Después de siete meses de incertidumbre respecto de los planes del regreso a las clases presenciales, lentamente los alumnos comenzaron a volver a las aulas en algunas ciudades del interior y en la Ciudad de Buenos Aires, con un modelo de semáforo epidemiológico que sigue tres indicadores: el nivel de transmisión del COVID-19, la cantidad de casos diarios y la disponibilidad de camas de terapia intensiva. Sin embargo, en la mejor de las proyecciones, donde las instituciones educativas estén aptas para seguir ampliando la actividad presencial, ¿se está teniendo en cuenta la importancia de reformular el escenario que debió abandonarse en marzo?
¿Qué sabemos hoy sobre la educación que desconocíamos antes de la pandemia? En primer lugar, que la escuela argentina sigue anclada en el siglo XX, cuando las principales herramientas eran el pizarrón, el libro de texto y la evaluación en clase. Por lo tanto los educadores y los alumnos se enfrentaron a grandes dificultades para lograr continuidad pedagógica en el confinamiento obligatorio.
También se puso en evidencia la desigualdad del sistema educativo, fruto de la desigualdad de la sociedad argentina. La brecha digital es sólo una de las aristas de la brecha social: la gran mayoría de las escuelas públicas están en una situación de desventaja en relación con lo que han podido avanzar, también con mucho esfuerzo, las escuelas privadas. Un porcentaje muy menor tuvo la posibilidad de utilizar plataformas educativas que estaban disponibles en forma gratuita; según las pocas estadísticas disponibles, el 80% de la comunicación entre docentes y alumnos se concretó por el teléfono celular y en algunas provincias la proporción de estudiantes de primaria sin conectividad supera el 30%.
La educación a distancia en muchos lugares ha sido distancia de la educación, y la conectividad más importante, que es la del alumno con el docente, es difícil de medir. No es un aspecto menor que la mayoría de las instituciones de enseñanza obligatoria haya tenido pocos días de clases en marzo, en algunos casos sólo una semana, previo al confinamiento obligatorio. A diferencia de lo que sucedió en otros continentes, la vinculación afectiva entre los docentes y los alumnos no había llegado a consolidarse y esto significó un esfuerzo mayor de los educadores para dar una respuesta inmediata frente a alumnos con quienes prácticamente no se conocían. Es admirable el empeño por sostener la circulación afectiva, por habilitar el diálogo en torno a sentimientos y aprendizajes personales en la inesperada situación de la pandemia. Los alumnos, por su parte, percibieron que en el soporte virtual no participaban de una clase tradicional sino de un espacio comunitario en el que las propuestas para la producción de conocimiento circulaban tanto como la puesta en común en torno a una situación inédita.
Paralelamente, los docentes tuvieron que enfrentar algunas adversidades en las propias filas, por ejemplo, cuando el Ministerio de Educación de la Nación comunicó que no habría evaluaciones. Si durante décadas el discurso oficial consideró que conceptos como evaluación, calificación, rendimiento y aprendizaje son sinónimos, los educadores advirtieron un esperable desvanecimiento del interés del alumnado ante la medida aparentemente igualadora de suspender los exámenes y las notas.
La brecha educativa no sólo se refleja en los niveles obligatorios; en la educación terciaria y universitaria se dan situaciones muy dispares. Las universidades privadas han hecho enormes esfuerzos por mantener la matrícula y nuevamente los docentes fueron clave para lograrlo, pese a enfrentar las mismas dificultades a la hora de adaptarse a las clases y los exámenes virtuales. En el caso de las instituciones públicas, hay más preguntas que respuestas respecto a lo que sucederá en la post pandemia, teniendo en cuenta que un porcentaje considerable de su matrícula está conformado por jóvenes en situación vulnerable, con familias que han sufrido una notable caída del trabajo y por lo tanto del ingreso.
Paralelamente, una de las novedades positivas y a la vez inesperadas es el alto nivel de comprensión y empatía por parte de los padres hacia los docentes y autoridades de las escuelas frente a la situación de emergencia. La organización “Argentinos por la Educación” dio a conocer un informe en el que si bien el 62,7% de las familias consultadas considera que los chicos están perdiendo aprendizajes importantes por la interrupción de clases presenciales, el 71,6% de las familias se manifiesta conforme, en distintos grados, con el desempeño de los maestros.
El contexto excepcional del ciclo lectivo 2020 puede ser la oportunidad de implementar cambios estructurales y políticas de características revolucionarias. Muchos especialistas coinciden en la necesidad de definir un plan nacional, diseñado por profesionales, con metas, con financiamiento y pautas de monitoreo, que sea amplio, participativo y plural, y que cuente con el acuerdo legislativo de todos los sectores políticos y sociales. De esta manera podrá exigirse al Estado continuidad en el largo plazo, evitando cambios drásticos en las políticas educativas con cada nuevo gobierno. Este plan además debería contemplar condiciones excepcionales para que los mejores docentes estén junto a los alumnos más pobres, con menos posibilidades sociales culturales y familiares. Y también garantizar cierto grado de libertad y flexibilidad a las escuelas, que suelen estar mucho más vivas que el sistema educativo.
Todo esto tendrá sentido si previamente se asume uno de los mayores desafíos por delante: revertir la deserción escolar. Se estima que en julio de este año el porcentaje de deserción ya había alcanzado la cifra de diciembre de 2019, con lo cual es altamente probable que al finalizar el actual ciclo debamos enfrentar una tragedia educativa.
En cuanto a las herramientas, la combinación presencial/virtual llegó para quedarse en todos los niveles. Por lo tanto es urgente ampliar la conectividad para estudiantes y docentes, con la suficiente capacidad como para romper con las situaciones de desigualdad. Hay muchas alternativas y experiencias interesantes en el mundo que pueden servir de inspiración. Y muchas organizaciones han acercado propuestas, como el uso gratuito de mensajes de texto y audios de WhatsApp en los asentamientos populares geo-localizados hasta que las clases regresen a las aulas.
Sumado a la anterior, será muy importante contemplar la capacitación veloz y adecuada de docentes y de directivos para que la escuela adquiera en poco tiempo un nuevo perfil, con rutinas, hábitos y dinámicas de una escuela asincrónica, donde no todos estén haciendo lo mismo al mismo tiempo, donde el aula esté liberada de lo expositivo y enciclopédico y en cambio aloje el debate, la reflexión y todo aquello que demanda el contacto pedagógico personal.
Pocas asignaturas políticas son tan exigentes como la educación, pero quizás no exista ninguna otra con tanto potencial para lograr consensos.