía un mensaje muy fuerte. Hay en estos momentos muchas empresas en procesos de convocatoria de acreedores. ¿Algún sector del gobierno imaginará el escenario de potencialmente hacerse también de empresas harineras, lácteas, de producción industrial, de indumentaria, cadenas de restaurants, centros comerciales, cadenas hoteleras? Todos los estudios indican, también los del gobierno, que de continuar con la cuarentena estricta, un enorme porcentaje de las empresas en la Argentina tendrán serias posibilidades de entrar en convocatoria de acreedores, e incluso llegar a la quiebra. Los individuos acarrean similares problemas para pagar sus cuentas, los medios reflejan que la mitad de las familias en CABA no están pudiendo afrontar el pago del alquiler. La facción populista del gobierno sabe de la construcción de identidad sin matices y su relato, y también sabe muy bien que el poder real se alcanza controlando la caja y las necesidades materiales.
En una intervención que será recordada, el Presidente citó el caso de Suecia como un error en la forma de enfrentar la pandemia, con las consiguientes muertes. La respuesta del embajador sueco fue de una gran altura. Aceptando un posible error en la resolución técnica, resaltó que la población de su país tiene plena confianza en las decisiones que toma el gobierno y por lo tanto lo apoya más allá de razonables disensos. Esa confianza por cierto no la construyeron en el curso de esta pandemia, ni en la administración actual, sino a través de muchos años y generaciones. Los pueblos nórdicos tienen una larga tradición de gobiernos con pensamiento social, orientado al bien común. No puede dejar de recordarse la mención que hiciera Hanna Arendt en su libro Eichmann en Jerusalen: la banalidad del mal, refiriendo que cuando el ejército nazi de ocupación envió la orden del uso de los distintivos amarillos por parte de los judíos que habitaran en Dinamarca, la escueta respuesta fue que el rey sería el primero en usarla. Muestra clara de ejemplaridad en momentos de crisis y de pensamiento puesto en función del bien del conjunto, no de un determinado grupo racial, social o ideológico. Este hecho ocurría en un tiempo que coincide con los primeros esbozos de populismo en nuestro país.
En definitiva, nos toca transitar un momento de la historia que preferiríamos evitar por el riesgo potencial para la salud, por el tipo de vida a la que nos obliga hasta tanto se desarrolle una vacuna efectiva y por el impacto económico aún no dimensionado plenamente, pero que se estima dejará al mundo con un nivel de endeudamiento sobre producto bruto interno superior al que se tuvo al fin de la segunda guerra mundial. También aporta como enseñanza para el común de la gente que una probabilidad del 5% de que algo falle es muy alta cuando están en juego cuestiones realmente relevantes. Es un momento de prueba para los liderazgos, y para quienes debemos elegir y exigir estructuras de gobierno que no permitan el desarrollo de personalismos desmedidos y riesgosos. Una oportunidad para que ciudadanos y gobernantes acuerden en construir soluciones orientadas al bien común y no a satisfacer egos o intereses de grupos específicos. En nuestro país sin dudas es un nuevo desafío, al cual se le suma la fragilidad económica, la falta de visiones compartidas y un posible escenario de default frente a los acreedores externos.

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