La Cruz y la Media Luna

Hace unos años comenté en esta misma revista cómo la amistad con Shmuel Hadas, primer embajador del Estado de Israel ante la Santa Sede, suscitó mi interés en el encaje del diálogo interreligioso en las relaciones internacionales. Hoy hay congresos, maestrías y doctorados, pero en ese entonces las religiones estaban en general casi completamente ausentes en las miradas que podían advertirse sobre la cuestión en el gran escenario de la globalización.
Algo que siempre me llamó la atención en Shmuel fue su valoración de la dimensión espiritual de la existencia humana, y su consideración de ella como un instrumento providencial para alcanzar una mejor convivencia entre las naciones. Esta sensibilidad cobraba un singular relieve ante las previsiones que en ese tiempo se habían hecho acerca de un futuro choque de civilizaciones.
Aun cuando el fanatismo ha teñido frecuentemente de sangre la historia de los pueblos, incluso mediante la instrumentación de ese mismo sentido religioso, Hadas fue un convencido del valor de la fe y de la razón para construir condiciones más dignas en la convivencia entre los hombres y los pueblos. Ambas necesarias, pues sin fe surge el riesgo del racionalismo y sin razón el del fundamentalismo.
La Santa Sede como actor global
El rol de la Santa Sede en materia internacional se ha expresado mediante una tradición milenaria con la institución de las legaciones pontificias y en los numerosos procesos de mediación acontecidos a lo largo de la historia, constituyéndose en un instrumento de construcción de la pax christiana hasta el día de hoy.
Las Bulas alejandrinas y el Tratado de paz y amistad del Beagle representan un alfa y un omega en nuestro acontecer histórico. Esta perspectiva internacional aparece también con extraordinaria nitidez en el pontificado de Francisco, quien ha hecho de este tema un eje de su pastoral universal.
El reciente viaje a Irak se inscribe en una historia que comienza en la tercera sección de Nostra Aetate, cuando después de una sumaria referencia a los principios fundamentales del Islam, concluye señalando un camino que construya una nueva convivencia sobre valores comunes: “El Sagrado Concilio exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, procuren y promuevan unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y la libertad para todos los hombres”. Lumen Gentium sitúa en primer lugar a los musulmanes en el designio de salvación.
Después de la apertura iniciada por Juan XXIII, y en continuidad con ella, Pablo VI mostró con gestos elocuentes el deseo de seguir el mismo camino hacia un encuentro con el islam, por ejemplo, con la restitución de uno de los estandartes capturados en la batalla de Lepanto a la República de Turquía. Después de sucesivas intervenciones donde expresó una sintonía común, Juan Pablo II visitó una mezquita en Damasco en el año 2001, convirtiéndose en el primer pontífice romano en entrar a un santuario musulmán.
La satanización del islam
También en estas mismas páginas publiqué hace otros tantos años unas reflexiones sobre la islamofobia, desatada sobre todo a partir del atentado de las Twin Towers. La inmigración musulmana vista como una invasión por goteo a los países europeos ha disparado las alarmas, cuando se considera que los habitantes del continente están dejando de ser cristianos, pero antes dejaron de tener hijos. Sumisión, una novela de Michel Houellebecq, describe una Francia culturalmente islamizada por la vía pacífica.
Con cierta frecuencia se percibe entre los mismos fieles, especialmente los que identifican la fe religiosa con un determinado proyecto político-cultural como la llamada civilización occidental y cristiana, una satanización del islam caracterizado como una religión violenta que suele imponerse por la fuerza, o en todo caso poco respetuosa de la libertad religiosa.
En algunos ambientes, estas situaciones suelen darse a partir una actitud que habla desde lo alto de una supuesta superioridad moral. Pero las cruzadas no fueron un ejemplo de pacifismo. Los reinos cristianos ejercieron gruesas formas de discriminación, apartándose del ideario de su propio patrimonio religioso y sojuzgaron a los pueblos africanos y asiáticos.
De otra parte, tampoco se advierten las guerras de religión europeas y se olvidan verdaderas masacres producidas entre los propios cristianos. Finalmente, se ignoran otros ejemplos de notoria y ejemplar convivencia interreligiosa del islam como religión hegemónica, por ejemplo, en Al Andalus y en gran parte de la sociedad española medieval.
Por su interés en el triálogo entre judaísmo, cristianismo e islam fue el mismo Shmuel Hadas quien siendo un judío me movió a ampliar mi horizonte en direcciones a la media luna y no solamente a la estrella de David, como hasta entonces había hecho. Pude percibir entonces en el mensaje de Shmuel un eco de la sentencia de Hans Kung: no habrá paz en el mundo sin paz en las religiones.
El itinerario islámico del papa Francisco
Se ha advertido que la adopción del nombre de Francisco por parte de Jorge Mario Bergoglio no se podría atribuir solamente a su amor a los pobres, sino también a la sensibilidad pacífica del santo, que en una época transida de guerras que invocan motivaciones religiosas, dialoga con el islam en lo que constituye un dato profundamente contracultural para el cristianismo oficial de su tiempo.
Siendo arzobispo de Buenos Aires, Bergoglio visitó varias veces el Centro Islámico de la República Argentina (CIRA). En el 2014 Francisco protagonizó un abrazo de fuerte contenido simbólico frente al muro de los lamentos con Omar Abboud (un miembro del centro islámico) y Abraham Skorka, entonces rector del Seminario Rabínico Latinoamericano. En esa misma ocasión dirigió un mensaje a las tres religiones en la explanada de las mezquitas, el lugar sagrado de los musulmanes.
El Papa gusta de esta clase de expresiones plásticas más que de grandes discursos que establecen una comunicación intensa y directa con grandes multitudes que lo aclaman como uno de los líderes mundiales más apreciados de la actualidad. Sin embargo, sabe también que sin un contenido teológico, tales gestos y palabras son flatus vocis y todo puede quedar reducido a lo que el rabino Klenicki con su gracejo habitual llamaba “Tea and Simpathy”.
En Evangelium Gaudium, al referirse a las relaciones islamo-cristianas, Francisco formula un llamado a la generosidad de los fieles para que reciban con espíritu hospitalario a los inmigrantes, y a los países musulmanes para que acojan a los cristianos en el espíritu de la libertad religiosa.
De las palabras a los hechos. Fue ese el punto de partida de un pontificado que dio un giro propio a las relaciones interreligiosas, porque completó una tarea de Juan Pablo II en relación al judaísmo, haciendo lo propio con el islam. La visita al corazón del chiismo corona esa sagrada misión de fraternidad.

Roberto Bosca es Doctor en Derecho y Ciencias Sociales. Miembro del Consejo Argentino para la Libertad Religiosa y del Consorcio Latinoamericano de Libertad Religiosa

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